
Recuerdo que el verano era una temporada alegre en mi adolescencia, aunque extraña a un tiempo porque la vida cotidiana se interrumpía y una quietud inesperada en la casa sustituía al trajín de las idas y venidas, de las inquietudes, de las preocupaciones. Había suspendido mates, llegaba la hora de la ensaladilla rusa y se soñaba el cercano viaje con una mezcla de alegría y sorpresa de cariñosos fantasmas. También recuerdo que, durante las semanas de vacaciones y de jolgorio, no había muchas noticias en los periódicos que pudieran comentarse. Bueno, estaban los crucigramas y los jeroglíficos de Ocón de Oro –que siempre me ha parecido, incluso pasados los años, alguien parecido a Fischer-. Pero no podré olvidar las dos noticias que ocupaban año tras año las primeras portadas de los periódicos –dejando a un lado los crímenes que relataba El Caso con minucioso empeño-. Yo esperaba ansioso porque agosto era el mes en que se despertaba Nessie, el amigable monstruo que habitaba en las profundidades del lago Inverness en la lejana y nebulosa Escocia, atento siempre a un despertar que no difuminara su fama, y nos provocaba estupor volver a descubrir al animal que quería alumbrar nuestra sorpresa. Y he de confesar que, por otra parte, buscaba con ansia la fotografía del General con el atún pescado que, verticalizado, era más alto que aquel tipo al que dejaron combatir en la Legión por compasión toda vez que le habían rechazado como oficial de la Marina por enclenque y tartamudo: siempre supuse que el atún que llegaba a la fama era de plástico y confieso que durante años intenté saber en qué restaurante vasco se servía el atún del General cuya ración hubiera costado un dineral –y no encontré respuesta a pensar de haberme gastado dos sueldos de profesor, al menos, en conferencias y telegramas rogatorios-.
En este normal año de 2017, Nessie ha desertado y, para nuestra fortuna, no existe un General navegando en su Azor de mierda. De modo que uno tiene que esforzarse para encontrar en los periódicos algo que advierta que agosto sigue siendo un mes de vida. Puedo ser parcial, lo comprendo. Pero entiendo que, a falta de la gran serpiente de verano, bregamos día y día con lo que llamamos eufemísticamente “problema catalán”. Como diría Machado, el asunto catalán reaparece y, añadía, retorna siempre con rictus poco amigable. Leemos día tras día noticias sobre el llamado procés que es una manera de denominar lo que los dirigentes políticos catalanes, y algunos talibanes culturales, denominan como desconexión con el Estado español, con la Unión Europea, imagino que también con la ONU y con el sumsum corda. Me parece oportuno, y por esto mismo lo hago, intentar un análisis de algunos factores que enmarcan dicho procés.
Lo primero que llama la atención, provocando estupor o risa, es imperialismo cultural de los impulsores de la desconexión… Uno no sabe de qué buscan desconectarse porque nada hay más allá de su territorio, de su cultura y de sus universales iniciativas, pero lo cierto es que no podemos echar de menos a Nessie o al atún del general cuando descubrimos que miles de investigadores de todo el mundo y cientos de universidades han vivido siglos en la inopia ya que las montañas pintadas por Da Vinci en su Gioconda son las cumbres de Montserrat, que Cervantes e Ignacio de Loyola eran catalanes, que las naves que llegaron a América no levaron anclas desde Palos sino desde Palamós… Ínclitos autores como Bilbeny o Cucurull, prietas las filas en el Instituto de Nueva Historia y amparados por ERC y la ANC, se lucen día tras día regalando su saber a la ignorante humanidad. Y por si fuera escaso condimento, todo el circense aparataje ha culminado hace algunas semanas cuando al ayuntamiento de Sabadell no se le ocurrió mejor ocupación que encargar un informe para rastrear huellas fascistas en callejeros atendiendo el informe un licenciado en Historia, de honroso apellido vasco y castellano –como es Aban- para quien el respeto a Goya, Agustina de Aragón o Machado podía ser revisado. Entendiendo que algunas reflexiones machadianas le hayan descolocado al ilustre erudito y sobre ellos han escrito hermoso artículos Juan Cruz, Savater y J. Llamazares, me provoca estupor la duda sobre el progresismo de Goya –por ejemplo-… Desconozco si en el callejero sabadellense figuran personajes de innegable talante fascista o franquista como Samaranch o Dalí, pero recomendaría por mi parte que los soberanistas radicales comprobaran la radiografía política de algunos próceres políticos y culturales de nuestra querida Cataluña.
