Lengua, hegemonía y poder: la hegemonía del inglés

Lengua hegemonía y poder la hegemonía del inglés
Cándido Marquesán
Cándido Marquesán, Profesor de instituto

Siempre los imperios además de la espada llevan la lengua, como señala el escritor colombiano Juan Carlos Botero en un artículo precioso, publicado en el periódico El Espectador de Bogotá y titulado El día del idioma del que extraigo algunos fragmentos:

“El viento trajo las naves, las naves trajeron las voces, y en las voces venían las palabras. En torno a las carabelas, aferradas como moluscos a las tablas de los cascos, ondeando en el velamen, prendidas a las anclas y enredadas en los cabos, venían las palabras. Venían de lejos. Hijas de griegos, latinos y árabes, ya eran ricas, antiguas y sabias de siglos atrás; pero ahora venían de España, de tierras duras y secas, y se habían moldeado en la fragua de un imperio ambicioso y violento, pulidas como piedras de río mediante besos y caricias, lenguas y mordiscos, silencios y golpes de saliva”. Quizás por eso, desde hacía tanto tiempo, las palabras anhelaban lo contrario: ya no lo árido y lo tosco sino la frondosidad, la exuberancia y el canto del agua… De manera que cuando se apartó la bruma en el mar y por fin divisaron costas amuralladas de árboles colosales, orillas de playas infinitas y relucientes, selvas indómitas de fronda tupida y verde (verde, verde, todo el tiempo verde), y más allá tierras fecundas y perfumadas, las palabras se sintieron, también, a gusto. En casa. Con deseos de quedarse. Entonces cayeron con las anclas. Avanzaron en las palas de los remos. Desembarcaron en gargantas roncas de sed y oro, y se escondieron en las miradas de codicia, en los destellos de los sables, en el filo de los hierros y en la pólvora de las armas. Descendieron en banderas enarboladas, en prendas olorosas a sudor y fiebre, montadas sobre relinchos y ojos desorbitados de bestias de trancos temibles, y sin vacilar saltaron de los documentos oficiales, de las cartas de la realeza y los libros de la Iglesia. En seguida, con el primer saludo de temor y cautela, procedieron a devorar las palabras de los nativos. Con la ayuda de ladridos y gruñidos de mastines, absorbieron todo lo que salía de aquellas bocas llenas de asombro y espanto. Se tragaron lo que escucharon. Eran insaciables… Al final, asistidas por el fuego y el látigo, de sus fauces chorreaba sangre de lenguas indígenas, y con ese banquete crecieron, se multiplicaron y se ensancharon. Entonces se quedaron, y fue para siempre…”

¡Qué bien hablan nuestro idioma común en Sudamérica! Es una auténtica gozada leer a escritores de allá. No me resisto a citar a algunos  periodistas. Como el colombiano Reynaldo Spitaletta,  para el cual el periodismo nació en la Modernidad y  la Ilustración le dio un carácter de servicio a los más desprotegidos, de vocero de los oprimidos y olvidados de la historia; y de las luchas contra las injusticias y los atropellos. El verdadero  periodismo se caracteriza por su esencia combativa, su capacidad crítica y de poner en calzas prietas al poder. O el argentino Horacio Verbitsky:Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,  que del lado bueno se encarga la oficina de prensa.”

Pero dejemos el tema de las exquisiteces literarias y de los periodistas comprometidos sudamericanos.  Retornemos al tema del artículo. D. MacedoB. Dendrinos y P. Gounari  en el libro Lengua, hegemonía y poder: la hegemonía del inglés: “Igual que las políticas coloniales del pasado, la ideología neoliberal, con la globalización como su símbolo, continúa para promocionar políticas lingüísticas que lanzan al inglés como una ‘súper’ lengua que debe ser adquirida por todas las sociedades que aspiran a la competitividad en el orden económico del mundo globalizado”. Mas los efectos son otros como la imposición de una determinada cultura, especialmente la norteamericana, con otros valores del individualismo, el consumismo, la mercantilización de la sociedad”.  Aciertan de pleno ya que hoy nuestros jóvenes y los menos jóvenes también estamos más familiarizados con las hamburguesas de Burger King que con los bocadillos de jamón serrano. Y todos los españoles, sumisos a todo lo que venga de allí, sucumbimos ante el Black Friday, Halloween,  y el uso, queda mucho mejor, de Champions League en lugar de la Liga de Campeones…

