EL NIÑO DE LA MALETA
Anochece en Fuerteventura,
isla de los destierros, miro hacia el horizonte
y a todas las lunas lanzo la pregunta:
¿Cuándo vendrá el gorrión a mis brazos,
mi pájaro sin bandada de Costa de Marfil?
¿En la próxima estación de las flores?
Tu padre cada día rellena formularios,
pide para ti permiso de residencia.
La distancia, amor mío, es otra enfermedad,
un búho ciego, un dolor incurable
del sol, un frío de vivir.
Cuelga de un hilo entre cuatro paredes
la esperanza que alimenta los sueños.
Enciendo una vela y miro al firmamento.
Bajo el cinturón de Andrómeda
y su gran nebulosa le pregunto
a las Siete Cabrillas de las Pléyades:
¿Quién me devolverá al ángel del escáner,
mi niño sin papeles?
¿Quizás venga en sus sombras rojizas
la noche del eclipse de luna?
En la Fiesta de las Máscaras
cuando de todas partes llegan las bailarinas
invoco su nombre, Adou, a los espíritus del bosque.
Preparo aloko para mi platanito
en aceite de palma, sin cebolla ni especias,
como le gusta a él.
Y attiéké, la yuca gratinada, como le gusta a él.
Cuando los niños lloran la muerte se adormece.
Ay, mi vodún ¿Tendrá una grieta para respirar,
le habrán dado agua para este viaje los traficantes?
***
Adou Outtara, de 8 años, llegó escondido en el interior de una maleta a Ceuta, donde lo recogería poco después su padre para reunirse la familia en Fuerteventura. Pero la Guardia Civil lo descubrió y el sueño se truncó.
Página de Sucesos. 12.05.2015
EN EL SAHEL
Si usas la vida, tu vida, para amar
y alimentar el corazón de otros,
tú, y sólo tú, escoges la madera,
la manera de arder y alimentar el fuego.
La vida te mide fuera de cobertura,
según a quién amas y según a quién dañas.
La vida se mide por la felicidad
de cuando éramos dos,
por la música, por los diminutivos,
por las camisas blancas tendidas
bajo el sol de la muralla verde
o la tristeza que no proporcionas.
Por lo que susurras y por lo que bailas
bajo la luna del Sahel,
en los secretos
del placer y su espera.
Se mide por las palabras,
por lo lejos que transportas su humo,
por los compromisos y las confianzas.
La vida te mide
por lo que cumples y lo que traicionas.
Oh, amor, abre los ventanales,
cada noche se cierra un hibiscus
y otro ocupa su lugar
en el corazón de las tinieblas.
Soy un fan de la vida.
MAÑANA ESTARÁN MUERTAS
Para Luis Eduardo Aute
Se llevaron a mi bebé. Kigali. Abril, 1994.
Me penetraron una, dos, tres veces.
Más tarde, no recuerdo, nos arrojaron
a otro cuarto sobre las uñas de la oscuridad
y violaron a todas las niñas.
Resonaban las voces de los locutores
de La Radio de las Mil Colinas.
Volvieron más ojos sobre mí, cinco, diez, doce.
-Cucaracha, no queda un lugar para ti,
el cielo y el gobierno te han abandonado.
Me humillaron con puños y pinzas,
mazas con clavos, botellas de cerveza,
¿que fuese madre les importaba?
El dolor, el dolor y morderse los labios.
Oía a las chicas gritar pero no las veía.
De nuevo me violaron. Me quería morir.
Pensé, Dios de la Selva, ¿quiénes son estos diablos?
Al día siguiente nos hicieron volver.
Me arrastraron como a un muerto
y estaba muerta como una piedra fría, en verdad.
Nadie hizo nada. Nadie nos protegió.
Como el entrenador alienta a sus jugadores
uno de ellos, director de asesinos, les decía a los otros:
-¿No me preguntas siempre cómo sabe una Tutsi?
Mañana estarán muertas.
Al día siguiente una anciana arrugada
me contó que a las chicas las habían matado.
Me dijo cómo vivir. Huye, lucha por el amor.
No podía con mi bebé en los brazos.
Pero me fui y escondí en la ciénaga.
Ruanda, el genocidio más aterrador de África.
Oigo a los perros arriba, en la carretera,
comiéndose los cuerpos. Pasa un coche.
Sigo escondida en el pantano con mi hijo.
***
(del libro inédito El faro de Dakar que edita Renacimiento en mayo de 2017)