Un segundo factor reiterado es la confrontación entre legalidad y legitimidad… Doy por sentado que la mayor parte de las personas racionales saben lo que es la legalidad: aceptación de un orden jurídico que, cuando resulta avalado por un comportamiento democrático, alcanza el nivel de legitimidad. Como he escrito algunas páginas sobre el asunto centrándome en los procesos revolucionarios modernos puedo aceptar que existen momentos en los que la legalidad vigente, al constreñir las aspiraciones o reivindicaciones de un sector social o nacional, puede y debe ser sustituida por un orden jurídico más atento a las necesidades sociales. A lo largo de los siglos XVII-XIX la confrontación legalidad-legitimidad se resolvió merced a procesos revolucionarios de carácter violento, lo sabemos. Pero es que ni Inglaterra, ni Francia, ni Rusia permitían una alteración de la legalidad… Lo que no es el caso de las democracias occidentales asentadas muy especialmente después de la IIª G. M. donde pueden plantearse reformas constitucionales al estar recogidas la posibilidad de revisar las llamadas cartas magnas en la propia normativa legal constituida democráticamente. Tengo los suficientes años para reconocer los inconvenientes de la Constitución española –a la que, dicho sea de paso, no voté en su día-, para reivindicar su reformar, lo que no quiere decir que acepte diariamente su validez y me sienta amparado por ella –debido a lo cual ejerzo como funcionario público como, por ejemplo, la señora Forcadell a quien, por el contrario, o parece gustarle mucho la legalidad vigente aunque sea funcionaria del Estado que caracteriza como opresor, autoritario y no sé cuántas cosas más-…
Imposible eludir la referencia a un tercer factor… En éste se mezclan ignorancia, desvergüenza y tendencia totalitaria: me refiero al uso y abuso del talibanismo nacionalista del concepto de pueblo. Coincidiendo con el bicentenario de la Revolución francesa publiqué un libro titulado La mirada de Saturno, en uno de cuyos capítulos consideraba la acuñación del concepto pueblo por parte del jacobinismo robespierrista. Me he sentido estremecido al reencontrarme con su incorporación en el laboratorio independentista porque el concepto de pueblo, en el sentido moderno, tan sólo puede sustentarse sobre le exclusión de quienes no conecten con el poder político: es precisa la decapitación –física o ideológica- del adversario o disidente para bruñir entonces una identidad que, en efecto, grita unánimemente en favor de esta o aquella consigna. Tal fue la operación que llevó a cabo el jacobinismo eliminando, como es sabido, no sólo a los girondinos de la derecha sino también a los compañeros de viaje de la izquierda –de maratistas a extremistas radicales-. Y tal fue la aventura en la que Hitler embarcó a sus compatriotas que, para sentirse pueblo en el sentido del nacionalismo, hubieron de eliminar a judíos, comunistas y republicanos de distinta orientación. Así que atención… Desde luego, la purga llevada a cabo en los últimos meses por Puigdemont no auguran nada positivamente democrático: tenga cuidado, ciudadanía, la brigada de Montag está lista.
Claro que ni la invocación de la legitimidad superior a la legalidad, ni la conformación de un pueblo monolítico –puesto que quienes defiendan la unidad con el resto de España no pueden ser considerados catalanes- podría sustentarse si no fuera por la permeabilización en parte de la ciudadanía catalana y, desde luego, aventada por el Govern, de una idea supremacista de la identidad catalana. Creo que ha sido Pere Soler, comandante en jefe de la policía autonómica quien confesó en su toma de posesión que “los españoles le daban pena”. Normal en su territorio mental que le provoquen pena o risa Goya, Buñuel, Picasso o Falla, todos ellos españoles –algunos incluso, como Picasso, aficionado a la llamada fiesta nacional-. Puede detectarse entonces la distancia moral y política entre gentes como quien esto escribe, que admiraba la literatura catalana y que en varias ocasiones, en mi Facultad, que depende del opresivo Estado del que también es deudora la parlamentaria Forcadell, propuse tramitar la candidatura de Espriu al Nobel de Literatura, y una persona como el citado Soler a quien el resto de la humanidad le provoca risa. Creo que el gran peligro que afecta a parte de la ciudadanía catalana es la superproducción del supremacismo catalán, estrategia que comenzó a circular con el pujolismo –recuerdo a la Madre Superiora contrariada porque el entonces presidente de la Generalitat tuviera nombre extranjero-, engordada estratégicamente por ERC, y me detengo. En fin, algunos catalanes son superiores al resto de los habitantes de la Ibérica –castellanos, gallegos, portugueses- y habrá que acostumbrarse. Pero este supremacismo es la víbora introducida en el anhelo democrático de gran parte de la ciudadanía que vive en Cataluña. Este cuarto factor es el verdaderamente inquietante porque desemboca directamente en la defensa del autoritarismo…
Me despido con la sensación de que siempre que viaje a Cataluña será un extraño que puede ser equiparado a un buen salvaje pero nada más…
Posdata. Escribí este artículo días antes del atentado. No quise remitirlo entonces el Diario. Lo hago ahora después de escuchar el análisis del Honorable Puigdemont sobre el mismo en el que España desaparece, los mensajes de la ANC a EEUU para que no aparezca la bandera de España en ninguna manifestación de contrariedad ante lo sucedido y las declaraciones del ecuatoriano Forn en el que diferencia víctimas catalanas y españolas. Estupefacto e irritado. Todo esto es basura. Deseo que no vuelva el atún del general, quien invocaba la legitimidad del pueblo español para liquidarse a parte del pueblo español, pero me gustaría, de verdad, que retornara Nessie. Nessie, te amo tanto como a Groucho y Presley.
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