El mito del emprendedor encubre una gran trampa

por Cándido Marquesán Millán

El mito del emprendedor encubre una gran trampa

del que se habla siempre es del de éxito

Cándido Marquesán
Cándido Marquesán, Profesor de instituto

Juan Carlos Monedero en El gobierno de las palabras. Política para tiempos de confusión nos refiere que en los primeros párrafos del Génesis Dios y Adán se repartieron sin mayor discusión los nombres de las cosas, lo que suponía además del reconocimiento de su existencia, el de su apropiación. Quien nombra, al fin y al cabo, manda y al nombrar, hace valer su interpretación de las cosas. Y esa interpretación, por lo común, beneficia a quien la hace. Nombrar es hacer política: obliga al colectivo que escucha esos nombres a interpretar la realidad de una manera determinada. De ahí el interés por parte del Poder de nombrar las cosas para apropiarse de ellas o para frenar su fuerza emancipadora. Los que ejercen la dominación han usado la enorme fuerza de las palabras para convencer y orientar nuestro comportamiento. Sirvan una serie de ejemplos. Tras la desaparición de la RDA y su disolución en la Alemania occidental, los niños cambiaron su cartilla escolar, que se llamaba nuestro primer libro por el de mi primer libro, primer paso de la incorporación al capitalismo. El ejército norteamericano oculta las muertes de sus guerras con el subterfugio de daños colaterales. Las rebajas de impuestos a los ricos, las denominó la Administración Bush como «alivio fiscal», lo que convertía al Estado en delincuente y a los ricos en víctimas. Las autoridades de los Estados Unidos se refieren a «procedimientos de facilitación de ulterior información», para evitar la palabra «tortura». El Vaticano a la pederastia, la denomina «traición a la gracia del Orden sagrado». La lista es interminable.

Si nos fijamos en nuestro Estado español, nos han familiarizado con una determinada terminología, con una finalidad clara de ocultar la realidad. A todo un conjunto de decisiones políticas, todas unidireccionales, ya que suponen daños durísimos a la mayoría de los españoles, se las enmascara bajo el epígrafe de «reformas estructurales», donde caben desde una reforma laboral que dinamita todos los derechos socio-laborales, a una reforma de las pensiones, que va a producir un gravísimo quebranto a los jubilados presentes y futuros. A veces algunas denominaciones son tan ridículas que suponen un auténtico insulto a la inteligencia de los españoles. A la amnistía fiscal, a la que se acogió Luis Bárcenas, desde el ministerio de Cristóbal Montoro se la denominó «Proceso de regulación de activos tóxicos». A los brutales ataques a los servicios públicos puestos en marcha por Dolores de Cospedal, en Castilla la Mancha, «Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos».

Los españoles deberíamos estar prestos y atentos en descubrir todos estos engaños camuflados en las palabras usadas desde los poderes públicos. Por ello, es totalmente imprescindible, recuperar el lenguaje en su potencialidad emancipadora. Según Emilio Lledó, «si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras acabaremos siendo inconformistas con los hechos».

Ahora quiero detenerme en una palabra que nos la está imponiendo por activa, pasiva y perifrástica: la de emprendedor. Tenemos que ser emprendedores. Es el bálsamo de Fierabrás para todos los males que nos acucian. Es claro que el espíritu emprendedor y la iniciativa es necesaria. Pero para emprender se necesita formación, estímulos, entornos institucionales y una cultura que dé sentido a estas actitudes, aspectos que no se citan. Tantos elogios del emprendedor y de la reinvención no son en absoluto inocentes. Y mucho menos si nos fijamos en su procedencia. Tras este bombardeo mediático del emprendedor se esconde una perversa y malintencionada operación ideológica, del más estricto neoliberalismo, para convertir las desigualdades sociales en culpas personales. Lo expresa muy claro Boaventura de Sousa Santos en la Segunda Carta a las Izquierdas. «Los neoliberales pretenden desorganizar el Estado democrático a través de la inculcación en la opinión pública de la supuesta necesidad de varias transiciones de la responsabilidad colectiva a la responsabilidad individual. Las expectativas de vida de los ciudadanos se derivan de lo que ellos hacen por sí mismos y no de aquello que la sociedad puede hacer por ellos. Tiene éxito en la vida quien toma buenas decisiones o tiene suerte y fracasa quien toma malas decisiones o tiene poca suerte». De ahí, sin darnos cuenta vamos aceptando la definición de parado: el que no tiene espíritu emprendedor.

Sin negar la importancia de los emprendedores, para que un país funcione se necesitan también gente normal. Aquí no todos vamos a ser Amancio Ortega. Se necesitan agricultores, empleados, médicos, profesores. Opciones elegidas por un importante porcentaje de ciudadanos, cuya aspiración no es el ser emprendedor, pero si proporcionar un servicio con responsabilidad, profesionalidad, esfuerzo, dedicación y vocación a la ciudadanía desde una residencia, un hospital, o un colegio públicos. Por otra parte, el mito del emprendedor encubre una gran trampa: el emprendedor del que se habla siempre es del de éxito.

Como colofón termino con un proverbio africano, recogido por Monedero “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de las cacerías las seguirán escribiendo los cazadores”.

Cándido Marquesán Millán

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