
En el neoliberalismo las élites se sirven del miedo para someter a la gran mayoría de la población. Es un miedo atroz, cimentado en el estado permanente de inseguridad a perder el trabajo, a cobrarla pensión, a cubrir las necesidades básicas, por lo que ya no se puede diseñar un proyecto vital.
Para Jean Delumeau hasta la Revolución Francesa sentir miedo era una indignidad. Montaigne lo asignaba a las gentes humildes e ignorantes, era una debilidad que no correspondía a los héroes y los caballeros. En cambio, hoy no es una vergüenza sentirlo ni manifestarlo. El miedo encoge, anestesia, crea una sociedad conformista. Sin valientes es una sociedad impedida para cumplir su destino y presta a la disgregación, en la que irrumpe una pandemia de individualismo, insolidaridad y egoísmo.
Si estamos donde estamos, es fácil de explicar. Para Josep Fontana: «Las clases dominantes han vivido siempre con fantasmas: los jacobinos, los carbonarios, los masones, los anarquistas, los comunistas. Eran amenazas fantasmales, pero los miedos eran reales”. Con esos fantasmas los gobiernos por prudencia hicieron concesiones a los trabajadores para mantener el orden social. Bismarck fue el primero en introducir los seguros sociales en Europa para combatir al socialismo. Tras la II Guerra Mundial el miedo al comunismo propició el Estado del bienestar. Arrumbado el comunismo, los poderosos hoy, ¿a quién temen? A nadie, por ello siguen forzando la explotación. Su irresponsabilidad, insolidaridad y ceguera les impide ver que bajo sus pies se está forjando una bomba de relojería, presta a explotar. No obstante, algún miembro de esas élites con una dosis de sensatez percibe que esta extrema desigualdad es insostenible. Se trata del multimillonario norteamericano Nick Hanauer que expone unas ideas muy interesantes en su artículo ThePitchforks Are Coming… For Us Plutocrats….Las Horcasestán viniendo… Para nosotros Plutócratas
Hanauer fue uno de los inversores en Amazon. Luego fundó Gear.com y aQuantive, que vendió a Microsoften 2007 por 6.400 millones de dólares. Ahora se dedica al capital riesgo. No esla primera vez que ataca a los de su clase, pidiendo desde el inicio de la crisis más impuestos para los ricos. Igual que los ricos españoles. Ahora aboga elevar el salario mínimo para corregir la desigualdad porque, a la larga, también beneficiará a los ricos. Recuerda que la desigualdad está agudizándose con gran rapidez: «El problema no es que haya desigualdad. Algo de desigualdad es intrínseco a cualquier economía capitalista funcional. El problema es que está en niveles históricamente altos y que esto está empeorando cada día. Nuestro país se está convirtiendo cada vez más rápido en una sociedad feudal más que en una sociedad capitalista».
Avisa que si la situación no cambiarápido se volverá a la Francia en el siglo XVIII, la anterior a la Revolución. Advierte a sus colegas: “despertad, esto no va a durar”. Por ello, pide medidas para acabar con la enorme desigualdad porque sino se actúa: «Las horcas (en referencia a la herramienta de labranza) vendrán a por nosotros. Ninguna sociedad puede aguantar esto”. En una sociedad altamente desigual, solo puede darse o un estado policial o una revolución. No hay otros ejemplos. No es si va a pasar, es cuándo. Un día alguien se prende fuego en la calle, y entonces miles de personas salen a la calle y antes de que te des cuenta el país está ardiendo. Y no hay tiempo para ir al aeropuerto a coger el jet y volar a Nueva Zelanda. La revolución será terrible, pero sobre todo para nosotros.
