

Me levanto, y lo miro. Antes de dormir, le echo un último vistazo. Con los colegas, más de lo mismo. Hasta de fiesta. O incluso mientras bajo a comprar el pan. Bueno… y, por supuesto, también para desconectar del estudio. Siempre está al alcance de mi mano. El asunto es tocarlo, aunque solo sea durante unos segundos, aunque desconozco los motivos. Se ha convertido en uno de los bienes, por no decir el único, más preciado para la gente. Y yo me incluyo en el saco. El móvil lo tiene todo; constituye una especie de herramienta multiusos. Parece que se tratara de nuestro familiar más querido y cercano, con el debido respeto hacia padres y madres. La realidad es esta. Permanecemos anclados al mundo de la digitalización, de la web y de las redes sociales. Ya pertenecemos a esa rutina. Las relaciones interpersonales se están perdiendo, decaen en favor de los innumerables dispositivos digitales. Vas caminando por la calle, y las personas parecen andar con la moral baja, casi por los suelos. Nadie mira al frente; todos con la cabeza gacha centrada en un único punto: la maldita mini-pantalla. Y me vuelvo a meter en ese gran saco, que debe estar a punto de reventar.
La privacidad, la intimidad y la identidad desaparecen, se diluyen con nuestras acciones. El mayor problema que presenta Internet surge cuando uno se muestra incapaz de tomar las riendas de su vida y mantener el control sobre sus actos. Son incontables las situaciones de este tipo, sobre todo entre los más jóvenes, impasibles ante los posibles –y son muchos- peligros e impacientes a la hora de probar las novedades que brinda el medio. Además, los datos personales quedan almacenados en la red y nunca se eliminan completamente. Por lo tanto, conviene prestar más atención aún si cabe a la actividad digital. O somos precavidos y cuidadosos, o lo nuestro se convierte en lo de los demás.
Apunto también una curiosa contradicción: la ingente cantidad de información nos lleva, paradójicamente, a estar mucho más desinformados. Consumimos tan solo los contenidos que creemos necesarios, algo lógico por otra parte. Pero ignoramos en muchas ocasiones la verdadera esencia de la comunicación digital. Nos permite acceder a múltiples plataformas, navegadores, búsquedas, noticias, artículos, textos en general. Y parece que no nos damos cuenta. Debemos saber aprovecharlo, pero con suma moderación. No nos pasemos ni de ingenuos ni de listillos.
No obstante, destaco que la dependencia respecto a los medios es enorme; ahora mismo no podríamos vivir sin ellos. Nos facilitan, por no decir que resuelven, el trabajo, marcando los pasos a seguir en unas vidas que se antojan de una complejidad extrema si no existieran. Es muy triste, pero no queda otra. Las nuevas tecnologías nos están comiendo el terreno, y saldrán vencedoras de la “batalla digital” si no logramos revertir la situación. Desgraciadamente, y muy a mi pesar, el culpable es uno solo: el ser humano, su grandioso creador, que parece ya sentenciado. Ahora bien, todavía hay margen de maniobra. Queda tiempo para rectificar, para pensar con cabeza. Es hora de actuar y cambiar el panorama.
¿Por qué optamos por evitar las repercusiones negativas del mundo digital en vez de afrontarlas? ¿Por qué conocemos pero no pensamos? ¿Por qué metemos la pata de primeras si somos conscientes de la dificultad para remediarlo? ¿Por qué convertimos una ventaja en un problema? ¿Por qué no nos planteamos este tipo de cuestiones más a menudo? Las respuestas a estas preguntas determinarán el grado de interés que tengamos para aportar una correcta solución, provocando que la balanza se incline bien a nuestro favor o bien hacia nuestra perdición. Lo que queda claro es que no podemos dejarnos vencer por la tecnología. Tenemos que seguir siendo dueños de nuestras vidas, y no convertirlas en una serie de productos a vender. Pero a ningún precio ni al mejor postor. Todo en esta vida se enmarca dentro de unos límites, y más aún si hablamos en estos términos.
Nos hallamos pues ante el dilema de la brecha digital. En la actual sociedad globalizada, una sociedad en plena expansión que avanza a pasos agigantados, no puede reinar el descontrol. Debe primar el orden. Internet, medios, redes sociales, tecnologías y personas. La comunicación digital engloba estos conceptos. Todos ellos deben agruparse en un gran saco, un saco que no explotará si las cosas avanzan por el trayecto adecuado. Y no olvidemos que somos nosotros los únicos responsables de trazar el buen camino.
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