
Ya era hora. Derrotada por la democracia, el valor de las víctimas y la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la banda terrorista ETA, tras más de 50 años sembrando dolor y apoyando implícitamente la causa de los involucionistas de toda laya, ha publicado un lamentable comunicado en el que sin pedir perdón y reconocer lo errático de su proceder, manifiesta que se han disuelto. ETA ya no existe, lo que, a pesar de todo, es una buena noticia para los españoles.
Ante la nueva situación unos y otros se han aprestado a emitir pareceres que, mayoritariamente, traducen la satisfacción por la desaparición de esa manada de fanáticos que desde 2011 ya habían sido derrotados. Ahora ha llegado el momento de la memoria, la política y el inicio de un recorrido que necesitará mucho tiempo y sobre todo enormes dosis de generosidad. Comienza la batalla del relato, un relato que ni pueden ni deben protagonizar los culpables de tanto desmán ni sus epígonos y los nostálgicos de un movimiento vasco de liberación nacional que pretenderá convertir en héroes a quienes simplemente eran unos asesinos. Perdonen que en primera persona, y en nombre de mi familia, inicie mi relato, cuyo objetivo último es no olvidar pero si perdonar y exigir que nunca más se produzca en España una situación similiar. Todo es discutible con las palabras, el diálogo y la democracia, nunca con las armas y las violencias varias.
Un 29 de julio de 1994 estaba con mis gentes celebrando mi cumpleaños en un asador vallisoletana, de regreso vacacional en Galicia. Eran las 3 de la tarde y en el salón el telediario avanzaba la noticia de que se había producido un atentado de ETA en la Plaza Ramales de Madrid, a causa del cual falleció el Teniente General Veguiilas, su chófer, y el joven César García Contonente, quedando gravísimamente herido Odilo Domínguez Domínguez. Salté de la silla, pues Odilos y además Domínguez, no hay muchos. Efectivamente era mi hermano. Director a la sazón del Ballet Clásico de Madrid estaba cargando en un camión junto con el operario César García las cestas con las ropas y escenarios para la representación que ese día iban a realizar en Miraflores de la Sierra. En tal faena andaban cuando un coche se estacionó al lado impidiéndoles realizar su cometido. “¿Podrían moer el coche un poco más lejos para que podamos subir las cestal , les dijo mi hermano a dos individuos que se aprestaban a salir del coche. “No se preocupen, que solo son dos minutos”, le espetaron. Y a los dos minutos la explosión, la tragedia, la muerte…
Aprisa y corriendo a tirar de teléfono. Confirmación de que era mi hermano. Rápida salida a Madrid. Hospital Clínico Universitario. Un jacetano nacido en 1952 convertido en amasijo de carne y sangre. Pronóstico gravísimo. Intervención quirúrgica y suerte, aunque quedará con severas secuelas de por vida. Ahí iban llegando Javier Solana, Alfredo Pérez Rubalcaba, militares y demás. Todo era solidaridad y confianza en que superara la intervención. Salió adelante, como he apuntado pero ya jamás fue lo mismo ese Director del ballet Clásico de Madrid.
En Aragón, patria de Odilo, únicamente el entonces Rector de la Universidad de Zaragoza, Vicente Camarena, manifestó su dolor y solidaridad. Ni un solo político, ni un solo representante de instancias sociales, económicas, eclesiales, etc., ninguna autoridad jaquesa, hicieron gesto alguno para con la familia de Odilo. Hoy muchos dicen que de todo aquello que pasó en los oprobiosos años de la sinrazón etarra no hay que olvidarse, y mucho menos perdonar. ¿También incluyo en ese “ni olvido ni perdón” a los extraordinarios y sensibles políticos, etc., etc., aragoneses?
El azar es así y por ello el terrorismo alcanza a gentes que nada tienen que ver con las situaciones que el terrorismo pretende resolver. A cualquiera le puede suceder tal desgracia por estar casualmente donde los terroristas han decidido actuar. En todo caso, el ciudadano en cuestión, como el militar, guardiacivil, policía, político, empresario, trabajador de a pie, paseante o comprador en una gran superficie, que a todos estos segmentos y algunos más pertenecen las víctimas del terrorismo etarra, tienen sus familias y sus relatos, sus posicionamientos legítimos y sus sentimientos, siempre más que respetables.
Mi relato, el de mi familia, no pide nada, no pretende nada, solamente que no lo escriban los terroristas y sus admiradores. Es la hora de que actúen los historiadores y la política. Hará falta tiempo, mucho tiempo, será preciso modificar ideas, manías y “lo mío más” pero para alcanzar la paz, para conseguir un futuro donde todos puedan sentirse ellos mismos respetando el ser ajeno, hay que comenzar a dar pasos generosos. Mi relato es el de una familia que nunca podrá olvidar, evidentemente, pero que si está firmemente dispuesta a perdonar, antes que después. Simplemente para que podamos avanzar hacia otro mundo posible donde impere la igualdad, la libertad y la fraternidad. Otros familiares de víctimas tendrán diferentes perspectivas. Están en su derecho y desde ya les mostramos nuestro cariño y solidaridad. Mas por ser ciudadanos que han sufrido en primera persona los desmanes del terrorismo tal vez, tiempo mediante, apuesten por la generosidad y el perdón, por otro mundo posible.
La verdad ,, si tengo que ser sincero ,, dudo de este final,, mas bien será una tregua ,, generacional , pero bueno CONFIEMOS en que sea a si
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