No estoy en contra del uso de una lengua hablada internacionalmente para facilitar la comunicación entre los seres humanos. Pero de lo que sí estoy en contra es de determinados efectos colaterales muy negativos de la imposición del inglés. Veamos algunos. Al respecto me parece interesante el vídeo disponible en la red, de Patricia Ryan, profesora de inglés, titulado Don´t insist on English! (No insistas en inglés). Entre otras cosas señala: «Hoy día las lenguas están desapareciendo más rápido que nunca. Cada 14 días desaparece una; y, a la vez, el inglés es la lengua mundial por excelencia. ¿Podría haber alguna conexión? Su enseñanza es un gran negocio. Según el último ranking mundial de universidades, las mejores están en Reino Unido y EEUU. Mas, si no eres nativo has de pasar un examen. ¿Es correcto rechazar a un estudiante solo por su conocimiento lingüístico? La investigación, las revistas científicas todas en inglés. ¿Qué ha pasado con la traducción? En el Renacimiento islámico se traducía muchísimo. Del latín y el griego al árabe y al farsi, y de esas a las lenguas germánicas y romances de Europa. Y así iluminaron la Edad Media europea. No estoy en contra del inglés. Pero no debe ser un obstáculo. Nuestro sistema equipara inteligencia con saber inglés, algo arbitrario. (Mientras emite tales palabras como fondo aparece la figura de George Bush) Grandes genios no tenían que saber inglés. Un claro ejemplo: Einstein. Afortunadamente no tuvo que aprobar un examen de inglés, porque el TOEFL, el examen de inglés estadounidense, no existía antes de 1964.

Recientemente en determinados medios de comunicación apareció la noticia de que el ansia por dominar el inglés se les está yendo de las manos a los holandeses. Las universidades de Maastricht y Twente acaban de ser demandadas por una asociación de docentes que considera que su oferta de clases en inglés es excesiva: el 23% de los grados y el 77% de los másters se imparten en lengua inglesa  También va a intervenir la Inspección de Educación de los Países Bajos, por no haber tomado medidas para frenar esta situación, que supuestamente pone en riesgo el idioma y la educación de los jóvenes. “La Ley de Educación Superior establece que las clases deben tener lugar en holandés, a menos que haya necesidad de utilizar otro idioma. La demanda es sólo la culminación de una protesta que lleva meses cociéndose en los Países Bajos. Un manifiesto firmado por más de 6.000 personas cuenta sus motivos de fondo. “El uso excesivo de inglés conduce a la degradación del lenguaje. El nivel C1 es insuficiente para dar clases en la universidad. El vocabulario es un 40% más pobre que en la lengua materna y ello implica una pérdida de calidad en la educación”. Además, la asociación considera que el aumento del inglés se debe a razones puramente económicas: “Las universidades quieren generar más ingresos y por eso, atraen alumnos internacionales. En definitiva razones de tipo económico.  

En España está ocurriendo lo mismo. En las fechas cercanas a la preinscripciones para las matrículas en muchos centros educativos de primaria y secundaria, privados, concertados o públicos, observamos rótulos «centro bilingüe». Obviamente es inglés. Su enseñanza es sinónimo de excelencia educativa. No he visto ninguno con el rótulo «centro educativo para la solidaridad».

Este mantra del bilingüismo, sobre todo en inglés, aunque también algunos centros en francés y alemán, se ha extendido por todas las comunidades autónomas desde la de Madrid. Madrid, es el rompeolas de las Españas. Diferentes informes disponibles en red: del Área de Educación de Izquierda Unida, de la Plataforma Acción Educativa y de la Universidad Carlos III se muestran muy críticos sobre los programas de bilingüismo. Señalan «el bilingüismo que se está implantando en el actual sistema educativo resulta destructivo para las asignaturas impartidas en inglés, que son sacrificadas en aras del aprendizaje del idioma, con una creciente dificultad en el alumnado a la hora de comprender los conceptos específicos de cada disciplina». Los libros de texto de las materias en inglés lo único que hacen es reducir los contenidos y abordar las asignaturas, ya desde primaria, dando por supuesto que el alumnado que nació siendo bilingüe o en un mundo angloparlante.

