Ni judíos ni moriscos son españoles en el sentir del conjunto de la sociedad española

por Cándido Marquesán

Ni judíos ni moriscos son españoles en el sentir del conjunto de la sociedad española
Cándido Marquesán
Cándido Marquesán, Profesor de instituto

Es curioso que judíos y moriscos, a pesar de haber vivido tantos siglos en esta España nuestra, nunca han merecido el privilegio de ser llamados españoles (1).

Hace unos días en Híjar pude observar a 2 chicas musulmanas transitando por una de las calles del antiguo barrio musulmán de La Parroquia. De repente, como un fogonazo me vino a la memoria que por esas mismas calles sus ascendientes de raza y religión transitaban hace exactamente 408 años, ya que fueron expulsados en 1610. Igualmente recordé que Híjar durante la Edad Media estuvo formada por tres barrios, el cristiano, el musulmán (morisco) y el judío. Según José Ramón Villanueva, por lo que se refiere a la judería de Híjar, que arrancaba de la cuesta que conducía a la plaza del Olmo y abarcaba el actual barrio de San Antón, se sabe que, hacia 1481, contaba con una población que se cifraba en unas 32 familias, esto es, entre 125 y 150 personas que practicaban la ley mosaica. En la judería había una sinagoga espectacular, que luego se convirtió tras su expulsión en 1492 en la Iglesia-Ermita de San Antón. Es la mejor sinagoga judía conservada actualmente en Aragón y, en opinión de muchos expertos, como Vivian B. Mann, responsable del Jewish Museum de Nueva York, una de las cinco mejores de las que todavía perduran en España, en la antigua Sefarad judía. No podemos decir lo mismo del edificio aledaño a la sinagoga hijarana conocido popularmente como “la casa del Rabino” que fue destruido años atrás. Según las investigaciones del eminente especialista en judaísmo medieval aragonés Miguel Ángel Motis Dolader, la sinagoga de Híjar fue reformada siguiendo el estilo mudéjar en 1410, esto es, hace ahora unos 600 años. Actualmente se están realizando excavaciones en ella, que pueden suponer unos descubrimientos espectaculares de la arquitectura religiosa judía. Haciendo un inciso a las palabras de José Ramón Villanueva, una anécdota muy significativa me la contaba un vecino de la Plaza de San Antón, Alejandro, ya fallecido, que guardaba la llave de la sinagoga: “Llegaron unos judíos de New York, que nada más entrar en la sinagoga profundamente emocionados, se pusieron a llorar desconsolados, ya que las sucesivas generaciones que les habían precedido desde la expulsión mantuvieron y les transmitieron el recuerdo de Híjar.  Seguimos con las palabras de José Ramón Villanueva, recuerdo como hace unos años, llevé a visitar la sinagoga de Híjar a mi viejo amigo Menahem Jacob, un judío residente en California de origen griego que sobrevivió a la Shoah: contempló con  emoción el lugar sagrado que sus antepasados construyeron mientras comentaba que, sólo por visitar la sinagoga de Híjar, se sentía feliz de haber hecho el viaje desde Los Ángeles.  Pero la judería de Híjar no sólo es importante por su sinagoga. Si la comunidad hebrea hijarana es conocida mundialmente es gracias a la pujanza cultural de su comunidad, a la existencia en la misma, a finales del s. XV, de un grupo de artesanos vinculados a la industria de la piel como era el caso de los pergamineros y encuadernadores en torno a los cuales surgió la célebre imprenta judía de Híjar, una de las primeras de la península, la cual tuvo su apogeo entre los años 1485-1490, esto es, en los años previos a la expulsión de 1492. De este modo, bajo el mecenazgo del duque Juan Fernández de Híjar y Cabrera, trabajó el impresor judío Eliezer ben Alantansi, el cual publicó una magnífica edición del Pentateuco entre los años 1487-1488, además de otras obras como un comentario de Rashi, un Tárgum (traducción de la Torah al arameo), o el Tur Yoré De’ah (“Tratado de enseñar a saber”) de Jacob ben Aser. Todas estas obras son de una excepcional calidad, pues se trata de ediciones impresas con gran pulcritud y esmero, realizadas con bellos caracteres hebraicos, cuadrados y rabínicos, tal y como señala Miguel Ángel Motis Dolader, el mejor especialista en judaísmo medieval aragonés. De hecho, las ejemplares procedentes de la imprenta judía de Híjar tuvieron una gran difusión y en la actualidad se hallan dispersos por las mejores bibliotecas del mundo, como es el caso de The Library of the Jewish Theological Seminary de Nueva York o la Biblioteca Nacional de Madrid, en donde el único incunable hispanohebreo de sus fondos es precisamente una edición del Pentateuco impreso en Híjar en 1487 por el citado Eliezer ben Alantansí.  