De un problemón llamado desigualdad. Pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos

Hay días en los que se va uno a la cama con la sensación de estar viviendo en un país diferente al que habitan muchos de mis paisanos. Por gremios, yo diría que viven en otra parte del mundo casi la totalidad de los políticos en ejercicio, un elevadísimo porcentaje de los economistas, una abrumadora mayoría de politólogos y periodistas y todos, absolutamente todos, los tertulianos que invaden cadenas de radio y televisión. Confieso que me desconcierta esa extraña deslocalización de tantas cabezas presuntamente pensantes y opinantes. Y la paciencia infinita que todos nosotros seguimos teniendo con ellos.
Tengo muy arraigada la costumbre, que últimamente ya es casi una mala costumbre, de darme a diario una panzada de información. Procuro que el menú sea variado: distintos periódicos (procuro evitar los más tóxicos), radio y televisión, así que hablo con conocimiento de causa. Y lo que puedo decir es que, si un marciano aterrizase en Zaragoza (o en Huesca, o en Teruel, o en Madrid) y buscase información en esos medios sobre lo que ocurre en un país llamado España, llegaría a la conclusión de que ha caído en el lugar con menos problemas de la galaxia. En un país que dedica páginas y páginas, titulares y titulares, horas y horas de tertulias y análisis, a dilucidar algo tan vital como saber si son un estado plurinacional, mononuclear o mediopensionista. Y las complejas consecuencias que de ello se derivan. A nuestro lado, los teólogos de Bizancio eran gente muy pragmática.
Eso, junto a las idas y venidas por Bélgica de un prófugo de la Justicia, que aparenta cierto trastorno y actúa como si se creyese la Pimpinela Escarlata, o las tribulaciones de otros presuntos delincuentes, quejosos de las ventosidades que les causa la comida carcelaria (como si el catering de las prisiones hubiese que encargarlo a Ferrán Adriá), acapara casi toda la atención de los medios, al menos por lo que se refiere a la información nacional. En La Sexta, la acapara toda.
El resto (crónica de sucesos, fútbol y meteorología aparte) está dedicado a desmenuzar la penúltima salida de tono de Donald Trump, las “hazañas” del terrorismo islamista en cualquier lugar del planeta y el interminable culebrón del chavismo en Venezuela. Solo en algunos medios se pueden encontrar otras informaciones… (en “el periodico” por ejemplo ),si uno tiene la paciencia de buscarlas en algún suelto de las páginas pares, o en un faldoncillo de la primera página, o hacia la mitad del informativo radiofónico y televisivo.
Noticias como que el Gobierno de este país, plurinacional o no, se ha pulido más de 62.000 millones de euros del fondo de las pensiones desde que llegó al poder. Lo que significa que, de los casi 67.000 que se encontró en la hucha, quedan menos de 5.000. Lo que, teniendo en cuenta que han tenido que pedir 10.000 prestados para pagar la extra de Navidad, deja la hucha en números rojos. Y eso que, juran y perjuran, han logrado poner la economía a toda pastilla.
Ítem más. Esas mismas pensiones (muchas de las cuales no dan para vivir por encima del nivel de la pobreza) se devalúan año tras año con subidas de un irrisorio 0,25% frente al 2 o más que crece el coste de la vida.
O noticias como los informes que, casi a diario, emiten instituciones y organismos españoles e internacionales sobre el brutal aumento de la pobreza y la desigualdad en España, alarmantemente superior al del resto de los países europeos. Cualquiera de esos informes cifra entre 13 y 15 millones el número de pobres en nuestro país, lo que significa uno de cada tres de sus habitantes. O que la pobreza infantil alcance al 35% de la población. O que, siendo la cuarta o quinta economía de la Eurozona, nuestros índices de pobreza y desigualdad nos sitúan en el vagón de cola junto con Rumania y Bulgaria.
¿Soy yo el único al que estos datos le parecen mucho más serios e infinitamente más importantes que las peripecias de los independentistas catalanes? Lo que está sucediendo en Cataluña no es irrelevante (lo grave no es la proclamación de la república, sino el enfrentamiento que han causado entre los catalanes y el resto de españoles, y entre los mismos catalanes) pero, cuando pase esta marea de esteladas y rojigualdas, la pobreza y la desigualdad seguirán ahí. Enseñándonos a todos sus feas caras y amenazando con desestabilizar todo el sistema. ¿Soy yo el único que cree que serían estos problemas los que deberían ocupar las portadas de periódicos e informativos, y el centro del debate, en los foros y en la calle, en busca de soluciones que son ya más que urgentes? ¿Soy el único que piensa que los ciudadanos de este país deberían pedir cuentas a su gobierno por este estado de cosas?
Porque el Estado tiene armas para combatir a ambas: a la pobreza y a la desigualdad. Lo que pasa es que el Gobierno no las utiliza, o las utiliza mal. Incluso dejando de cumplir tratados de la UE como la Carta Social Europea, que obliga a los estados miembros a garantizar a sus habitantes unas condiciones mínimas de subsistencia creando para ello las ayudas necesarias.
Pues bien, desde 1996 el Comité Europeo de Derechos Sociales viene denunciando que las prestaciones y ayudas que se conceden en España a los sectores más desfavorecidos son, en la mayoría de las comunidades (todas, menos Navarra y País Vasco), insuficientes y dejan a sus beneficiarios por debajo del umbral de la pobreza. Lo son la mitad de las pensiones, el subsidio de desempleo y las rentas mínimas que se aplican (no hablemos ya de las prestaciones por dependencia, hechas un guiñapo). Parches de apariencia caritativa que ni siquiera buscan solucionar el problema, sino mantener la paz social dentro de lo que cabe y evitar un estallido.
Mientras tanto, los medios de comunicación siguen otorgando el poco espacio que les deja el dichoso procés a otras noticias más halagüeñas… para unos pocos. Volvemos a la senda del crecimiento económico (no para la mayoría). Vuelven a echar humo las locomotoras del turismo y la construcción (¿otra burbuja en el horizonte?). Crece el empleo (en condiciones pakistaníes). Los bancos están saneados y regresan a las ganancias (muchos miles de millones nos ha costado la hazaña a los demás). Las empresas obtienen cada día más beneficios (no así sus empleados, gracias a la reforma laboral). Se multiplica el número de millonarios en el país (pero el fraude fiscal permanece intacto). Y así sucesivamente.
¿De qué nos quejamos entonces?
Pues nos quejamos de algo que se veía venir cuando estalló la crisis y que no fue entonces suficientemente debatido ni destacado. De algo que sigue sin merecer un debate serio, un debate que nos hurtan los representantes políticos y los medios de comunicación. Nos quejamos de que el modelo elegido para salir de la Gran Recesión fue un modelo deliberadamente injusto, diseñado para que unos pocos –precisamente los que menos la sufrieron, o no la sufrieron en absoluto- viesen reforzadas sus posiciones al volver al crecimiento, mientras las pérdidas de la mayoría, que se vendieron como temporales, para salir del paso, etc., se convierten en definitivas.
En una palabra, que el marciano del principio podría comprender, con mucho esfuerzo, que este no es un país sin problemas sino todo lo contrario. Es un país con muchos problemas pero, sobre todo, con un problemón llamado desigualdad. Pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos. Un problema que crece y que, a medio plazo, se hará insostenible. Lo único que pasa, se dirá el marciano, es que los españoles prefieren no hablar de ello y están la mar de entretenidos con los dimes y diretes que les proporcionan sus políticos y las grandes empresas de comunicación para desviar su atención de esos asuntos.
Por una vez, para variar… ¿Y si hablamos de lo que importa?