España se ha hecho española matando españoles. Por Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

España tiene un grave problema de vertebración territorial  por la incuestionable y, de momento, parece que irreversible expansión del independentismo en Cataluña. Me gustaría que  no fuera así. El tema de Cataluña, bueno problema de España, ha impedido un gobierno de izquierdas en España. Pero no quiero detenerme en esta cuestión.  La realidad es la que es, la expansión del independentismo en Cataluña, y, a veces, no coincide con nuestros gustos. Pretendo posicionarme sobre el tema con la cabeza fría, y no desde la visceralidad, muy extendida en muchos de mis compatriotas. Observo en mis conversaciones con amigos, algunos de ellos ilustrados, bien leídos e informados, que la mayoría, ante el tema catalán, pierden las composturas, emitiendo juicios furibundos, tomándose como una ofensa personal y sintiéndose heridos en su amor propio porque haya catalanes que quieran marcharse de España. No me agrada tal sentimiento, mas cada cual puede sentir lo que le parezca oportuno.

Para solucionar un problema, primero es reconocer su existencia. Y si es muy complejo, la solución no puede ser simple. Si hoy estamos donde estamos, se debe en gran parte, aunque no solo, a que estas dos condiciones no se han tenido en cuenta. Cabe recordar  la displicencia de Rajoy para valorar una manifestación de cientos de miles de catalanes “España no está para «grandes algarabías”. O el recurso al Fiscal General del Estado. Tales actuaciones solo pueden ser producto: o del autismo político; o de la creencia de la rentabilidad electoral en el resto del Estado.   Y así, era previsible, se han disparado las preferencias independentistas en la sociedad catalana. Por ello, es de poco perspicaces el sorprenderse ahora y escandalizarse por tal hecho, ya que en democracia sin recurrir a la violencia una idea política es defendible. Es lo que hacen los partidos nacionalistas, defender la independencia, si no lo hicieran traicionarían sus principios.

Pero, no solo quiero fijarme en el presente. Un medianamente conocedor de nuestra historia debería saber que el problema es viejo. No se lo ha inventado Artur Mas para tapar sus muchas vergüenzas. El 6 de octubre de 1934 Companys proclamó el Estat Catalá dentro de la «República federal española, y el 14 de abril de 1931 Maciá. Antes las Bases de Manresa, Solidaritat catalana, Mancomunidad de Cataluña, etc. La pregunta clave es: ¿por qué España tiene este problema de vertebración territorial y no Francia o Alemania? Para responderla recurro a dos artículos: España y la Historia (así con mayúsculas) de Cesar Molinas, matemático y economista; y Emoción compartida de Álvarez Junco, catedrático de Historia de la Universidad Complutense.

Molinas recurre a Bobbit,  que analiza el papel de la guerra en la formación de los Estados-nación modernos. Francia, por ejemplo, se ha hecho francesa matando alemanes. Y Alemania alemana matando franceses. España ha sido diferente. Nuestras guerras en los últimos dos siglos han sido guerras civiles, que son divisivas en vez de cohesivas. España se ha hecho española matando españoles.  El resultado es un Estado-nación a medio cocer, mucho menos cohesionado que el francés  o el alemán.

Para Álvarez Junco, una nación no es una realidad natural, sino una creación histórico-cultural. Su existencia se basa no  en factores objetivos, como la raza, la lengua, sino en algo subjetivo: un sentimiento compartido por un grupo de personas de proclamar una identidad común, de desear constituirse en estado y de controlar el territorio que habitan. Más claro: las naciones son cuando un grupo de personas se cree “nación”, desea serlo y proclama serlo. Y como las creencias, los sentimientos y las emociones evolucionan, las naciones no son eternas; se hacen y se deshacen. Y en este hacerse y deshacerse hay fechas claves. En Francia, gracias el pueblo movilizado en armas, la batalla de Valmy en 1792, que  supuso el triunfo de la revolución sobre el Antiguo Régimen, sirvió para generar el sentimiento de pertenencia a la colectividad de Francia. Con el discurrir del tiempo, tales creencias y emociones se renovaron en diferentes momentos, unos dolorosos y otros triunfales. De los primeros, la derrota por la Prusia de Bismarck; de los segundos, los triunfos sobre Alemania en las guerras mundiales. Qué momento, cuando Charles de Gaulle dijo a los franceses: «Paris, Paris outragé ! Paris brisé ! Paris martyrisé ! mais Paris libéré

En España esa emoción colectiva se sintió en la Guerra de la Independencia en 1808-1814, cuando el pueblo en armas luchó contra los ejércitos napoleónicos. La nación irrumpió. Mas los lazos de las uniones políticas, como los de las amorosas, no pueden darse por supuesto: han de ser renovados con alguna efusión de cuando en cuando. Y en España no ha vuelto a haber emociones semejantes a la de 1808-1814 en los 200 años posteriores. En lo internacional, se ha vivido en el aislamiento, no por pacifismo sino por impotencia. Y en lo interno, guerras civiles con sus secuelas de odios y venganzas. De ahí: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado…”

Con la llegada de la democracia parecía que se podían renovar esas emociones, apoyadas en la constitución y en un régimen de libertades. Mas la actual crisis  las ha dinamitado. Ojala errase el poeta: “De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal”.

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