
Michael J. Sandel: La filosofía tiene la misión de invitar a los ciudadanos a hacer preguntas difíciles sobre cómo debemos convivir
Acaba de recibir el Premio “Princesa de Asturias” en Ciencias Sociales 2018, el filósofo estadounidense Michael J. Sandel. He leído con muchísimo interés su discurso breve, claro y de profundo calado en el acto de la concesión del premio. Me ha llamado la atención que su esposa Kiku Adatto es una judía sefardí cuya familia tiene sus orígenes en Sevilla. Por ello, ha hecho una alusión a la Inquisición como responsable de la expulsión de los judíos. También cita que fue en España, donde comenzó su trayectoria como filósofo político en 1975, cuando cursando estudios de posgrado en Oxford, en el Reino Unido, en el primer descanso de invierno, junto con un amigo viajaron al sur de España para unas vacaciones dedicadas a leer y escribir. En ese momento, dudaba si dedicarse a la economía o a la filosofía. Durante estas semanas en la Costa del Sol, leyó cuatro libros: Teoría de la justicia de John Rawls; Anarquía, Estado y utopía de Robert Nozick; Crítica de la razón pura de Immanuel Kant; y La condición humana de Hannah Arendt. Mientras luchaba por dar sentido a estos libros, se dio cuenta de que, de distintas maneras, todos planteaban dudas sobre la filosofía utilitaria que otorga a la economía del bienestar su aparente claridad y rigor. Descubrió que las preguntas que se hacían – sobre la justicia, la moralidad y la vida buena– eran más profundas e invitaban aún más a la reflexión que los modelos económicos más sofisticados. Se dejó seducir por la filosofía y todavía no se ha recuperado. Lo que le atrajo de la filosofía no fue su abstracción, sino su carácter ineludible y la luz que arroja sobre nuestra vida cotidiana. Entendida de esta manera, la filosofía pertenece no solo al aula, sino a la plaza pública, donde los ciudadanos deliberan sobre el bien común. Dondequiera que viaja siente un gran interés por el debate público sobre cuestiones importantes, preguntas sobre la justicia, la igualdad y la desigualdad, sobre la historia y la memoria, sobre lo que significa ser ciudadano. La filosofía tiene la misión de invitar a los ciudadanos, independientemente de sus antecedentes o circunstancias sociales, a hacer preguntas difíciles sobre cómo debemos convivir. En un momento en que la democracia se enfrenta a tiempos oscuros, hacer estas preguntas es nuestra mayor esperanza para arreglar el mundo en el que vivimos.
Hecho este breve resumen del discurso de Michael J. Sandel, no puedo desaprovechar la ocasión de citar que he escrito algunos artículos teniendo como referencia un libro suyo Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado, del 2012. De uno de ellos expongo lo fundamental, que puede servirnos para reflexionar y más en estos momentos tan complicados para la democracia.
Todo lo que provenga de los Estados Unidos los europeos embelesados lo miramos con envidia, y con cierto retraso tendemos a imitarlo. Allí se produjo el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado, donde todo puede comprarse o venderse. Y el resto lo plagiamos sumisamente.