Aquí acaban las palabras de José Ramón Villanueva. Todo esto fue realizado en Aragón y por aragoneses, es decir, españoles. Una minoría religiosa, tan dinámica a nivel económico y cultural, como acabamos de ver, fue expulsada por razones religiosas, con las consiguientes secuelas negativas para el futuro de esta tierra nuestra.  Pero lamentablemente no sería la última expulsión por motivos fundamentalmente religiosos. Luego vendría la no menos dramática de los moriscos en Aragón en 1610, que afectó lógicamente a Híjar, a los moriscos que transitaban por las mismas calles que lo hacen en la actualidad esas chicas sus descendientes, que citaba al inicio del artículo. Sobre la expulsión de los moriscos en Aragón, quiero detenerme a continuación.  En noviembre de 2009 en El Periódico de Aragón publiqué un artículo titulado 1610 una fecha importante para Aragón, que no ha perdido actualidad, por lo que los trascribo las ideas fundamentales. “Uno de los acontecimientos más importantes en la Historia de Aragón ha sido «La Expulsión de los Moriscos», (los mudéjares bautizados reciben el nombre de moriscos) ocurrido en el año 1610… Siempre nos quejamos los aragoneses de ser pocos, en comparación a los de otras comunidades, lo que tiene sus consecuencias políticas. Según el Padrón Municipal de 2008, los aragoneses hemos llegado a la cifra de 1.325.272. En Cataluña son 7.354.441. Y en la Comunidad de Madrid son 6.251.86. Lo que significa en cuanto a representación política respectivamente de 13 diputados, 47 y 35. Obviamente hay muchas otras razones para explicar este déficit demográfico en Aragón, pero mucho tiene que ver en esta circunstancia el que a partir de septiembre de 1610 en torno a 60.818 moriscos salieron de nuestra tierra: por el puerto de los Alfaques (38.286), por Roncesvalles (9.962) y por el Somport (12.570). Lo que supuso entre un 15% y un 20% de la población aragonesa, según el profesor Gregorio Colás. En algunas zonas fue un auténtico cataclismo demográfico. El pueblo de Vinaceite en la Comarca del Bajo Martín quedó totalmente deshabitado. Estos aragoneses expulsados por motivos religiosos fueron los que nos han dejado el patrimonio histórico-artístico más valorado por las instituciones expertas de la materia a nivel internacional. No en vano la UNESCO ha declarado Patrimonio Mundial al Arte Mudéjar de Aragón, corroborando el valor universal y excepcional de este arte, lo que significa que este estilo sea el más genuino de nuestro pasado artístico. Edificios como las torres de Teruel, o la Magdalena y San Pablo en Zaragoza, o las iglesias de Tobed, Cervera de la Cañada o Torralba de Ribota, son algo de lo que todos los aragoneses debemos sentirnos orgullosos. Con estos dos datos queda demostrado de una manera fehaciente la trascendencia de lo mudéjar en nuestra historia. Haciendo un inciso a mi artículo. No viene mal recordar al respecto algunas palabras del catedrático y gran experto en arte mudéjar, Gonzalo Borras sobre este arte. Nos dice que los cristianos se quedaron fascinados de los monumentos andalusíes. “Quedaron prendados e incluso contrataban a mudéjares como maestros de obra”, afirmaba. De hecho, en la Reconquista los cristianos se llevaban a los reinos del norte el arte andalusí, como si fuesen trofeos de guerra. Borras define como mudéjar. “Fueron aquellos moros a los que se les autorizó a quedarse tras la reconquista. Lo hicieron conservando la lengua árabe, la religión musulmana y la cultura islámica”. Precisamente, los mudéjares ofrecieron un sistema alternativo al modelo artístico europeo, que se encontraba por entonces con serios problemas porque escaseaba la mano de obra francesa. Por ello, se eligió a los mudéjares como maestros de obra, que se basaban en un arte con pervivencia de las características del andalusí, pero bajo el dominio político cristiano. La principal característica del mudéjar es la decoración. “Sobre cualquier material; ya sea ladrillo, yeso, madera o hierro; y a cualquier escala, predomina la decoración”, afirmaba. Este principio estético es de origen oriental. Por ejemplo, en la Iglesia de San Pablo, la estructura, la planta era cristiana, lo sustantivo; lo accesorio, la decoración era mudéjar, lo adjetivo. Pero ambos aspectos son fundamentales en el arte mudéjar. Continuo con mi artículo, Los aragoneses en comparación con los españoles de otras latitudes no destacamos precisamente por el conocimiento de nuestra historia. El hecho que estamos comentando