
En Europa como el fascismo fue vencido, fue posible un juicio legal a los criminales.
Pasados ya más de 40 años de la dictadura de Franco (El Funeralísimo, según Rafael Alberti) algunas de sus secuelas dañinas sobre la política y la sociedad españolas permanecen todavía incrustadas en nuestra cultura. Sorprende que a una dictadura brutal, que supuso muerte y represión para miles de españoles, equiparable a las de Hitler y Stalin, gran parte de la historiografía europea, incluida la española, la presente bajo el edulcorado epíteto de “dictadura del sur de Europa”. Para la historiadora inglesa Helen Graham, este hecho se explica por 2 motivos: por las consecuencias asimétricas de la Guerra Fría, y, por la manera en la que, como consecuencia de esta asimetría, los españoles todavía vivimos en unos referentes diseñados por la dictadura de Franco, cuya longevidad le permitió modelar su propia historia. Por ello, aún permanece de alguna manera invisible el mecanismo que originó la guerra en España: un ataque militar y paramilitar contra la población civil.
Para conocer los españoles la catadura moral y la extraordinaria crueldad de la dictadura de Franco nos puede servir una referencia de la ya citada Helen Graham en su libro Breve historia de la guerra civil de Espasa y Calpe, 2006, en su pag. 156. Franco no puso reparos cuando los nazis le propusieron despojar de la condición de prisioneros de guerra a los miles de republicanos españoles que se hallaban en su poder, accediendo así a que fueran enviados de los stalags (campos de prisioneros de guerra) a los campos de concentración. Fue la negativa de Franco a reconocer la nacionalidad española de los prisioneros lo que abrió la vía a la deportación. En efecto, las autoridades nazis anunciaron su política el 25 de septiembre de 1940, durante la visita a Alemania del lugarteniente de Franco, Ramón Serrano Suñer, ministro del Interior (y en octubre de 1940, también de Asuntos Exteriores) y jefe de la Falange. A partir de entonces los republicanos españoles fueron recluidos en muchos campos de concentración diferentes: Dachau, Oranienburg, Buchenwald, Flossenburg, Ravensbrück, Auschwitz, Bergen-Belsen, Neuengamme y, sobre todo, Mauthausen. Lugares donde murieron alrededor de 10.000 republicanos españoles.
La deconstrucción del marco de referentes franquista en la España “democrática” ha soportado grandes dificultades, incluso con una gran resistencia del aparato estatal, independientemente de la tendencia política que sea. Por ende, la presencia del franquismo sociológico sigue modelando hoy la memoria colectiva, constatable en la pertinaz y brutal oposición social e institucional a las campañas cívicas para buscar e identificar a los asesinados extrajudicialmente, que reposan en las fosas. Una prueba de ello, es la expulsión de la carrera judicial de Garzón por tratar de juzgar a los asesinos de la dictadura. Las carencias democráticas del estado y de la sociedad, que toleran esta situación, se deben, en gran parte, a las circunstancias de la transición española, ya que no se pudo responsabilizar a nadie del régimen franquista de los crímenes contra los ciudadanos. El miedo fue la base del período, generado por “la memoria de los crímenes” y por el poder continuado del franquismo en sectores del ejército y de civiles armados. En este contexto se fraguó un acuerdo entre los principales sectores políticos- ya fueran socialistas, centristas o de derechas- de tapar ese pasado, eliminándolo del discurso político y tratando de imponer tal norma a la ciudadanía corriente. Se ha producido una asunción tácita, en la mayoría de la clase política postfranquista, de no exponerse ella misma o el aparato del estado a las inciertas consecuencias políticas de exponer y denunciar la violencia del pasado franquista. De ahí el casi generalizado regocijo de la clase política con el apartamiento de Garzón de la carrera judicial. La transición supuso una continuidad con el periodo anterior, ya que no hubo salida del personal franquista ni del poder ejecutivo ni del judicial, ni una renovación completa de la clase política. Por ello, se han mantenido ciertas actitudes, como la consideración clientelar y de fuente de ingresos del estado. También en la España actual hay claras continuidades en la clase política, con la presencia de familias franquistas en el sentido literal, como en la influencia permanente de corrientes de grupos de interés políticos de la dictadura. Un ejemplo con respecto a las guerras de memoria es la presencia de poderosas asociaciones católicas seglares ultraconservadoras, que están desplegando una gran ofensiva para rehabilitar los mitos del franquismo con grandes medios económicos y con el apoyo mediático de la Iglesia Católica, en su cadena, la COPE.
