Vi un rato la moción de censura de Pablo Iglesias a Rajoy en martes y 13. Seguro que al gallego le ha dado un ligero escalofrío por eso de las supersticiones. Digo yo que a pesar de la pachorra de la que hace gala para contentar al personal que lo vota y lo ve como a un tío normal, muy, muy tranquilo no iba el presidente del Gobierno. A mí me dejó de lado en el sofá cuando después de la intensa, solvente y convincente intervención de la portavoz de Podemos, Irene Montero, salió a la palestra Mariano en plan filósofo en zapatillas, y sentenció: “Exagerar y mentir por el mismo camino suelen ir”. Cita textual. Y se quedó el hombre tan a gusto como si fuera Sócrates. Solo que con un ligero olor a pulpo a feria y a humo de farias en el ambiente. ¡Dios mío qué nivel! este hombre le ha cogido el tranquillo a los refranes y por ese camino antiguo, facilón y trasnochado, impropio de un parlamento nacional, se gana los aplausos de sus incondicionales que babean al amo con el riñón bien cubierto y el futuro asegurado.
Ya sabíamos que la moción de censura era una estrategia de Podemos —el partido de los jóvenes a los que todos acorralan para desgastarlos y no sean alternativa de nada— para acaparar la atención de todo el arco parlamentario, medios de comunicación incluidos, con el objetivo de lanzar, en esa plaza, su programa de gobierno. Y en segundo lugar incomodar al partido que protege y mira para otro lado la corrupción que le rodea. Y en tercer lugar, evidenciar que el PSOE no está ni se le espera en la jugada de echar a Rajoy de la Moncloa. De Ciudadanos ni merece la pena hablar porque sigo pensando que son la marca blanca del PP. Vendedores de lavadoras con cansina palabrería comercial por mucho protagonismo que les concedan en las distintas cadenas de televisión. Día sí y otro también.
Pablo Iglesias cometió el error (¿lo controlaban o no?) del novato en estas lides. Hablar largo y tendido, leer en demasía durante tres horas, y no soltarse para entretener a unos y enfurecer a otros. Es verdad, que su cometido en esa mañana del martes era enumerar punto por punto su programa de gobierno, y eso lleva tiempo. Pero, muchacho, no lo hagas en plan cubano. Sintetiza y mira al tendido como solo tú sabes hacerlo. Se comportó como un estudiante adelantado cumpliendo su papel de chico serio y cabal. Mientras que Rajoy se comportó como un impresentable. Utilizó —como siempre hace el PP cuando le echan la/su mierda encima—el truco de dar la vuelta a las cosas y evadirse de afrontar el debate de la corrupción con el rollo de la estabilidad. Algo que solo se lo creen ellos porque la disfrutan, claro.
De todas formas le voy a dar un consejo al PP, que lleven a Rajoy a un neurólogo porque ya son muchas las veces en que el hombre no coordina las palabras ni aún leyendo. Se lía y monta un trabalenguas que ya no hace ni reír. El último hasta ahora es el del martes cuando dijo: “Cuanto peor, mejor para todos. Y cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí el suyo. Beneficio político”. Ya digo, que el hombre estaba nervioso a pesar del cuajo tranquilo del que alardea. Gobernarán pero no convencerán. Él, Montoro, Catalá, etc., más toda la lista de corruptos que enumeró con gallardía la portavoz de Podemos deberían sonrojar un poco a los que siguen votando al PP.
Fina conclusión
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