ha sido, proporcionalmente, el mayor exilio de la Historia de Aragón, bastante superior al exilio de 1939, pues la población entonces era mucho menor que tras la Guerra Civil de 1936-1939. Sin embargo, no es el exilio más recordado. De hecho, pienso que son muchos los aragoneses de hoy que no conocen esta trágica historia. El año próximo sería una buena ocasión para subsanar esta carencia, como también para reconciliar a la sociedad aragonesa con su propia Historia y con los descendientes de esos otros aragoneses que desde hace siglos pueblan el mundo, llevando con ellos la nostalgia y el amor por su antigua tierra, expresado en sus tradiciones, en su música, en las palabras castellanas conservadas en su lenguaje, en su interés por todo lo español y aragonés. También se podría hacer un reconocimiento de su sufrimiento. Debería utilizarse la Historia no para levantar rencores y crear muros infranqueables, sino para modificar el odio de hace 400 años en una amistad nueva, recuperando y dando a conocer a la sociedad aragonesa la memoria de la esta tragedia morisca, y tratar de tender puentes hacia los descendientes –residentes en el Magreb– de aquellos moriscos, que tuvieron que salir muy a su pesar de su tierra tan querida. Tampoco es cuestión en estos momentos de echar culpas sobre aquellos personajes históricos que tomaron tan traumática decisión: Felipe III o el patriarca Juan Ribera. O sobre los Reyes Católicos por la expulsión de los judíos en 1492. Mas, la historia debe servir para entender y hacer mejor el presente. Como también para que no vuelvan a cometerse semejantes errores. Y que tengamos muy claro todos los españoles que la imposición de una religión, la católica, en España fue a costa de perseguir por parte de los poderes políticos y religiosos oficiales de una manera inmisericorde a los herejes, los luteranos, los erasmistas, los heterodoxos de cualquier tipo, junto a los judíos y los musulmanes. Y que por ello se perdieron por el camino para siempre las aportaciones de todos estos colectivos perseguidos. Fin del artículo de 2009. Termino con unas reflexiones. Toda esa población expulsada judía y morisca, a pesar de haber estado durante siglos en nuestra tierra y habiendo hecho grandes aportaciones a nuestro patrimonio histórico, sin el cual no seríamos lo que somos, nunca han merecido el nombre de aragoneses, ni por supuesto, de españoles. No deja de ser curioso. Como que ni siquiera sean mencionados en la reciente  LEY 8/2018, de 28 de junio, de actualización de los derechos históricos de Aragón, cuando su contribución económica, social, cultural a nuestro ser como aragoneses ha sido tan importante. Y lo mismo puede decirse en el resto de España. Lo más grave es que por ese predominio inquisitorial de la religión católica, todavía persisten algunas costumbres en España denigratorias hacia el judío o musulmán, tal como señala Josep M. Colomer en su libro España: historia de una frustración. Todavía hasta la década de los 60, había parroquias que organizaban festejos para “matar judíos” en Semana Santa. En algunos lugares, la gente todavía bebe un cóctel de vino y fruta llamado limonada al grito de las armas “Limonada que trasiego, judío que pulverizó”. Hay muchos prejuicios antijudíos: mentirosos, tacaños, mezquinos y no confiables. De ahí en el Diccionario de la Real Academia el término despectivo de “Judiada”. Mucho más animadas son las fiestas xenófobas y racistas de “moros y cristianos” que tiene lugar en muchos pueblos del sur y el este peninsular. La tradición fue inventada en el siglo XIX, al mismo tiempo que la palabra y el mito de “reconquista”, en conmemoración de supuestas batallas locales del siglo XIII; se intensificó en la década dictatorial de 1940 y ha aumentado en el siglo XXI. Las batallas no hará falta decir quién las gana. Tradicionalmente, en algunas ciudades la fiesta terminaba con la explosión de un títere llamado “La Mahoma” por petardos desde dentro de la cabeza. Fiestas calificadas como patrimonio cultural español, como la Tomatina de Buñol. (1) Es cierto que los descendientes de los judíos, sefardíes, pueden solicitar la nacionalidad española de acuerdo con La ley de nacionalidad española para los sefardíes aprobada por el Congreso de los Diputados del 11 de junio de 2015, durante el mandato de Mariano Rajoy. Pero esto no quita sentido al título del artículo, ya que ni judíos (sefardíes) ni moriscos son españoles en el sentir del conjunto de la sociedad española. Cándido Marquesán

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