En muchos aspectos de nuestra existencia la simbología es muy importante. Como también en el ámbito de la política. Lo hemos constatando por unas decisiones coincidentes por parte de las nuevas fuerzas políticas llegadas a los gobiernos municipales en las últimas elecciones del 24-M.
El alcalde de Podemos por Cádiz, Vichy, José María González sustituyó en su despacho el retrato del rey Juan Carlos de Borbón por el del Fermín Salvochea que fue alcalde de Cádiz durante la Primera República y vinculado al anarquismo español en el periodo final del siglo XIX.
El busto del Rey Juan Carlos I que presidía la sala de plenos del Ayuntamiento de Barcelona fue retirado por la alcaldesa de Barcelona en Comú, Ada Colau.
La Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Zaragoza decidió el pasado 24 de julio de 2015 que el pabellón Príncipe Felipe pasará a denominarse José Luis Abós, en «homenaje» al técnico y «cumpliendo un mandato electoral», según Pablo Híjar, concejal de deportes. La medida fue adoptada por el gobierno de Zaragoza en Común después de una Junta de Portavoces en la que se trató la moción presentada por CHA para que la propuesta se debatiera en el pleno del lunes y al comprobar que la medida iba a ser rechazada al contar con la oposición de PSOE y PP.
Ni que decir tiene que los ataques les llegaron desde todos los frentes: políticos, mediáticos, sociales… Han sido acusados de poner en peligro nuestra Transición, al atacar uno de sus pilares básicos. Me sorprende que la Monarquía tenga todavía tantos monárquicos. Para justificar mi sorpresa quiero sumergirme en la Historia de España. Este sentimiento monárquico se reduciría, si conociéramos nuestra historia contemporánea.
La dinastía borbónica iniciada con Felipe V, siguió con Luis I, Carlos III y Carlos IV. La actuación de este y de su esposa María Luisa fue lamentable, entregando todo el poder a Godoy, que de simple Guardia de Corps se convirtió en el amo de España.
Fernando VII fue el más taimado, el más cruel y el más dañino. En la Guerra de la Independencia, mientras los españoles luchaban a muerte con el ejército francés invasor, como reflejó Goya en Los Desastres de la Guerra, su actuación fue deprimente. Publicó el 2 de abril de 1808 un decreto condenando la malignidad de quienes pretendían crear malestar a los franceses. Tras la marcha de toda la familia real a Francia siguiendo los designios de Napoleón, las escenas de Bayona fueron de una abyecta bajeza, cediendo tanto Carlos IV y Fernando VII todos sus derechos el emperador francés. Luego Fernando felicitó a Napoleón por sus victorias militares sobre los españoles. Más tarde le escribió: «Mi gran deseo es ser hijo adoptivo de S.M. el emperador, nuestro augusto soberano. Yo me creo digno de esta adopción, que sería, verdaderamente la felicidad de mi vida, dado mi amor a la sagrada persona de S.M.I. y R». A Napoleón le sorprendió tal servilismo. Una vez llegó a España Fernando, por el que habían muerto muchos españoles, no en vano fue llamado «El Deseado», en 1814 declaró la Constitución de 1812 y los decretos de las Cortes de Cádiz nulos y de ningún valor y efecto, como si no hubieran ocurrido nunca. Y el pueblo español, siempre tan presto a desperdiciar lo difícilmente conquistado, se aprestó sin empacho a cambiar el «Viva la Pepa» por el «Vivan las caenas». Mas, no satisfecho por tanto daño hecho en vida, nos dejó a su muerte planteada una guerra fratricida.
La actuación de su hija, Isabel II fue no menos lamentable. La sucesión de sus amantes es interminable. Para conocer las vicisitudes de su vergonzoso reinado, puede leerse el gran libro Isabel II Una Biografía (1830-1904), de Isabel Burdiel. Tras la Revolución 1868 tuvo que exiliarse. Murió en París en 1904.
El 14 de enero de 1875 entró triunfalmente en Madrid como Rey, Alfonso XII, hijo de Isabel II, el padre parece que fue un capitán de ingenieros llamado Enrique Puigmoltó. Una anécdota muy expresiva del sentir cambiante de los españoles, cuando descendía en un brioso corcel blanco por las calles de Madrid, ante los estridentes vítores que no dejaba de lanzarle un paisano que corría a su lado, le hicieron inclinarse a Alfonso XII para decirle: «Pero, hombre, ¡que se va a quedar usted ronco!», a lo que el entusiasta replicó. «¡Que va! ¡Si me hubiera oído cuando echamos a su madre-!». Fue mujeriego empedernido, algo muy común en su familia.
Alfonso XIII propició y legitimó el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923, para paralizar el Expediente Picasso, relacionado con el Desastre de Annual, que podía salpicarle. En un viaje que realizó a la Italia de Mussolini presentó a Miguel Primo de Rivera, como su Mussolini particular. Su figura ha sido discutida por los historiadores, mas lo que parece evidente que su ideología política fue siempre autoritaria y antidemocrática.
