
La movida generada por el famoso máster de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, tiene una triple dimensión, la humana, la política y la propiamente universitaria. Todas ellas concurren ahora en una mujer sobre cuyo futuro tantas expectativas se abrieron, hoy ya condenadas al territorio de los sueños rotos.
Como ser humano tiene todo el derecho del mundo a formarse y dotarse del mayor número de conocimientos posibles. Nada que objetar, salvo que cualquier tipo de estudios requiere cumplir las exigencias necesarias para realizarlo. Si la actividad académica exige presencia, no parece correcto matricularse cuando no se dispone de tiempo para ello. La Universidad a Distancia sería el ámbito ideal para este tipo de situaciones. Cristina Cifuentes no disponía de tiempo para acudir a las aulas y seguir las materias en las que se había inscrito, ya que su trabajo primero como diputada regional y posteriormente de Delegada del Gobierno en la Comunidad madrileña no se lo permitía. Tareas importantes que exigen tiempo completo. ¿De dónde lo sacaba además para realizar trabajos académicos, asistir a exámenes y tutorías, etc.? Ningún compañero la recuerda y eso significa que, si realmente acudía alguna vez y era recibida fuera de los parámetros normales, estaba gozando de un trato de favor. ¡Ay aquello de la mujer del César, que además de honrada debía parecerlo! Quien mucho abarca poco aprieta, y seguro que eso le sucedió a una señora cuyas razones para realizar un máster nunca ha explicado suficientemente.
La señora Cifuentes, en segundo lugar, se ha visto sometida a explicar una serie de “irregularidades” relacionadas tanto con las asignaturas realizadas como con el trabajo necesario para obtener el máster. Nadie puede dudar de que las casualidades no existen. Situada en primera línea entre los aspirantes que podrían suceder a Rajoy en el PP, se ha visto sometida a una intensa búsqueda de elementos que pudieran dar al traste con sus aspiraciones. La porca política, que en absoluta justificaría las presuntas irregularidades de la presidenta madrileña. De no ser quien es, posiblemente no se hubieran dado las actuales circunstancias ni las presuntas irregularidades cometidas. Pero ya se sabe que existen filtraciones y filtradores. Una mujer ambiciosa que aspira a obtener un máster y que ocupa importantes cargos públicos que estaban nimbándola de todos los elementos para escalar aún más en esa hoguera de ambiciones que es la política. Ahí la esperaban.
Pero lo peor del asunto, siendo grave el comportamiento de la señora en cuestión, tiene que ver con la Universidad Rey Juan Carlos, la misma cuyo penúltimo Rector tuvo que salir por la puerta chica tras haber sido tachado de plagiario. Malo es que una Universidad esté dirigida por un Rector plagiario y sólo ello hace presumir que muchas otras cosas negras podrían suceder en el universitario reino de la Juan Carlos. Es humano errar y equivocarse en una calificación, asunto que conocido se resuelve fácilmente con una diligencia. Aquí paz y después gloria. Es intolerable todo lo demás, desde tribunales mal constituidos hasta presuntas falsificaciones de firmas pasando por un trabajo que se pierde, ¿cómo puede perderse un trabajo académico?, o los extraños comportamientos de algunos profesores (son funcionarios) que parece continuar haciendo de su capa un sayo feudal, alterando ética, estética y responsabilidad. Insólito. Y mucho más que documentos protegidos por la ley de protección de datos circulen públicamente como simples billetes de cinco euros. Funcionarios corruptos, tanto en el ámbito docente como en el de administración y servicios. Y unas autoridades académicas cuando menos incapaces y responsables últimas de tales desmanes.
Cristina Cifuentes ya es, o pronto lo será, un juguete roto. La Universidad Pública Rey Juan Carlos es una institución de mayor calado, que debería ser muy seria y que a buen seguro lo ponen de relieve la gran mayoría de profesores y trabajadores que ahí se encuentran. Pero está haciendo un daño terrible al concepto público de la Universidad, a lo que es su razón fundamental de existir. Éramos pocos y parió la corrupción también en la Universidad de la mano de gentes que se dice podrían estar próximas, cuando no algo más, al PP.
La Universidad es una institución muy golosa. Bueno sería que los partidos políticos, no la política, no metan la mano en ella. De momento, alguien debería adoptar severas medidas para que tras la necesaria luz y taquígrafos, los corruptos lo paguen. Esto no puede quedar reducido a Cristina Cifuentes.
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