
Carla halló estabilidad laboral como Policía de Barrio en Madrid. Convocaron unas plazas, se presentó a las pruebas… ¡y salió elegida!
El primer caso al que tuvo que enfrentarse fue “el de los grafitis”, que llenaban las paredes en todo el centro de la ciudad. Y eran la mayoría iguales, como la marca personal, obsesiva e insidiosa de un solo grafitero. Decían: “COSTARICO”.
Había tantos grafitis de éstos, con distintos colores chillones, que los vecinos se quejaban molestos, por la falta de respeto, de civismo y aun de humanidad que suponían.
En especial, un gran “COSTARICO” pintado en verde, en la calle Desengaño. Por allí pasó Carla ya de uniforme, con su compañero y jefe, el oficial Morales.
─¡Es inadmisible! ─decía Morales─. ¿Cómo vamos a pillar al desalmado que pinta todo esto? Será como buscar una aguja en un pajar. Está todo el centro de la ciudad lleno.
─Yo sé cómo hacerlo ─dijo Carla.
Morales la miró con sorpresa y desdén, pero Carla le pidió que confiara en ella.
Carla fue a una droguería y compró un spray de pintura negra para grafitis. Volvió a donde estaba el gran grafiti verde y lo pintó todo de negro.
─¿Pero estás loca? ─le dijo Morales─. Ahora queda mucho peor.
Carla le convenció para que se fueran y esperaran a la noche. Entonces se escondieron en un portal cercano. Pasaron las horas y nada.
─¿Quién me mandará hacerte caso? ─dijo Morales.
Entonces se acercó por la calle un joven con capucha, con disimulo sacó su spray de pintura y comenzó a pintar en la pared.
Los dos agentes salieron del portal. El joven los vio acercarse. Como no era tonto, arrojó su spray a un tejado frontero, pero el gesto no dejaba dudas.
─¡Alto! ─dijo Morales─. ¡Quieto!
Y como no era tonto, el joven se paró, para no huir de la policía. Pero se justificó con gran chulería y desfachatez, diciendo:
─No estoy haciendo nada. ¿Qué pasa? ¿Ya no se puede andar por la calle?
─Quítate la capucha ─dijo Morales.
El joven lo hizo. Era flaco y moreno, su mirada tenía algo de terrible.
─¿Qué pasa? ─dijo─. ¿No puedo ir por la calle como me dé la gana?
─Nocturnidad y alevosía ─dijo Morales.
─Yo no estaba haciendo nada.
─¿Ah, no? ─dijo Carla, señalando la pared.
Al lado del gran borrón negro que había hecho Carla horas antes, ahora había medio pintado otra vez, en verde, “COSTARIC…”.
─Eso estaba ahí ─dijo el joven, levantando las manos─. No tengo pintura, ni sprays, ni nada. Registradme si queréis. Yo no he hecho nada.
─¿Seguro? ─dijo Carla, y señaló las manos del joven.
Las tenía llenas de pintura verde.
El joven se las miró, ofuscándose por primera vez. Los policías lo esposaron y lo llevaron a la comisaría de Montera, 16.
El joven se identificó en la comisaría. Llamaron a los padres. Eran de buena familia, para más inri. Los padres vinieron de madrugada con un disgusto de espanto. Ellos mismos descubrieron con vergüenza que su hijo era “El grafitero” de la ciudad.
Tuvieron que pagar una buena multa. El joven estuvo largo tiempo en arresto domiciliario. Le costó mucho recuperar la confianza de su familia, profesores y vecinos. Y en cuanto pudo, se marchó a estudiar a otra ciudad lejos de la capital.
Morales le dijo a Carla, sin poder simular su asombro:
─Muy aguda. ¿Cómo lo supiste?
─Estaba claro ─repuso Carla─: Los grafiteros son muy territoriales, se creen que la ciudad es suya. Por eso taché su mejor grafiti. Sabía que el grafitero no podría soportarlo. Regresaría a ese lugar cuanto antes, por supuesto de noche, para volver a dibujar su marca.

Manuel del Pino es licenciado en Filosofía y Letras (Univ. de Granada, 1994). Publicó artículos, ensayos (XIV Premio de Ensayo Becerro de Bengoa con La sonrisa de la esfinge, Dip. de Álava, 2002), novelas (Olivas negras, Ed. Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2012) y relatos en diversas revistas digitales.
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