Asegura que lo irónico de la creciente desigualdad es que es innecesaria y autodestructiva, por lo que propone las políticas de Franklin D. Roosevelt tras la Gran Depresión para evitar disturbios sociales. Nuestro modelo debería ser Henry Ford, quien comprendió que sus trabajadores no eran solo mano de obra barata para ser explotada y que también eran consumidores. Plantea una nueva ley para el capitalismo: «Si los trabajadores tienen más dinero, las empresas tienen más clientes, lo que hace que los consumidores de clase media sean los verdaderos creadores de empleo, no los ricos empresarios como yo. La clase media crea a los ricos, no al revés». Por eso defiende que se suba el salario mínimo.»Siempre han dicho lo mismo: nos vamos a la bancarrota, voy a tener que cerrar, voy a tener que despedir a todo el mundo», recuerda el empresario. Pero el resultado es que nunca ha pasado eso. De hecho, los datos muestran que cuanto mejor los empleos, mejor van los negocios. Los que consumen son las masas.»Yo gano 1.000 veces el salario medio anual, pero no compro mil veces más cosas. Mi familia compró tres coches en los últimos años, no 3.000. No me compro 1.000 pares de pantalones al año. ¿Por qué iba a hacerlo? En lugar de eso, ahorro, y eso no hace mucho bien al país».
Además con ciudadanos más ricos se podría reducir el tamaño del Estado, porque habría menos subsidios para vivienda, menos vales gubernamentales de comida y menos necesidad de una sanidad pública. Si vuelve la clase media no hace falta un Estado del bienestar tan grande.
De hecho, Hanauer defiende que un capitalismo bien gestionado «es la mejor tecnología social jamás inventada para crear prosperidad. Pero el capitalismo sin control tiende hacia la concentración y el colapso». Y concluye diciendo que ese es la tarea de las democracias.
«Equilibrar el poder entre los trabajadores y los multimillonarios elevando el salario mínimo no es malo para el capitalismo. Es una herramienta indispensable para que los capitalistas inteligentes la utilicen para hacer el capitalismo estable y sostenible. Y nadie tiene tanto en juego como nosotros los ultramillonarios».
«El más importante y más antiguo conflicto es la batalla sobre la concentración de riqueza y poder. La gente como nosotros siempre ha dicho a los pobres que la situación es justa y buena para todos. Qué sinsentido. ¿Soy realmente una persona superior? ¿Soy el centro del universo económico y moral?»
«Incluso el mejor de nosotros, en las peores circunstancias, estaría descalzo vendiendo fruta en una carretera sucia. No debemos olvidar esto. O podemos sentarnos, no hacer nada y disfrutar de nuestros yates. Y esperar que vengan las horcas».
Evidentemente que Hanauer es plenamente consciente de la “cuestión social” hoy como lo era a fines del XIX. Tal como señala Tony Judt en su libro dialogado con Timothy Snyder Pensar el siglo XX, “Hablar de la cuestión nos recuerda que no estamos libres de ella. Para Thomas Carlyle, para los reformadores liberales de finales del siglo XIX,para los fabianos ingleses o los progresistas estadounidenses, la cuestión social era esta: ¿Cómo manejar las consecuencias del capitalismo? ¿Cómo hablar no de las leyes de la economía sino de las consecuencias de la economía? Los que se hacían estas preguntas podían plateárselas de una de estas dos maneras, aunque muchos lo hicieron de ambas: la prudencial y la ética. La consideración prudencial es salvar el capitalismo de sí mismo o de los enemigos que genera. ¿Cómo impedir que el capitalismo genere una clase baja indignada, empobrecida, resentida, que se convierta en una fuente de división o declive? La consideración ética es lo que en su momento se denominó la condición de la clase trabajadora. ¿Cómo podía ayudarse a los trabajadores y a sus familias a vivir decentemente sin dañar a la industria que les había proporcionado su medio de subsistencia”.
Mucho me temo que Macron, el Júpiter francés, todavía no es consciente de la profundidad de la “cuestión social” por puro autismo político. Obviamente si para él no existe esa “cuestión social”, ¿Cómo va a plantearse buscar una solución desde la prudencia o desde la ética? No obstante debería escuchar las palabras muy prudentes del multimillonario norteamericano Nick Hanauer “Las horcas vendrán a por nosotros. Ninguna sociedad puede aguantar esto”. Sr. Macron en un aviso a navegantes: “los grandes incendios se inician con un simple chispazo”. Y por lo que estamos constatando en Francia ya se ha iniciado. ¿Por qué? Pues, porque Francia es un país que sabe sus derechos. Revolución Francesa. La Comuna. Mayo del 68.