Además se está configurando como un elemento de segregación social. En los centros con programas y secciones bilingües se agrupa al alumnado según el dominio del idioma. En el grupo no bilingüe se concentran precisamente los que más dificultades tienen. Esto se contradice abiertamente a una educación basada en la equidad y la inclusividad en la educación obligatoria. En las aulas bilingües ha aumentado el porcentaje de alumnado de familias con estudios universitarios (del 33% al 39%), el de familias de ocupaciones profesionales (24% al 29%); disminuyó el de alumnado inmigrante (del 19% al 13%), en particular los de origen latino (que pasaron del 10% al 6%) y el de alumnado con necesidades educativas (del 11% al 6%). Como analiza Cesar Rendueles (2016) «Seguramente la herramienta de discriminación social más ambiciosa que se ha ideado en España es el programa de bilingüismo de la Comunidad de Madrid (CAM), una auténtica pesadilla elitista». Como los alumnos no pueden seguir el ritmo de aprendizaje del inglés, los padres, que pueden, tienen que recurrir a profesores particulares o academias. ¡Proliferan como setas en Zaragoza!

Se ha desarrollado un gran negocio de la evaluación del inglés a través de exámenes por empresas externas para el alumnado de 2º, 4º y 6º de Primaria, y de 2º y 4º de ESO. Pruebas encargadas a corporaciones asociadas a universidades inglesas y que cobran por cada examen entre 40 y 100 euros. Estos exámenes externos no se ajustan estrictamente al currículo del curso, sino que son establecidos por las instituciones en función de sus propios protocolos, alineados con los niveles del Marco Común Europeo. Dado que han pasado más de 200.000 alumnos/as solo en Madrid en diez años, imaginemos el negocio que pagamos la ciudadanía, para acreditar el nivel de bilingüismo. Esa presión por acreditar el inglés ignora los ritmos de aprendizaje de los alumnos y desprecia la opinión de los educadores.

Como dice Ángel Santamaría, no se puede renunciar al aprendizaje del inglés y otras lenguas extranjeras en el sistema educativo público, pero no nos obsesionemos con ser bilingües a cualquier precio. Y mucho menos por preguntarnos a cada rato si lo somos, pagando —eso sí— para que nos respondan.

Y lo más grave es que bajo el camuflaje del idioma se nos está imponiendo una cultura determinada como han señalado antes D. MacedoB. Dendrinos y P. Gounari  en el libro Lengua, hegemonía y poder: la hegemonía del inglés. Merece la pena insistir en esta idea. Todo lo que provenga de los Estados Unidos los europeos embelesados lo miramos con envidia, y con cierto retraso tendemos a imitarlo.  Allí se produjo  el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado, donde todo puede comprarse o venderse.

