Desde hace muchos años en política me he de unir, organizar, movilizar, votar… por aproximación. No porque la edad me haya dado una forma de visión menos restringida de las cuestiones sociales, sino porque esa visión más amplia choca con la cerrada defensa de consignas de cada día voceadas por líderes de ocasión y por unas bases que son capaces de no delegar nada sino la funesta manía de pensar.
En medio de todos estos líos preelectorales que ahora mismo sufrimos, somos más aún de izquierdas a pesar de una izquierda que no actúa como piensa sencillamente porque no piensa.
Pensar no es buscar argumentos justificatorios de los pasos que ya se han dado movidos por respuestas o paulovianas a las acciones de otros ni redondear titulares. Sobre todo, pensar no es imaginar que se vive en un mundo que no existe y de paso imaginar un mundo que nunca existirá.
En el fondo de esta crisis «electoral» que vivimos no sólo en Zaragoza y Aragón sino en toda España, está la tremenda crisis de identidad de las izquierdas, que han vivido una legislatura con un estéril cortoplacismo y han establecido entre sus grupos unas relaciones insinceras porque ni siquiera bajo las mismas siglas se ha vivido con sinceridad la actividad política.
Estas convocatorias de elecciones de 2019 no han hecho sino evidenciar y hacernos ver el monstruoso grado de confusión, desorganización, recelos mutuos y, sobre todo, falta de estudio y reflexión sobre la situación sociopolítica española, europea, mundial.
Se han perdido miles de horas en renovar las palabras mágicas que asombrarán a los nuevos catecúmenos y tranquilizarán a los ya iniciados. Hemos nombrado, luego existe. Mientras, el mundo ha evolucionado merced a las leyes impuestas por los más poderosos.
Ahora aquellos a quienes debemos defender lo van a pagar caro. Y no valdrá la excusa del enemigo malo, VOX, el «facherío»… Porque precisamente para combatirlo teníamos que haber estado. Y no lo hemos hecho.
Javier Delgado Echeverría
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