Como contrapartida, ha habido y siguen extrañas omisiones y reticencias-incluyendo la censura pura y dura- cada vez que la televisión o la radio españolas, tanto privadas como públicas, se han de enfrentar con temas relacionados con los crímenes franquistas. En 1980 el director de cine Fernando Ruiz Vergara realizó el documental Rocío, que inicialmente fue seleccionado por el Ministerio de Cultura para el Festival de Venecia. Disecciona las estructuras de poder, tanto religiosas como laicas, que se esconden tras la Romería del Rocío. Además de enfrentase a la iglesia, tocó el tema de la represión franquista en el pueblo vecino de Almonte. El director fue acusado de difamación, y los jueces procedentes del franquismo le multaron, encarcelaron y destruyeron profesionalmente.
Ya en siglo XXI, el documental catalán Els nens perduts del franquisme (2002), dio a conocer el escándalo de los niños de presas republicanas, secuestrados por el régimen franquista, y que tuvo que esperar 5 años para ser exhibido en todo el estado, y en la 2ª de TVE. Mas la censura hoy se mantiene. Al tener noticia de lo que relato a continuación, como español me he sentido avergonzado. Otro documental, sueco, ganador de un premio en 2008, Mari-Carmen España: the End of Silence de Martin Jönsson y Pontus Hjorthén, relata los intentos de una mujer de exhumar los restos de su abuelo, ejecutado extrajudicialmente en el sur de España. Es una gran obra que refleja la complejidad política actual. Ha sido ensalzado internacionalmente y se distribuye comercialmente en colegios de Alemania y USA como recurso didáctico. Sin embargo, en España nadie y ninguna cadena de televisión lo ha querido comprar para distribuirlo, que yo sepa hasta el momento que he escrito estas líneas. Lo mismo sucede con el documental innovador e intenso emocionalmente Death in El Valle, realizado en 1996 por Cristina M. Hardt, una fotógrafa española-norteamericana de New York, que describe también la ejecución extrajudicial de su abuelo en 1948.
La situación de España en relación con la dictadura fascista es anómala. El contraste con el resto de Europa es desolador. Mas, todo tiene una explicación. Evidentemente que son distintas la Guerra Civil y el Holocausto, pero en ambos casos hubo víctimas inocentes que piden justicia. Además la Guerra Civil fue el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial y hubo un vínculo entre ambas. Lo específico del caso español es que, a diferencia de lo ocurrido en otros países, aquí el pueblo luchó, murió y mató por defender la República, es decir, por luchar contra el fascismo. Esto no ocurrió en Alemania, donde Hitler subió al poder a través de las elecciones. O en Italia, donde Mussolini realizó su entrada triunfal en Roma. O en Francia, donde, con un ejército muy superior al español, la lucha contra el fascismo duró dos semanas. Esa es la gran diferencia entre España y Europa. En Europa gracias a que el fascismo fue vencido, se hizo posible un juicio legal a los criminales y el desarrollo de una memoria histórica. En España, sin embargo, la República fue derrotada dos veces: por el fascismo y por los aliados, como decía Indalecio Prieto, cuando pedía que los aliados consumaran el plan de liberación de Europa del fascismo. ¿Por qué no aplicamos en España a la memoria histórica el rigor y las consecuencias aplicadas en Europa a las víctimas tras la SGM? Pues, porque en España según Antonio García Santesmases se ha producido el olvido de la memoria republicana. Este proceso se inicia cuando los aliados deciden no intervenir en España. En ese momento ya el pasado no cuenta, el destino de España ya no se va a vincular a su pasado, sino hacia el futuro. La experiencia de la República ya no cuenta, lo que cuenta es otra cosa. Por un lado, la consolidación del franquismo, y, por otro, la aparición de una oposición antifranquista; pero lo común a los dos casos es el olvido. Ni el franquismo ni la oposición quieren saber nada de la República. Los dos grupos sociales plantean el pasar página. Y es comprensible que el franquismo lo hiciera. Pero ¿por qué la oposición tampoco quiere recordar? Esto es lo enigmático e interesante, porque esto explica lo que va a ocurrir luego en la transición democrática. Historiadores como Santos Juliá aducen que en los años 50 tuvo lugar ya la reconciliación de las dos Españas porque se encuentran luchando contra el fascismo hijos de los vencedores y de los vencidos. Es el gran argumento. España ya se ha reconciliado, ha superado su pasado en los años 50. “¡No vamos, en los años 70, a abrir un proceso ya cerrado!”. La consecuencia de esta teoría de la reconciliación era callar las voces del exilio, argumento que se ha impuesto como un mantra en la Transición, lo cual es una auténtica falacia intelectual, además de una perversa inmoralidad. Y los que se oponen con tanta visceralidad a la exhumación del Dictador, es porque quieren que ese símbolo de la Victoria, se mantenga, que es en definitiva lo que quieren los Aguado, Díaz Ayuso, Monasterio o Sánchez Drago. Y, por supuesto, la Derrota de los que lucharon en defensa de la II República. Esta es la explicación. Pero no deja de ser una auténtica inmoralidad.
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