Al terminar la Guerra Fría, los mercados y su ideología mercantil gozaban de un extraordinario prestigio, Ningún mecanismo para organizar la producción y distribuir los bienes se había mostrado tan eficaz en generar bienestar y prosperidad. Pero luego los valores del mercado invadieron aspectos de la vida tradicionalmente regidos por normas o valores no mercantiles. El sociólogo norteamericano Michael J. Sandel  en su libro Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado, refleja toda una casuística de esa invasión ilimitada del mercado a muchas actividades humanas en USA. Disponer una celda más cómoda en una prisión pagando 82 dólares por noche. Derecho a emigrar a USA invirtiendo 500.000 dólares. Suscribir una empresa seguros de vida de sus empleados, sin conocimiento de estos, para cobrarlos ella. Comprar el seguro de vida de una persona enferma de cáncer, pagando las primas anuales mientras viva y luego cobrarlo al fallecimiento con suculentos beneficios. Mas, quiero fijarme, como docente, en el ámbito educativo. Chanel One transmite mensajes publicitarios a millones de adolescentes obligados a verlos en aulas de todo el país. El programa de noticias  de televisión, de 12 minutos y comercialmente patrocinado, lo lanzó en 1989 el empresario Chris Whittle, el cual ofreció a los colegios televisores, equipos de vídeo y conexión vía satélite, todo gratis, a cambio de emitir el programa todos los días y exigir a los alumnos que vieran los dos minutos de anuncios. En el 2000 Channel One fue visto por ocho millones de alumnos en doce mil colegios. Así han podido anunciarse Pepsi, Snickers, Clearasil, Gatorade, Reebok, Taco Bell… Los alumnos aprenden conceptos sobre nutrición con materiales proporcionados por McDonald’s, o los efectos de un vertido de petróleo en Alaska con un vídeo grabado por Exxon. Procter & Gamble ofreció unos materiales sobre medio ambiente explicando por qué los pañales desechables eran buenos para la tierra. Boletines de notas con el anagrama de McDonald’s, además de ofrecer a los niños con sobresalientes y notables en toda las asignaturas, o con menos de tres ausencias, una comida gratis en un McDonald’s. ¿Esto es lo que tratamos de imitar? ¿Somos conscientes de su extraordinaria gravedad?

En una sociedad en la que todo se puede comprar y vender, la posesión  de dinero supone la mayor de las diferencias. Por ello, la mercantilización juega a favor de las desigualdades, de su incremento y de su expansión. No solo se amplia la brecha entre ricos y pobres, sino que la mercantilización de todo intensifica la necesidad de tener dinero y vuelve más cara la pobreza.

Por otra parte, la mercantilización genera otra secuela no menos grave: la corrupción. Se argumenta que los mercados son imparciales e inertes, que no afectan a los bienes intercambiados, pero al poner precio a los objetos, bienes, relaciones y servicios, modificamos su naturaleza, los tratamos como mercancías o instrumentos de uso y beneficio, y, por ello los degradamos. Conceder plazas en una universidad para el mejor postor podrá incrementar sus beneficios, pero también está degradando su integridad y el valor del diploma. Contratar a mercenarios extranjeros para que combatan en nuestras guerras podrá ahorrar vidas de nuestros ciudadanos, pero corrompe el significado auténtico de ciudadanía.

El razonamiento mercantil vacía la vida pública de argumentos morales. El atractivo de los mercados estriba en que no emiten juicios sobre nuestros gustos satisfechos. No se preguntan si ciertas maneras de valorar bienes son más dignas o más nobles que otras. Si alguien está dispuesto a pagar por sexo o un riñón y un adulto consiente en vendérselo, la única pregunta que se hace el economista es, ¿Cuánto? Los mercados no reprueban nada. Nuestra resistencia a contraponer argumentos morales al mercado, al aceptarlo sumisamente,  nos está haciendo pagar un alto precio: ha vaciado al discurso público de toda energía moral y cívica, y ha propiciado la política tecnocrática, que hoy nos invade. Un debate sobre los límites morales del mercado es necesario e imprescindible.

Esta americanización, o McDonalización de Europa explica la profunda crisis política, económica, social, cultural y de valores de la Unión Europea, lo que significa que esté perdiendo sus auténticas señas de identidad.   Los dirigentes de la UE todavía no se aperciben de esta grave situación, de momento, irreversible. Sus dirigentes y la inteligencia europea, si todavía queda algo de ella, han perdido toda capacidad de imaginar otro futuro, y solo saben insistir en los viejos dogmas ya fracasados: respetar los criterios de Maastricht, pagar las deudas y salvar a los bancos a expensas de los salarios, pensiones y servicios públicos. Estamos en manos de burócratas anónimos e invisibles, que nos recuerdan El Castillo y El Proceso de Kafka y que se limitan a seguir a rajatabla a tecnócratas. La política ha desaparecido. ¿Dónde está el pensamiento creativo europeo? ¿Dónde están los pensadores, poetas, artistas que inyecten visión e imaginación para el futuro de Europa? El pensamiento brilla por su ausencia. El conformismo y el dogmatismo impregnan el discurso político. No obstante, también hay grandes pensadores, cuyas visiones de Europa, nos proporcionan un resquicio de luz para salir de este túnel. Uno de ellos es George Steiner, que en un librito La idea de Europa, producto de una conferencia en  el Nexus Institute en Ámsterdam en 2004, expuso, a partir de cinco axiomas, su idea Europa: una unidad cultural con sentido y no una asociación arbitraria y azarosa de países.

