
La Triple A, también conocida como Alianza Apostólica Anticomunista, fue una organización terrorista tardofranquista, presuntamente vinculada a los aparatos represivos del Estado Español, que actuó en el País Vasco y en el País Vasco francés entre 1977 y 1982, durante la transición española. Un informe de la Oficina de Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco de 2010 le atribuye 8 asesinatos de las 66 víctimas mortales del terrorismo parapolicial y de extrema derecha desarrollado entre 1975 y 1990. Solo que ahora los tres jinetes del apocalipsis se llaman Casado, Abascal y Rivera. Y forman una alianza para meter a España en el túnel del tiempo, y devolvernos al más oscuro pasado.
La famosa foto del domingo 10 de febrero en Colón es para partirse de risa. Esa primera fila de los tres jefes de cada partido estratégicamente separados por algunos anónimos para no rozarse con la escultura egregia e inhumana de Santiago Abascal, que no pestañeaba, seguro de su momento de gloria. Abascal, otro, Pablo Casado, otras dos mujeres, y Albert Rivera, haciéndose el tonto, “no si yo es que pasaba por aquí. Me han dado un empujoncito, y aquí estoy. Todos tranquilos”. Detrás de esa primera fila, los vasallos de la triple A contenidos, nerviosos, porque las huestes enardecidas les empujaban de ardor patrio hacia el abismo. Estaban a punto de caerse todos (los pobres fotógrafos y cámaras también) al foso de agua de las fuentes de Colón. Solo faltaban los cocodrilos para que se los comieran a trocitos. Es una imagen ridícula que explica muy bien lo que se cuece en esos tres partidos henchidos de amor patrio y de odio, como los boleros, que no perdonan que se les haya echado del poder sin darse apenas cuenta.
A ellos el tema catalán se la suda (con perdón). Es la excusa perfecta para preparar el motín, el levantamiento, concitar la histeria colectiva de las jovencitas ultras (todas rubias y monísimas), chillando como locas cuando veían a las cámaras enfocar a sus tres idolatrados jinetes sin caballo todavía. La excusa perfecta para sacar las banderas al viento y recordar lo bien que se vivía con Franco —que, por cierto, sigue descansando tan ricamente en el Valle de los Caídos por Dios y por España— Hombres cabreados envueltos en banderas, señoras de permanente y oros, jovencitos dándose golpes en el pecho, que dan miedo porque tienen toda la pinta de dar un par de hostias a su novia en cuento les plazca, que para eso son soldados para reconquistar España de infieles, rojos, abortistas, comunistas, populistas y demás basura progresista. Me quedo con esa imagen de los líderes apretados en Colón a punto de caerse al abismo empujados por su propio odio y el que han inoculado a sus masas ignorantes y violentas. Dan miedo, eso sí; pero si nos paramos a pensar y comparar con manifestaciones recientes nos daremos cuenta de que 45.000 personas en Madrid (fuente del Gobierno de la Comunidad del PP) son cuatro gatos en comparación con las grandes concentraciones y marchas que han desbordado en los últimos años plazas, avenidas, calles, ciudades enteras para defender sus derechos, no para preparar otra guerra civil. Que es lo que parece que quieren estos tres desquiciados jovenzuelos
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