Juan Carlos I fue designado por el dictador, al que en su primer discurso oficial como Rey dedicó las siguientes palabras, de las que todavía –que yo sepa– no se ha arrepentido: «Una figura excepcional entra en la Historia, con respeto y gratitud quiero recordar su figura. Es de pueblos grandes y nobles saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda su vida a su servicio». Mas a pesar del extraordinario blindaje mediático y constitucional, recientes comportamientos, como cacerías, líos de faldas, el caso de Urdangarín, conducen a un desprestigio irreversible de la Monarquía, según los sondeos del CIS. La realidad es la que es, mal que les pese a algunos. De verdad, no entiendo tanto monarquismo en España. Del Rey actual corramos un tupido velo. Desde todos los medios nos quieren mostrar al actual Rey como un dechado de virtudes, por lo que los españoles deberíamos estar eternamente agradecidos.
Retorno a la defensa del republicanismo por parte de las nuevas fuerzas políticas llegadas a los ayuntamientos en las últimas elecciones municipales. Han sido criticadas con el argumento ya sobado de que la gente está más preocupada por otras cuestiones. Seguro. Pero eso no es motivo suficiente para denegar la defensa del republicanismo, republicanismo que lo llevaban en su programa electoral. Republicanismo que ya ha olvidado el PSOE, así como también se ha olvidado el denunciar los Acuerdos con la Santa Sede. Los olvidos del PSOE son muchos. Para justificar estos olvidos sus dirigentes siempre encuentran motivos: el consenso, política de Estado, estrategia electoral, etc. Luego se sorprenden de que muchos de sus votantes hayan preferido otras opciones políticas. El PSOE renunció al republicanismo, en aras a la necesidad del consenso en la Transición. Pero desde 1978, fecha de la Constitución, han pasado ya 39 años y los tiempos son otros y muy diferentes, por lo que el PSOE debería recuperar y defender su republicanismo, como lo hizo en un memorable discurso el socialista Gómez Llorente en el Congreso de Diputados el 11 de mayo de 1978, del que expongo luego las ideas fundamentales.
En la elaboración de la Constitución, los socialistas asumen la responsabilidad de replantear todas las instituciones básicas de nuestro sistema político sin excepción, incluso la forma política del Estado y la figura del Jefe del Estado. No creen en el origen divino del Poder, ni en el privilegio por razones de linaje. Ni aceptan la Monarquía como una situación de hecho. Defienden la República: por honradez, por lealtad con su electorado, por las ideas del partido, porque sienten el mandato de los republicanos que no han podido concurrir a las elecciones. Reafirman la forma de gobierno republicana, al ser la más racional y acorde con los principios democráticos. Del principio de la soberanía popular se infiere que toda magistratura deriva del mandato popular; que las magistraturas representativas son fruto de la elección libre, expresa, y por tiempo definido y limitado. La limitación no sólo en las funciones, sino en el tiempo de ejercicio de los magistrados que representan a la comunidad, es una de las ventajas más positivas de la democracia, pues permite resolver pacíficamente, por la renovación periódica el problema de la sustitución de las personas, mas por el contrario, es muy conflictivo la sustitución de los gobernantes no electos. Además para un demócrata, ninguna generación puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas. Por otra parte, en nuestra historia vemos que en la implantación del régimen constitucional, la Monarquía ha sido un gran impedimento. Por eso exclamó Pablo Iglesias en el Parlamento el 10 de enero de 1912: “No somos monárquicos porque no lo podemos ser; quien aspira a suprimir al rey del taller, no puede admitir otro rey”.
Los socialistas aspiran a la igualdad y se esfuerzan por compatibilizar la libertad y la igualdad, de ahí sus reparos a la herencia. ¿Cómo no vamos a ser contrarios a que la jefatura del Estado sea hereditaria? Estas ideas no tienen su génesis en el propio pensamiento socialista, sino en el liberalismo radical burgués. Mas los socialistas son republicanos no sólo por razones de índole teórica. Pertenecen, a un partido, que se identifica con la República, no en vano, fue el pilar fundamental en el régimen del 14 de abril de 1931. Fue baluarte de la República, cuando no hubo otra forma de asegurar la soberanía popular, la honestidad política y, en definitiva, el imperio de la ley unido a la eficacia en la gestión. Si hoy el PSOE no se empeña como causa prioritaria en cambiar la forma de Gobierno es porque alberga razonables esperanzas de compatibilizar la Corona y la democracia, y que la Monarquía sea una pieza constitucional, que sirva para los Gobiernos de derecha o de izquierda y que viabilice la autonomía de las nacionalidades que integran el Estado. Por ello aceptan lo que resulte en este punto del Parlamento constituyente. Pero hoy, en 2017, los tiempos son otros y muy diferentes. Y plantear un referéndum Monarquía o República entiendo que sería lo lógico.