La teoría de la “espiral del silencio” en la “cuestión catalana”

por Cándido Marquesán

Teoría de la espiral del silencio
Cándido Marquesán
Cándido Marquesán, Profesor de instituto

La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann en su libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social de 1977, expone una teoría sociológica muy interesante denominada “La espiral del silencio”, cuyas premisas fundamentales expongo a continuación.

La sociedad amenaza con aislar a los individuos díscolos con el pensamiento dominante.  Los seres humanos experimentamos constantemente el temor al aislamiento, a ser rechazados por quienes nos rodean, ya que somos seres sociales y sentimos una acuciante necesidad de encajar en el grupo. Por ello, con mucha frecuencia nos mostramos reacios a manifestar públicamente nuestras opiniones, si intuimos que vamos a recibir algún tipo de rechazo de nuestro entorno. No es necesario que esa reprobación se manifieste de una manera explícita. Una mirada, un gesto o una mueca pueden ser suficientes para provocar nuestro silencio. Este temor al aislamiento provoca que los individuos estén constantemente «sondeando» el clima de la opinión pública para determinar qué opiniones pueden expresar. Los resultados de dichos sondeos afectan a su comportamiento en público, sobre todo su disposición o renuencia a expresar abiertamente sus opiniones. De acuerdo con ello, surge la llamada «espiral del silencio», que es la situación, que se dibuja a medida que aquellos que tienen posiciones minoritarias son enmudecidos, y las opiniones percibidas como mayoritarias aumentan y se vuelven dominantes. Ese silencio les hace invisibles en la esfera pública, lo que provoca que acaben teniendo la sensación de que su opinión es más marginal de lo que es en realidad. Esto refuerza aún más su temor al rechazo social, creándose así una espiral donde las voces minoritarias van progresivamente enmudeciendo.

No obstante, no siempre acontece así. Ya que también pueda darse un «núcleo duro», es decir, algunos individuos que al ser presionados reafirman y persisten en sus opiniones. Esta minoría estaría formada fundamentalmente por personas con mayores niveles educativos y económicos, así como por los que no les importa el aislamiento o la exclusión de la masa. Además esta minoría es necesaria para llevar a cabo los cambios necesarios en cualquier sociedad, mientras que la mayoría es un factor de estabilidad.

Esta teoría de la “espiral del silencio” podemos constatarla en la situación política actual de Cataluña, donde nuestro lógico hartazgo no debería suponer nuestra indiferencia. Las dos posturas dominantes, por lo menos en cuanto a su visibilidad, son muy claras y nadie tiene el coraje, o muy pocos, de cuestionarlas, por la “espiral del silencio”. Una, en Cataluña, es que no hubo golpe, y que existen “presos políticos”, como consecuencia de que la justicia española obedece las órdenes del ejecutivo, y como corolario concluyen que en España no existe una auténtica democracia, sino un régimen neofranquista. La otra, en el resto del Estado se aduce que en septiembre y octubre de 2017 las autoridades catalanas llevaron a cabo un golpe y que deben ser castigadas con toda la fuerza de la ley.

Pero por cobardía, o por falta de coraje, en Cataluña hay amplios sectores discrepantes de la postura anteriormente mencionada. Lo acaba de exponer en un artículo Jordi Évole en La Vanguardia, titulado Qué hace un chico como tú. “Fiscalías aparte, creo que no nos enteramos de la misa la mitad. Hay una Catalunya por lo bajini. Las intenciones reales se hablan como el catalán de Aznar: en la intimidad. Co­nozco muchos indepes hartos de que se siga ­invocando al mandato democrático del 1-O. Uno me dijo: “El 1-O es como el 6-1 del Barça al Paris Saint-Germain: fue histórico, pero no nos dio la Champions y a la siguiente ronda nos eliminaron”. También hay no ­indepes en la Cata­lunya por lo bajini: te dicen que sus líderes deberían dejar de ­hablar de golpismo, que hay que pedir perdón por el 1-O o que las penas que pide la Fiscalía son totalmente exageradas.  Pero ­todo de puertas adentro…Cuando les pregunto que por qué no dicen todo eso en voz alta (algunos tienen tribunas y atriles donde hacerlo) me dicen que si estoy loco: “¿Qué quieres? ¿Qué me linchen los míos?”. Tienen miedo a que la turba les ­ataque sin compasión. Porque esa turba, compuesta por un número ín­fimo de ­individuos, tiene mucha fuerza. Mucha más de la que en realidad re­presentan. Hacen mucho ruido, y no les importa ­manipular, difamar o señalar. Son los que han ido colgando la eti­queta de traidores a unos y a otros. Esta situación sólo acabará cuando al­gunos líderes políticos se envalentonen y le digan a los suyos lo que no quieren escuchar.

