Moción de censura. Por Antonio Piazuelo

Antonio Piazuelo

¿Merece una moción de censura Mariano Rajoy? Me atrevo a decir que solo los directamente beneficiados por su gestión de gobierno durante estos años de crisis y los forofos de la derecha (que, según insisten en señalar las encuestas, no son pocos) dudarían en responder afirmativamente a esa pregunta. Y no solo por un motivo. Quiero decir que no solo por el más obvio: el cenagal de corrupción que agobia a su partido y ha vuelto a situar este problema en lo más alto de las preocupaciones de los españoles. Que al menos algunas de sus más poderosas organizaciones (Madrid, Valencia, Baleares, Murcia…) llevaban décadas convertidas en máquinas de expoliar las arcas públicas es algo que, con los debidos respetos a la presunción de inocencia hasta que no haya sentencia firme, puede ver el más miope. Que los sucesivos tesoreros del PP van camino del banquillo (me refiero a los que no están ya en él) es un hecho. Que Rajoy ha ocupado las más altas responsabilidades en el partido mientras todo eso ocurría, y que ha jaleado a los corruptos hasta el borde de la afonía, figura con grandes titulares en las hemerotecas y en los archivos audiovisuales. No tengo la menor duda de que, solo por eso, cualquier primer ministro de cualquier país europeo democráticamente maduro se habría ido a su casa hace tiempo.

Pero es que hay más. También conocemos desde hace años datos abrumadores sobre la financiación irregular del PP y sobre las generosas (e ilegales) contribuciones al gasto de las sucesivas campañas electorales que han derramado sobre ellos empresas que se beneficiaron por la contratación pública de los distintos gobiernos populares. A falta de los pertinentes contraanálisis judiciales (que van aún más lentos que los de la Agencia Mundial Antidopaje), los indicios señalan que hubo doping, y no pequeño, detrás de todas sus victorias. A Lance Armstrong le despojaron de siete tours (y a Alberto Contador de uno) con toda justicia. Por tramposos, por correr con ayudas químicas, así que no parece ningún disparate decir que también sería justo arrebatar a Rajoy una victoria obtenida con malas artes… La forma democrática de castigar a los tramposos de la política se llama moción de censura.

Además de todo ello hay un rosario de escándalos de diverso calado que viene salpicando al gobierno de Rajoy con regularidad. Desde un ministro con cuenta panameña a otro ministro (este encargado de la seguridad) al que le graban en su despacho una comprometida conversación. Desde chanchullos policiales al sainete del nombramiento y dimisión de Manuel Moix en tiempo récord. Todo ello con un fiscal general y un ministro de Justicia reprobados por el Parlamento, con el voto de todos los grupos… excepto el PP. Y Rajoy, como quien oye llover.

A mi juicio sobra con eso para cargar de razón una moción de censura contra el presidente del Gobierno. No hace falta entrar en la falta de equidad a la hora de pagar los platos rotos de la crisis económica, la ausencia de medidas contra el gravísimo problema de un mercado laboral tercermundista, la creciente irrelevancia en el panorama internacional, el deterioro de la Educación y la Sanidad públicas o la pésima gestión del desafío lanzado por los independentistas catalanes.

No cabe la menor duda de que estos argumentos, y alguno más, serán los que emplee Pablo Iglesias en la primera parte de su intervención. Pero…

Pero el problema está en el reverso de esa moción, tan importante como el anverso. Según prevé la Constitución, la censura parlamentaria debe ir acompañada por una alternativa al gobierno censurado y ahí la cosa ya no está tan clara.

Porque basta con echar un vistazo a la composición (tan fragmentada) del Parlamento después de las última elecciones para comprender que una moción como la que ha presentado Unidos Podemos (y, sobre todo, tal como la ha presentado) no solo está condenada al fracaso sino que puede causar un tremendo desgaste no al censurado, sino a quien le censura.

Dos hechos fundamentales marcan lo inapropiado de esta iniciativa. El sentido común indica que, con 71 diputados, el partido de Pablo Iglesias debería haber iniciado conversaciones con otros grupos antes de presentarla y, solo después de haber constatado la falta de acuerdo, valorar la conveniencia o no de seguir adelante. No se hizo. El segundo dato sospechoso es la coincidencia de fechas con el proceso de primarias de los socialistas Aquí me remito a todo lo dicho y expuesto por los socios valencianos de Compromís, que intentaron hacer entender a Iglesias lo evidente: que sin el voto del PSOE no se aprobará la moción y esto supondrá un nuevo fiasco para los millones de ciudadanos que quieren un cambio de gobierno.

Y es en esta realidad incuestionable donde quiero incidir. En que solo el entendimiento, el acuerdo, la colaboración entre todos los partidos de la izquierda puede ser una alternativa al PP en esta situación. Y todos los esfuerzos que no conduzcan a ese fin, son en realidad una traición a los millones de votantes que desean un cambio.

Estoy convencido que la moción de censura ni siquiera causará un leve arañazo al censurado (ya ha dicho que no piensa molestarse en contestar), pero puede causar, y me temo que causará, efectos indeseables desde el punto de vista del votante de izquierdas: deteriorar la imagen del PSOE y también la del propio Iglesias que, en la segunda parte de su intervención, tendrá que presentar un programa de gobierno sin negociar y sin considerar la opinión del resto de partidos.

Como dijo el portavoz socialista, “hay sobrados motivos para la censura, pero no hay alternativa“. Verde y con asas. Abstención. Así que, después de la moción, el PP y Rajoy seguirán gobernando y la izquierda, como siempre… ¡Y tú, más!

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