
El traslado de los restos mortales del general golpistas Francisco Franco desde el Valle de los Caídos hasta el cementerio de Mingorrubio (poblado justo al lado de la que fue eterna residencia en vida del dictador, El Pardo, y donde vivían en coquetas casitas adosadas los miembros de su Casa Militar), camposanto en el que yace su esposa Carmen Polo, está convirtiéndose en una astracanada sin fin, si no fuera por la gravedad de la entrada en escena del prior del Valle de los Caídos Santiago Cantera, y su cohorte de albos mariachis (¡ay si San Benito levantara la cabeza! Más allá de esa idea ampliamente compartida en diferentes ámbitos que quiere ver en la negativa a permitir el acceso a la basílica para realizar la exhumación una numantina defensa del carácter turístico del lugar, y que tantos réditos produce a los monjes de marras, lo que verdaderamente cuenta son los significados y mentalidad de unos monjes que se consideran siervos de Cristo y defensores de la religión católica.
Nadie, a estas alturas de la historia, cuestiona la libérrima elección de creencias que cada cual desee, faltaría más. Y eso significa que quienes depositan en las distintas religiones el futuro de sus almas mientras en el presente se comprometen con determinados valores tienen todo el derecho del mundo a hacerlo. Pero teniendo claro que en cuestión de creencias no existe la unidad, sino muy contrario hay una enorme pluralidad. Nadie es más nadie y nadie posee su verdad absoluta. Y evidentemente, también existen muchísimos ciudadanos cuyos posicionamientos en cuestiones de religiosidad van desde el agnosticismo hasta el ateísmo. Todos tienen derecho a defender sus posiciones.
Mas una cosa son los derechos individuales y otra los colectivos. El Estado nunca debería ser confesional. Tiene que ser laico. Debe tener muy clara la separación entre la Iglesia, las diferentes Iglesias, y el Estado, la res publica, el Gobierno. Nada de esto sucedió durante el franquismo, esa atrocidad bendecida por la Iglesia Católica que no tuvo empacho alguno en elevar la sublevación y represión franquista a la categoría de Cruzada (el que lo desee puede ver las fotografías brazo en alto de cardenales, Obispos y clérigos de toda condición). Esos hombres de religión que decidían sobre las vidas de quienes no sintonizaban con sus ideales, que chivaban y abrían las puertas a paredones y cunetas a tantos y tantos hombres y mujeres.
Hubo una Iglesia trabucaire, en gran medida responsable de los desmanes cometidos desde el bando franquista. Y no se cortaron un pelo. Hasta acordaron que su Generalísimo fuera bajo palio a los diversos fastos que se pretendían plenos de religiosidad y amor al prójimo. Hoy parecía que todo ello era ya recuerdo de un ominoso pasado. Y en estas llegó Santiago Cantera.
Este individuo, falangista confeso, entre exabruptos, mentiras y ensoñaciones varias, se niega rotundamente a que salgan del Valle los restos de su amadísimo general Franco, desoyendo los dictados tanto de las autoridades judiciales como de sus responsables religiosos. Ha llegado a decir al Vaticano “que le den”, que en su huerto ni pincha ni corta. No es una excepción, como algunos sostienen. Es uno más de tantos y tantos religiosos que todavía sueñan con enviar al infierno, cunetas con carácter previo, a los infieles. El Abad Cantera, en, es lo mismo que su antecesor fray Justo Pérez de Urbel, quien fue consejero del Movimiento nacional, miembro del Consejo Nacional de Falange Española y procurador en Cortes. Quien suceda a Cantera, será más de lo mismo.
¿Podría el Papa Francisco poner las cosas en su sitio? ¿Podría la Justicia española adoptar las medidas necesarias para evitar que curas trabucaires se la salten a la torera mientras expanden vientos de odio? De la familia Franco nada que decir. Todo está dicho.
ESTO ALFINAL será peor que la maldición de MONTEZUMA