Al terminar la Guerra Fría, los mercados y su ideología mercantil gozaban de un extraordinario prestigio, Ningún mecanismo para organizar la producción y distribuir los bienes se había mostrado tan eficaz en generar bienestar y prosperidad. Pero luego los valores del mercado invadieron aspectos de la vida tradicionalmente regidos por normas o valores no mercantiles. El filósofo norteamericano Michael J. Sandel en su libro Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado, refleja toda una casuística de esa invasión ilimitada del mercado a muchas actividades humanas en USA. Disponer una celda más cómoda en una prisión pagando 82 dólares por noche. Derecho a emigrar a USA invirtiendo 500.000 dólares. Suscribir una empresa seguros de vida de sus empleados, sin conocimiento de estos. Comprar el seguro de vida de una persona enferma de cáncer, pagando las primas anuales mientras viva y luego cobrarlo al fallecimiento con suculentos beneficios. Mas, quiero fijarme, como docente, en el ámbito educativo. Chanel One transmite mensajes publicitarios a millones de adolescentes obligados a verlos en aulas de todo el país. El programa de noticias de televisión, de 12 minutos y comercialmente patrocinado, lo lanzó en 1989 el empresario Chris Whittle, el cual ofreció a los colegios televisores, equipos de vídeo y conexión vía satélite, todo gratis, a cambio de emitir el programa todos los días y exigir a los alumnos que vieran los dos minutos de anuncios. En el 2000 Channel One fue visto por ocho millones de alumnos en doce mil colegios. Así han podido anunciarse Pepsi, Snickers, Clearasil, Gatorade, Reebok, Taco Bell… Los alumnos aprenden conceptos sobre nutrición con materiales proporcionados por McDonald’s, o los efectos de un vertido de petróleo en Alaska con un vídeo grabado por Exxon. Procter & Gamble ofreció unos materiales sobre medio ambiente explicando por qué los pañales desechables eran buenos para la tierra. Boletines de notas con el anagrama de McDonald’s, además de ofrecer a los niños con sobresalientes y notables en toda las asignaturas, o con menos de tres ausencias, una comida gratis en un McDonald’s. ¿Esto es lo que tratamos de imitar? ¿Somos conscientes de su extraordinaria gravedad?
En una sociedad en la que todo se puede comprar y vender, la posesión de dinero supone la mayor de las diferencias. Por ello, la mercantilización juega a favor de las desigualdades, de su incremento y de su expansión. No solo se amplía la brecha entre ricos y pobres, sino que la mercantilización de todo intensifica la necesidad de tener dinero y vuelve más cara la pobreza.
Por otra parte, la mercantilización genera otra secuela no menos grave: la corrupción. Se argumenta que los mercados son imparciales e inertes, que no afectan a los bienes intercambiados, pero al poner precio a los objetos, bienes, relaciones y servicios, modificamos su naturaleza, los tratamos como mercancías o instrumentos de uso y beneficio, y, por ello los degradamos. Conceder plazas en una universidad para el mejor postor podrá incrementar sus beneficios, pero también está degradando su integridad y el valor del diploma. Contratar a mercenarios extranjeros para que combatan en nuestras guerras podrá ahorrar vidas de nuestros ciudadanos, pero corrompe el significado auténtico de ciudadanía.
El razonamiento mercantil vacía la vida pública de argumentos morales. El atractivo de los mercados estriba en que no emiten juicios sobre nuestros gustos satisfechos. No se preguntan si ciertas maneras de valorar bienes son más dignas o más nobles que otras. Si alguien está dispuesto a pagar por sexo o un riñón y un adulto consiente en vendérselo, la única pregunta que se hace el economista es, ¿Cuánto? Los mercados no reprueban nada. Nuestra resistencia a contraponer argumentos morales al mercado, al aceptarlo sumisamente, nos está haciendo pagar un alto precio: ha vaciado al discurso público de toda energía moral y cívica, y ha propiciado la política tecnocrática, que hoy nos invade. Un debate sobre los límites morales del mercado es necesario e imprescindible.
Esta americanización o McDonalización de Europa explica la profunda crisis política, económica, social, cultural y de valores de la Unión Europea, lo que significa que esté perdiendo sus auténticas señas de identidad. Los dirigentes de la UE todavía no se aperciben de esta grave situación, de momento, irreversible. Sus dirigentes y la inteligencia europea, si todavía queda algo de ella, han perdido toda capacidad de imaginar otro futuro, y solo saben insistir en los viejos dogmas ya fracasados: respetar los criterios de Maastricht, pagar las deudas y salvar a los bancos a expensas de los salarios, pensiones y servicios públicos. Estamos en manos de burócratas anónimos e invisibles, que nos recuerdan El Castillo y El Proceso de Kafka y que se limitan a seguir a rajatabla a tecnócratas. La política ha desaparecido. ¿Dónde está el pensamiento creativo europeo? ¿Dónde están los pensadores, poetas, artistas que inyecten visión e imaginación para el futuro de Europa? El pensamiento brilla por su ausencia. El conformismo y el dogmatismo impregnan el discurso político. Como indica Franco Berardi, destruir la Europa de la solidaridad y del progreso, «thatcherizar» el continente transformándolo en un desierto de miseria, precariedad e ignorancia es el proyecto que el poder financiero se ha propuesto y está llevando a cabo.