Europa en primer lugar son sus cafés. Lugares para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y el cotilleo, para el poeta o el filósofo con su cuaderno. En el Milán de Stendhal, en la Venecia de Casanova, en el París de Baudelaire, el café albergó a la oposición política. Danton y Robespierre se reunieron por última vez en el Procope. Jaurés en 1914 fue asesinado en un café. En otro café de Génova escribe Lenin su tratado sobre empirocriticismo. Los bares americanos son otra cosa, nadie escribe tratados políticos en ellos.

Europa ha sido y es paseada. Su cartografía tiene su origen en las capacidades de los pies humanos. Los europeos han caminado por sus mapas, de pueblo en pueblo. Hay cumbres, ciénagas, terrenos áridos, pero no son obstáculos insalvables. El paisaje ha sido moldeado y humanizado. La diferencia con USA es inmensa, con grandes extensiones, desiertos, bosques. A ojos americanos, las nubes europeas parecen domesticadas.

En Europa el pasado pesa mucho, mientras que en USA es el futuro. Las calles en las ciudades europeas llevan nombres de políticos, artistas, literatos, científicos, filósofos. En USA se designan por números, por letras y a veces con árboles y plantas. Europa es el lugar de la memoria. La cultura norteamericana está orientada hacia el futuro, por eso Henry Ford señaló que “la historia es una estupidez”. 

Europa se ha formado a través  de una doble herencia: Atenas y Jerusalén; o lo que es lo mismo, de la razón y de la fe, de la tradición que humanizó la vida, posibilitó la coexistencia social, trajo la democracia y la sociedad laica; y la que produjo los místicos, la espiritualidad y la santidad, y, también, la censura y el dogma, el fanatismo religioso, las cruzadas, la Inquisición, las grandes matanzas en nombre de Dios y la verdad religiosa.

Y en quinto lugar  Europa desde siempre ha albergado una autoconciencia de su posible desaparición, mucho antes del apocalíptico diagnóstico de Spengler en su obra La decadencia de Occidente. En el cristianismo existe la creencia en el Juicio Final. En Europa, a diferencia de otras civilizaciones, siempre ha intuido que un día se hundiría bajo el peso de sus conquistas, de su riqueza y de su compleja historia. Dos guerras mundiales y los recientes genocidios en los Balcanes “llevaron este presentimiento al paroxismo entre 1914 y 1945, de Madrid al Volga y del Ártico a Sicilia, unos cien millones de seres humanos -niños, ancianos, mujeres- perecieron por obra de la guerra, las hambrunas, la deportación, las limpiezas étnicas y las «bestialidades indescriptibles de Auschwitz o el Gulag». Y a veces, como si no tuvieran bastante, necesitan saciar su capacidad destructiva fuera de sus fronteras. Jean Paúl Sartre en el prólogo de Los condenados de la tierra de Frank Fanonafirma: Europa hace siglos que en nombre de una pretendida aventura espiritual ahoga a casi toda la humanidad.

Steiner se pregunta si este presentimiento puede hacerse realidad algún día, como consecuencia de dos peligros: “la reducción de la vida espiritual en Europa”, en razón de la americanización de sus costumbres —vaticinada por Weber— , y la posibilidad de que Europa olvide hoy como en otras ocasiones que en ella nacieron la filosofía y la idea de la razón. A Steiner le preocupa la repetición de su historia: los odios étnicos, los nacionalismos chovinistas, las reivindicaciones regionalistas. Nunca más guerras intestinas. E  igualmente la uniformización cultural producto de la globalización, que está destruyendo la gran variedad lingüística y cultural que es el mejor patrimonio del Viejo Continente.

Cándido Marquesán Millán

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