El “prietas las filas” ha matado el pensamiento crítico (y autocrítico), tan necesario en una situación como a la que hemos llegado. Hay que armarse de valor para desertar del batallón. Pero serán los desertores de los discursos puros los que nos sacarán del callejón. Atrévanse a hablar y no tengan miedo a que les digan: “Qué hace un chico como tú… diciendo una cosa como esa”.

Lo que señala Jordi Évole en Cataluña, creo que también se da en el resto del Estado. En el resto del Estado tampoco nos enteramos de la misa la mitad. Hay también muchos españoles que hablan por lo bajini. Que consideran que no hubo un golpe, lo que no quita que no deban ser castigados los dirigentes del Proces, y que por ello las penas solicitadas tanto por la Fiscalía y la Abogacía son excesivas, como también lo fue la actuación de la Policía Nacional el 1-O.  Y que son partidarios del diálogo.  No sé cuántos opinan así. Pero son muchos más de los que nos pensamos. Lo he comprobado en conversaciones con amigos. Pero que callan por temor a ser calificados por la masa de traidores a la patria.

Mientras esas voces de la sociedad, de los medios, de la academia y también de la política sigan hablando solo por lo bajini, tanto en Cataluña como en el resto del Estado, y no lo hagan con altavoces es evidente que no hay acuerdo posible.  Con golpistas no hay nada que hablar: se los detiene, juzga y encarcela. Con un régimen neofranquista no cabe colaboración alguna. Y esto es un círculo vicioso, del que habrá que salir de alguna manera.  ¿Cómo se va a llegar a un acuerdo, si ni siquiera se sientan a dialogar?  ¿No estamos en un sistema democrático? ¿Lo estamos o no? ¿Cuál es la esencia fundamental de la democracia? Lo refleja muy bien el Trabajo Diálogo y Democracia de Laura Baca Olamanedi, profesora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de Méjico (UNAM) y discípula de Norberto Bobbio.  Nos indica, que la democracia es, sin duda, el régimen político que tiene mayor vocación por el diálogo. Como valor ético de la política y como método para lograr consensos, el diálogo es consustancial a la democracia; permite la comunicación, el conocimiento, la comprensión, la empatía y los acuerdos entre actores políticos. Las libertades de conciencia, de expresión, de reunión, de asociación o el derecho de petición, por ejemplo, son conquistas que están en la base o suponen el ejercicio del diálogo. Asimismo, la democracia cuenta con instituciones y espacios como el parlamento y las campañas electorales en los que el diálogo es la forma de relación por excelencia entre los actores políticos. El diálogo es, pues, un medio para canalizar racionalmente la pluralidad política y también una forma de producir decisiones políticamente significativas y consensuadas. Perseverar en el diálogo es importante en una época como la actual, signada por profundos cambios en todos los ámbitos. En efecto, ante las tensiones generadas por la emergencia de la diversidad política, económica, social y cultural es necesario potenciar el diálogo para articular democráticamente las múltiples identidades existentes. El diálogo es un recurso de gran valía para evitar que las tensiones que genera la diversidad tengan como resultado la exclusión, la fragmentación y la violencia. Fortalecer la cultura política democrática implica, entre otras tareas, consolidar el ejercicio del diálogo como forma de hacer política. Es de sobra conocido que en la mayoría de las sociedades autoritarias el diálogo muchas veces es sustituido por el “monólogo”, es decir, por la práctica que, traducida literalmente, se refiere al “hablar consigo mismo”. El monólogo se impone cuando al exponer postulados políticos propios se excluye a los demás interlocutores, quienes con frecuencia dejan de ser adversarios para convertirse en enemigos irreconciliables a quienes se pretende eliminar.  Son muy claras las palabras de la profesora Baca Olamanedi. En España parece que no han calado en profundidad. ¿Secuelas nocivas todavía del franquismo?

Y estamos donde estamos porque no ha habido diálogo. Lo que ha habido es monólogo. Y evidentemente debemos salir de este monólogo.  Al respecto siempre viene bien recurrir a algunos grandes pensadores de nuestro pasado, para encontrar alguna luz en tiempos oscuros.  En su libro publicado en 1936 Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, Antonio Machado nos cuenta: “Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá? En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responderse a sí mismo. Lo único que ha interesado hasta ahora de nuestra propia pregunta, es nuestra propia respuesta. Tal actitud, puede que tenga que ver con la idiosincrasia de los españoles, incluidos también, de momento, los catalanes, aunque no sabemos el futuro, ya que consideramos estar en posesión absoluta de la verdad. Mas la verdad no es patrimonio de nadie, por ello Machado nos advirtió: “Tu verdad no; la verdad; y ven conmigo a buscarla”.

Cándido Marquesán

 

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