

“La tensión como esencia de lo “español” es clara, nada más hay que repasar nuestra historia, llenas de fratricidas guerras civiles, lo que no impide un optimismo trágico, una valentía desafiante…”
Resulta muy conveniente para conocernos mejor el recurrir a personas de fuera, que al no estar inmersos en el fragor de la batalla diaria, les permite tener una visión más imparcial. Ejemplos de tal afirmación son abundantes. Citaré algunos. Gerald Brenan con El Laberinto español de 1943. George Orwell con Homenaje a Cataluña de 1938. Paul Preston con El Holocausto español de 2011; y Helen Graham con la mejor obra sobre la Guerra Civil, Breve historia de la guerra civil de 2011.
Para el presente son muy recomendables otros libros. Del brasileño Roberto Mangabeira, catedrático de la Universidad de Harvard y exministro de Lula, España y su futuro, ¿un país en transformación? de 2009, donde nos dice que España es hoy un país sin un proyecto capaz de aprovechar su potencial. Existe un proyecto dominante en España, articulado por las elites y por los partidos. Pero es un proyecto que no sirve, porque no guarda relación íntima con las características más importantes y fecundas de la sociedad española. España, un país relativamente pequeño, se está convirtiendo, por culpa de la falta de imaginación de los que ocupan el poder, en un pequeño país, que al dejar de hablar con una voz diferente dentro de Europa, esta perdiendo contacto con las fuentes de su propia originalidad.
Del periodista portugués Gabriel Magalhâes Los españoles. Un viaje desde el pasado hacia el futuro de un país apasionante y problemático de 2016. Uno de los aspectos más relevantes que el autor manifestó en la presentación de su libro es que España es un país «de alto voltaje», atravesado por una línea de tensión y en el que siempre hay una parte que tiene miedo de quedar excluida. En este sentido, revela que siempre que vuelve a su país desde España se «desenchufa» y le invade una sensación de tranquilidad difícil de percibir en el país vecino de Portugal. «En España no se puede estar distraído» y «Es perfectamente posible que todo el mundo quepa, que nadie perciba riesgo de ser excluido, que todos puedan ser tal como es y que el resto se alegre de ello”. La tensión como esencia de lo “español” es clara, nada más hay que repasar nuestra historia, llenas de fratricidas guerras civiles, lo que no impide un optimismo trágico, una valentía desafiante (como la del personaje central de El 3 de mayo en Madrid de Goya) y un realismo pragmático, representado por Santa Teresa. Sobre ese sedimento histórico, que sigue presente, Magalhâes señala unas ideas claves para que España prosiga unida su destino y sin quebrantos. Hace falta consolidar la democracia para construir un espacio donde todo el mundo esté a gusto, ya que esta tradición no está plenamente asentada, como en el Reino Unido o USA. Se ha de crear una ética republicana, una ética para valorar el sentido auténtico de lo público, ausente en nuestro sentir. La tarea educativa es fundamental para contrarrestar el carácter nocivo de la televisión e Internet, como canales de desinformación. La televisión, nos dice, es una máquina perfecta de no pensar; que hipnotiza y adormece el alma de los españoles; por ello preconiza que los canales de televisión públicos y privados ofrezcan contenidos de calidad. Y por último, nos aconseja “El grupo dirigente que fuera capaz en el ámbito de la lengua de llevar un cambio legislativo modificaría la historia del país y garantizaría la unidad de la nación para mucho tiempo. Este cambio legislativo sería: el aprendizaje en la escuela, además de la materna, de otra lengua peninsular. No habría mejor disolvente para la crispación. “Una fuente de tolerancia” que contrasta con una visión política que se obstina en definir Babel como un anuncio apocalíptico del fin de la unidad de España. En una entrevista propuso para el problema territorial, pero que suena a sacrilegio, aunque esté en las leyes vigentes: “Es un drama que el catalán no sea sentido por todos como una lengua de todos. En Catalunya (en la sociedad) existe una enorme generosidad con el castellano, que no es recíproca, y que sería muy útil. No hay español que no sienta la Sagrada Familia o Gaudí como propios, ¿por qué no la lengua?” Sugiere que las escuelas españolas añadan a su currículum la enseñanza de catalán, euskera o gallego. Cuando se entienda que las lenguas son de todos el problema se acabó”.
