
Sé que lo que voy a expresar será polémico. Vamos a ver. Nos contaron y todo el mundo lo asumió: Nuestra Transición, después de la creación del mundo, fue el acontecimiento más importante de la historia. Con ella, todos los problemas, que aquejaban a España como el bálsamo de Fierabrás, estaban ya resueltos. Pues hay uno, evidentemente con la dictadura de Franco no existía, el de la vertebración territorial que no está resuelto. Está ahí. Quien no lo vea está ciego. Ante él, se puede recurrir a una solución drástica, como la que acabamos de ver: represión pura y dura frente a una ciudadanía indefensa. Muchos, por lo que podido oír en alguna barra del bar y ver en las redes sociales manifiestan su regocijo con ella. ¡A qué nivel de degradación moral está llegando nuestra sociedad! Y el presidente del gobierno, sin ningún tipo de remordimiento, aduce “hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Lo que me produce auténtico pavor. Hay otra solución, muy simple. Permitir que los ciudadanos de un determinado territorio, con una personalidad propia por historia, lengua, tradiciones, sentimiento y cultura puedan expresar su opinión sobre si quieren seguir formando parte o no de este proyecto colectivo que es España. ¿Qué es más racional permitirles que lo expresen u obligarles a la fuerza a que sigan formando parte de este proyecto colectivo? Yo he utilizado en repetidas ocasiones mi opinión al respecto. Lo he hecho con un ejemplo. Si en mi pareja observo ciertos indicios racionales de que no está a gusto conmigo, no tendré otra opción que preguntarle. Si me dice que no quiere seguir conmigo, me sentiré profundamente dolorido, pero le dejaré que siga su camino. Esto es lo lógico y racional. Una vez decidida la ruptura, habrá que negociar las condiciones de esta separación, asumiendo cada parte el reparto patrimonial y las deudas contraídas. Seguro que habrá alguno que esto le parecerá una auténtica locura en base a que considera que España es una realidad inmutable, que su unidad es un dogma incuestionable. Los Estados no son realidades inmutables. Pueden romperse o acrecentarse. Nada más hay que mirar el mapa de Europa de inicios del siglo XX y cotejarlo con el de 2017. Son muy diferentes. Por ello, entra dentro de lo posible que en unos años o decenios el Estado español se vea reducido. Y si esto ocurre, lo que me generaría un profundo malestar, el sol seguirá saliendo al día siguiente.
Retorno a lo ocurrido ayer, día 1 de octubre en Cataluña. Las imágenes producidas como español me produjeron profunda vergüenza. Me recuerdan los tiempos del franquismo. No puedo olvidar cómo se golpeaban a gente mayor, como si fueran narcotraficantes, cuando lo único que pretendían era votar. Conviene recordar que la ley según un principio romano summum ius summa iniuria. Por otra parte, los asesores de La Moncloa deberían haber previsto algo muy simple: cuando se arbitra una solución para un problema, no puede servir si esa solución multiplica y añade más problemas al existente. Es de cajón. Y como acaba de decir un periodista Josep Cuní, ya no sirve para nada ahora quién tiene la culpa o la responsabilidad. Lo verdaderamente importante e inolvidable, además de grave, es lo ocurrido el 1º de octubre. Muchos catalanes que no iban a votar, al ver esta imágenes lo han hecho. Creo que hoy Cataluña está mucho más lejos de España que ayer. LEY, LEY, LEY. Pues venga más Ley y solo Ley. En definitiva, el PP es una fábrica de independentismo. Y por supuesto, cabe pensar que Rajoy-Soraya y Puigdemont y Junquera están deslegitimados totalmente para negociar nada. Lamentable. Patético.
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