
Lo malo de los gobiernos en minoría, sobre todo si las minorías son tan precarias como las que nos ocupan es que, a la hora de la verdad, se hace muy difícil gobernar.
Un viejo y sabio refrán asegura que no hay peor sordo que el que no quiere oír, y la más palmaria demostración de su acierto la tenemos en las dos instituciones más importantes de la comunidad: el Ayuntamiento de Zaragoza y la Diputación General de Aragón. Una semana después de celebrarse las elecciones municipales y autonómicas de 2015, el que suscribe estas líneas suscribió también (junto con otros aragoneses y aragonesas) un documento dirigido a los partidos de la izquierda. Los resultados que arrojaron las urnas, pensábamos entonces y pensamos ahora, solo ofrecían una solución lógica para gobernar en ambas instituciones, y esa solución era una coalición, encabezada en el Ayuntamiento por Zaragoza en Común y, en el Gobierno de Aragón, por el PSOE, con la presencia de Chunta Aragonesista en ambas. El resultado fue el mismo que si hubiésemos dirigido el documento al Arzobispado: los dirigentes políticos no se dieron por aludidos.
La solución eran esas coaliciones porque la otra, gobernar en minoría en ambas instituciones con apoyos externos del resto de los partidos de izquierdas, inevitablemente generaría una inestabilidad dañina para la buena gobernanza municipal y autonómica. Sin embargo, unos y otros terminaron decidiéndose por esta última. La razón por la que tomaron la peor salida estaba señalada también en aquel documento. Todos éramos conscientes de que la mayor dificultad para alcanzar acuerdos de gobierno, que hubieran servido como hoja de ruta a las dos coaliciones, no había que buscarla en diferencias programáticas insalvables (no existían ni, que yo sepa, existen), sino en la incompatibilidad personal entre quienes encabezaban las dos fuerzas mayoritarias en ambas instituciones y en la historia reciente de ambos partidos
Sinceramente, se nos hacía difícil imaginar a Pablo Echenique, líder entonces de Podemos en Aragón, negociando algo con los jefes socialistas (entonces y ahora), Lambán y Pérez Anadón. El largo historial de componendas de ambos, dentro y fuera de su partido, incluso con los poderes fácticos más reaccionarios de la comunidad, además de la falta de sintonía personal con los dirigentes podemitas, crecidos tras sus buenos resultados electorales, hacía prácticamente inútil cualquier intento en ese sentido. De modo que la mejor salida para todos consistía en una doble maniobra. En primer lugar, conseguir que Pérez y Lambán diesen eso que en política y en este país parece imposible: un paso atrás para dejar sitio a unos nuevos dirigentes sin tantas y tan incómodas ataduras con el pasado. Y sin el lastre del peor resultado en la historia reciente del PSOE, que hoy todavía no han reconocido
Solo de esa manera se podía alcanzar el objetivo de una coalición de izquierdas que pudiese gobernar con un programa común en las instituciones aragonesas. Primero, dimisión. Después, coalición.
Como es bien sabido, no hubo lo primero ni (mucho menos) lo segundo. Dimitir parece algo impensable para estos dirigentes. Así pues, se optó por la mala solución: ZeC gobernaría en solitario en el Ayuntamiento zaragozano, apoyado desde fuera por PSOE y CHA, mientras que los socialistas sumarían a sus dieciocho diputados en las Cortes de Aragón la escuálida pareja de diputados de CHA, para no sumar siquiera los veintiunos del PP. El apoyo externo correría aquí a cargo de IU y Podemos.
Lo malo de los gobiernos en minoría, sobre todo si las minorías son tan precarias como las que nos ocupan es que, a la hora de la verdad, se hace muy difícil gobernar. Sin los compromisos formales (un programa de gobierno) que impone una coalición, los apoyos se resumen en un voto afirmativo en la sesión de investidura y… ya veremos lo que pasa luego. Con el problema añadido que supone la eterna tentación de poner palos en las ruedas de quien gobierna por parte de quien está libre de responsabilidades en el ejecutivo. Sobre todo, si ambos partidos compiten electoralmente en la misma franja ideológica: en ese caso, un gobierno que resulte de utilidad para la ciudadanía resulta paradójicamente negativo para quien lo apoya desde fuera. Éstos fueron nuestros argumentos.
Un mínimo análisis de la situación actual, nos da la razón en nuestras previsiones y las “trifulcas “en los plenos, son mas para contentar a las respectivas parroquias, intentando resaltar sus tremendas diferencias Además no incluimos entonces, con el acuerdo no escrito, para intentar que Santisteve dimitiera, y el PP apoyara a Carlos Pérez
Y la derecha mientras tanto, la mas beneficiada de esta situación, practicando su consustancial quietismo
Pero lo peor no es eso, sino que esos presupuestos tampoco plasman un programa político coherente. Porque, aunque finalmente los voten unos y otros, están faltos de un programa común que los inspire. A la hora de la verdad resulta imposible discernir el proyecto para la sociedad aragonesa (o zaragozana) que debería plasmarse en los números de la contabilidad pública. Si un presupuesto es, como se ha señalado siempre, el reflejo en números de un proyecto político, el más somero examen de los que se aprueban ahora deja claro que no existe ningún proyecto que no sea el de sobrevivir a toda costa en el poder hasta las próximas elecciones. Pasan los días y el desencanto es cada vez más agudo de los muchos miles de votantes que secundaron a estos partidos en las urnas. Se supone que para que se aplicasen determinadas políticas. De izquierda en este caso.
Y, lo peor de lo peor, esto no lleva trazas de cambiar. Si dimitir es un verbo que, como sabe todo el mundo, se conjuga muy poco en el país, en Aragón no se conjuga en absoluto. De modo que, casi tres años después, las cosas están como estaban. Tú me votas a mí aquí y yo te voto a ti allí. Un magnífico ejemplo de juego de tronos. Las próximas elecciones están a poco más de un año y, si los ciudadanos se hartan, la solución puede ser que gobierne la derecha y no necesariamente el PP.
Esta es la realidad que todos los votantes de izquierda tienen la obligación de evitar. Los militantes, los simpatizantes y los simples votantes. Él desencanto, con su correspondiente abstención producirá sin duda el gobierno del PP o Ciudadanos en una ciudad con mayoría de izquierdas ….hasta hoy
Esa es la otra solución realista. Pero no es la que queríamos muchos.
Totalmente de acuerdo en tu exposición forme parte de aquella minoría que voto NO apoyar al PSOE si los susodichos no dimitían, lo que hubiera obligado al PSOE_A echarse en manos del PP que bien poco les diferencia en todo, ahora hoy habríamos visto sus políticas y quizás tendría PODEMOS más opciones, hoy la caída libre de PODEMOS y sus confluencias (mareas) están en entre dicho así que ni Ayuntamiento ni DGA seremos «imprescindibles» si no prescendibles.
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