Sobre el problema lingüístico que plantea muy bien Mangabeira, clave a la hora de explicar los problemas de vertebración territorial, en el que estamos inmersos y en el que no se vislumbra una salida razonable, merece la pena el libro La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011) de la profesora de literatura española de la Universidad de Illinois, venezolana y de origen español, Luisa Elena Delgado. Cuenta dos hechos, que me han servido de motivo de reflexión. En su Departamento de Español se estudian las 4 lenguas peninsulares, que se pueden escuchar de forma habitual en los pasillos. Y muestra su agradecimiento a Juan María Ribera Llopis que en los años ochenta del siglo XX preguntara a los alumnos de 4º de Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid si querían dar la clase optativa de Introducción a la Literatura Catalana en catalán, aclarando que se traduciría lo que fuera necesario. Que los alumnos dijeran mayoritariamente que sí, a pesar de no tener conocimiento previo del catalán ni ser, en la mayoría de los casos, de origen catalán, da la medida de cómo han cambiado las cosas a peor en España. Si hoy estamos así, son responsables la clase política estatal y la periférica, al haber utilizado la lengua como arma arrojadiza con fines electorales. Aquí, despreciando el gallego, el catalán o euskera, al imposibilitar su uso en el Senado, cámara de representación territorial; denominándola el LAPAO, o hablando el catalán en la intimidad. Allá, forzando la máquina, con leyes de normalización lingüística con el pretexto de que sus lenguas debían ser potenciadas por su situación de inferioridad respecto al castellano. Por supuesto, los medios de comunicación de aquí y de allá han contribuido a incrementar la tensión lingüística, en lugar de atenuarla. Y nosotros, los españoles, la hemos asumido e interiorizado, ya que como señaló Azaña: Un cartelón truculento es más poderoso que el raciocinio. Por ello, nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. Somos extremosos en nuestros juicios. Pedro es alto o bajo…Los segundos términos, la gradación de matices no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética. Cara o cruz, muerte o vida…
Otra voz foránea es la de Tom Burns Marañón, de doble nacionalidad hispano-británica, nieto de Gregorio Marañón, que fue corresponsal en la Transición de Financial Times y Washington Post y autor del libro De la fruta madura a la manzana podrida. El laberinto de la Transición española del 2015. La tesis central es que «la Transición fue la caída del árbol de la fruta madura» y hoy «la mercancía –la fruta, la manzana– está podrida». Los cambios sociales, económicos y culturales propiciados por la dictadura, hacían inevitable la llegada de la democracia. La “fruta madura” fue el deseo asumido por la sociedad española de reconciliación y normalización política. Mas, ese nuevo proceso abierto terminó por dilapidar el gran entusiasmo engendrado en sus inicios, de ahí “la manzana podrida”. Si todo ese torrente de ilusión colectiva se corrompió fue por una serie de motivos. El miedo escénico al cambio por parte de la clase política supuso la elaboración de una Constitución esculpida en piedra granítica, que imposibilitaba su adaptación y mejora de acuerdo con las lógicas exigencias del devenir de los nuevos tiempos. Una ley electoral injusta diseñada con el objetivo de institucionalizar un régimen bipartidista de corte europeo. Y sobre todo el establecimiento de unos híper liderazgos muy fuertes, como el de Felipe González consolidado por un triunfo arrollador en las elecciones generales de 1982 , sin que tuviera una auténtica oposición en el Parlamento tras la autodestrucción de la UCD-la única oposición provino de la UGT-, lo que supuso la construcción un partido muy jerarquizado y muy poco democrático en su funcionamiento interno, sin posibilidad de crítica ni debate, donde se elaboraban las candidaturas electorales en listas cerradas y bloqueadas. De ahí que el ejecutivo controlaba el legislativo, y este a partir del 1985 con la Ley del Poder Judicial al órgano de gobierno de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial. Se le atribuyó a Alfonso Guerra la frase “Montesquieu ha muerto”. Con tal estructura del partido la llegada de donativos del mundo empresarial nadie los cuestionó, con la subsiguiente lacra de la corrupción. Lo mismo puede aplicarse al liderazgo de José María Aznar, una vez tomó las riendas del PP en 1989. ¿Quién se atrevía a discreparle? ¿Quién denunciaba la corrupción? Y al final nombró a dedo, cual monarquía hereditaria, a su sucesor. El híperliderazgo de Pujol en CIU con las mismas secuelas. Tales híperliderazgos, una reminiscencia del franquismo, hicieron un grave daño a nuestro incipiente sistema democrático. Cabe pensar que los nuevos partidos emergentes no cometan el mismo pecado.
