En cualquier importante ciudad francesa, portuguesa o italiana, por ceñirnos al ámbito latino, florecen espléndidos mercados, tanto fijos como coyunturales, los artesanos, agricultores y lugareños ofreciendo sus frescos productos, pura alegría las gentes yendo y viniendo, preguntando, catando y comprando lo que se les ofrece. Son espacios de encuentro y señas de identidad más que significativas.
Zaragoza cuenta con hermoso Mercado Central diseñado en 1895 por el arquitecto Félix Navarro, ubicado en un emblemático espacio. Desde 1978 es monumento histórico nacional y bien de interés cultural desde 1982. Vientre de la ciudad durante años y años ahora está sometido a una serie de reformas para resolver problemas estructurales y adecuarlo a los nuevos tiempos, y qe ha exigido la construcción de una nave provisional para que los comerciantes puedan continuar sus ventas hasta que concluyan las obras.
Pero en esta tierra, los viejos mercados mueren. El hermoso edificio ubicado junto a las murallas romanas, al lado de San Juan de los Panetes y en los aledaños de calles históricas zaragozanas cuenta con 74 puestos, de los que a día de hoy, y a expensas de un nuevo concurso a celebrarse en fechas próximas, solamente se han cubierto 46. Algunos pensarán que qué mal empleado está un espacio absolutamente bello y sin duda alguna símbolo de una arquitectura obsoleta arrinconada por el hormigón, plásticos y luces de las nuevas superficies comerciales. ¿Sería igual Zaragoza si en lugar del actual Mercado Central en su espacio construyeran un Corte Ingles, Carrefour o Mercadona?
Los viejos mercados, que en otros países son santuarios de olores, palabras, paseos, productos frescos y a buen precio, están muriendo. Acaso subsisten por su valor artístico, simplemente por ello. Y por eso no sorprende que los mercados de barrio, feos sin duda, vayan poco a poco viendo como cierran puestos (a guisa de ejemplo, ahí está el mercado de la Plaza de San Francisco, un solo puesto abierto, una excelente carnicería) y ofrecen unos pasillos vacíos, persianas y más persianas bajadas. Es cierto, los mercados de barrio están en bajos que poco ayudan a alegrar el objeto propio de los mismos. Feos, malolientes, estrechos, sin aire al exterior… aunque excelentes profesionales tratan con su buen hacer de paliar esa imagen triste y doliente.
¿Sería posible facilitar la construcción en todos los barrios de la ciudad de mercados abiertos, lúcidos, alegres y próximos? Frente a la totalización de las grandes superficies, a su sibilina imposición de marcas, productos y precios ¿no sería bueno recuperar el esquema de proximidad y tal y como existen centros de salud, escuelas, farmacias y demás, también hubiera mercados para la alegría, la complicidad y el buen comprar?