Termina Tom Burns, a partir de los 80, con el crecimiento económico, mejora del nivel de vida e implantación incuestionable por González del Estado de bienestar y la entrada en Europa, la sociedad española autocomplaciente por su “ejemplar” proceso de la Transición, se convirtió en una masa silenciosa que perdonó los pecados veniales y mortales de la clase política. Tuvo que llegar la crisis del 2008 para despertar.
Todo lo expuesto, además de otros hechos, nos ha conducido a la situación actual de nuestra democracia, que necesita ser reseteada. Estamos en una segunda Transición, debido a una nueva matemática parlamentaria con nuevas fuerzas políticas, que tiene que llevar a cabo unas reformas necesarias que el bipartidismo no quiso hacer: ley electoral, ley de los partidos políticos, financiación autonómica, reforma constitucional, vertebración territorial, regeneración institucional, etc. Reformas imprescindibles, porque nuestra democracia se ha hecho vieja, como le ocurrió en 1914 al sistema político de la Restauración borbónica de Cánovas y Sagasta. La historia, a veces se repite. En 1914 Ortega y Gasset en el Teatro de la Comedia de Madrid impartió una conferencia titulada Vieja y Nueva Política. Ahí van unos breves fragmentos de ella, que nos pueden servir para reflexionar:
“Ahora se van a abrir unas Cortes; estas Cortes no creo que las haya inventado precisamente un ideólogo; todo lo contrario; ¿no es cierto? Pues bien; salvo Pablo Iglesias y algunos otros elementos, componen esas Cortes partidos que por sus títulos, por sus maneras, por sus hombres, por sus principios y por sus procedimientos podrían considerarse como continuación de cualesquiera de las Cortes de 1875 acá. Y esos partidos tienen a su clientela en los altos puestos administrativos, gubernativos, seudotécnicos, inundando los Consejos de Administración de todas las grandes Compañías, usufructuando todo lo que en España hay de instrumento de Estado. Todavía más; esos partidos encuentran en la mejor Prensa los más amplios y más fieles resonadores. ¿Qué les falta? Todo lo que en, España hay de propiamente público, de estructura social, está en sus manos, y, sin embargo, ¿qué ocurre? ¿Ocurre que estas Cortes que ahora comienzan no van a poder legislar sobre ningún tema de algún momento, no van a poder preparar porvenir? … ¿Veis cómo es una España que por sí misma se derrumba? ¿Veis cómo es una España que por sí misma se derrumba? Lo mismo podría decirse de todas las demás estructuras sociales que conviven con esos partidos moribundos: de los periódicos, de las Academias, de los Ministerios, de las Universidades, etc., etc. No hay ninguno de ellos hoy en España que sea respetado, y exceptuando el Ejército no hay ninguno que sea temido. La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación”. Y añadió Salvador de Madariaga en su libro España de mi tiempo: “Al pintarla como de alucinación, Ortega la ennoblecía. Fue una era de tramoya y bastidores, de máscaras y barbas postizas, de teatro en sí, además de ser teatral: una era que pretendía ser lo que no era y simulaba creer lo que decía, a sabiendas de que no era lo que aparentaba ser ni creía en lo que decía”.
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