

«Enfrentado al reto del independentismo catalán, el gobierno de Rajoy se rebajó al nivel de sus jóvenes adversarios. Lejos de comportarse como adultos, intercambiaron insultos como niños en un patio de colegio. “¡Ustedes son unos fachas!” “¿Ah sí? ¡Pues ustedes son unos nazis! Estas palabras ya son mías…»
En repetidas ocasiones a mí me ha venido bien recurrir a las opiniones de pensadores foráneos sobre la situación política española. Y lo hago porque los españoles al estar en medio del fragor de la batalla, tendemos con excesiva frecuencia a emitir juicios parciales y muy viscerales. Por ello, los que no son de aquí tienen una perspectiva más amplia, con menos prejuicios previos y son más imparciales. Los españoles somos como somos. Manuel Azaña, español hasta la médula y que conocía muy bien nuestra idiosincrasia, nos define en La Velada de Benicarló, obra que todos los españoles deberíamos leer, como también estar incluida como lectura obligatoria en la asignatura de Historia de España de 2º de Bachiller, “La moderación, la cordura, la prudencia de que yo hablo, estrictamente razonables, se fundan en el conocimiento de la realidad, es decir, en la exactitud. Estoy persuadido de que el caletre español es incompatible con la exactitud: mis observaciones de esta temporada lo comprueban. Nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. ¿Es preferible conducirse como toros bravos y arrojarse a ojos cerrados sobre el engaño? Si el toro tuviese uso de razón no habría corridas”.
Sobre el presente actual, me parece muy recomendable del periodista portugués Gabriel Magalhâes el libro Los españoles. Un viaje desde el pasado hacia el futuro de un país apasionante y problemático de 2016. Los españoles tenemos una idiosincrasia propia, que se ha ido forjando y posando a lo largo de nuestra historia. Uno de los aspectos más relevantes para el autor es que España es un país «de alto voltaje», atravesado por una línea de tensión y en el que siempre hay una parte que tiene miedo de quedar excluida. En este sentido, revela que siempre que vuelve a su país desde España se «desenchufa» y le invade una sensación de tranquilidad difícil de percibir en el país vecino de Portugal. «En España no se puede estar distraído» y «Es perfectamente posible que todo el mundo quepa, que nadie perciba riesgo de ser excluido, que todos puedan ser tal como es y que el resto se alegre de ello”. La tensión como esencia de lo “español” es clara, nada más hay que repasar nuestra historia, llenas de fratricidas guerras civiles, lo que no impide un optimismo trágico, una valentía desafiante (como la del personaje central de El 3 de mayo en Madrid de Goya) y un realismo pragmático, representado por Santa Teresa. Sobre ese sedimento histórico, que sigue presente, Magalhâes señala unas ideas claves para que España prosiga unida su destino y sin quebrantos.
Hace falta consolidar la democracia para construir un espacio donde todo el mundo esté a gusto, ya que esta tradición no está plenamente asentada, como en el Reino Unido o USA. Se ha de crear una ética republicana, una ética para valorar el sentido auténtico de lo público, ausente en nuestro sentir. La tarea educativa es fundamental para contrarrestar el carácter nocivo de la televisión e Internet, como canales de desinformación. La televisión, nos dice, es una máquina perfecta de no pensar; que hipnotiza y adormece el alma de los españoles; por ello preconiza que los canales de televisión públicos y privados ofrezcan contenidos de calidad. Y por último, nos aconseja “El grupo dirigente que fuera capaz en el ámbito de la lengua de llevar un cambio legislativo modificaría la historia del país y garantizaría la unidad de la nación para mucho tiempo. Este cambio legislativo sería: el aprendizaje en la escuela, además de la materna, de otra lengua peninsular. No habría mejor disolvente para la crispación. “Una fuente de tolerancia” que contrasta con una visión política que se obstina en definir Babel como un anuncio apocalíptico del fin de la unidad de España. En una entrevista propuso para el problema territorial, pero que suena a sacrilegio, aunque esté en las leyes vigentes: “Es un drama que el catalán no sea sentido por todos como una lengua de todos. Cuando se entienda que las lenguas son de todos los problemas se acabó”.
Otra valoración foránea, del libro La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011) de la profesora de literatura española de la Universidad de Illinois, venezolana y de origen español, Luisa Elena Delgado. Cuenta dos hechos, que me han servido de motivo de reflexión. En su Departamento de Español se estudian las 4 lenguas peninsulares, que se pueden escuchar de forma habitual en los pasillos. Y muestra su agradecimiento a Juan María Ribera Llopis que en los años ochenta del siglo XX preguntara a los alumnos de 4º de Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid si querían dar la clase optativa de Introducción a la Literatura Catalana en catalán, aclarando que se traduciría lo que fuera necesario. Que los alumnos dijeran mayoritariamente que sí, a pesar de no tener conocimiento previo del catalán ni ser, en la mayoría de los casos, de origen catalán, da la medida de cómo han cambiado las cosas a peor en España. Si hoy estamos así, son responsables la clase política estatal y la periférica, al haber utilizado la lengua como arma arrojadiza con fines electorales. Por supuesto, los medios de comunicación de aquí y de allá han contribuido a incrementar la tensión lingüística, en lugar de atenuarla. Y nosotros, los españoles, la hemos asumido e interiorizado, ya que como señaló Azaña: Un cartelón truculento es más poderoso que el raciocinio. Por ello, nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. Somos extremosos en nuestros juicios. Pedro es alto o bajo…Los segundos términos, la gradación de matices no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética. Cara o cruz, muerte o vida…
De todo lo escrito confío en que sirva de motivo de reflexión, para quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí. No es otra mi pretensión.
Para ser consecuente con la línea argumental de este artículo recurro a otra vez foránea, que expone unas ideas muy oportunas para el gran problema del estado español. Son del artículo de John Carlin, publicado en la Vanguardia este domingo pasado, 3 de junio ¿Fin del feudalismo español? Ahí van:
“La esencia de una democracia adulta reside no en las leyes sino en el hábito negociador, en lo que en inglés llaman “give and take”, dar y tomar; estar dispuesto a perder un poco, a renunciar al objetivo óptimo y aceptar una solución intermedia, para que todos salgan ganando.
Me dijo esta semana un miembro del gobierno del presidente Juan Manuel Santos de Colombia que, antes de iniciar el proceso negociador que puso fin a cincuenta años de guerra, recibió un consejo de un veterano de la política estadounidense. Le dijo, “Nunca olviden que ustedes son los adultos”. Y lo fueron. Condujeron el proceso con sentido de responsabilidad, demostraron una capacidad para morderse la lengua cuando fuera necesario y poner el objetivo de la paz por encima del capricho infantil.
Enfrentado al reto del independentismo catalán, el gobierno de Rajoy se rebajó al nivel de sus jóvenes adversarios. Lejos de comportarse como adultos, intercambiaron insultos como niños en un patio de colegio. “¡Ustedes son unos fachas!” “¿Ah sí? ¡Pues ustedes son unos nazis! Estas palabras ya son mías. Tampoco los medios de comunicación de acá y de allá se han mostrado como adultos. Y en cuanto a si los españoles somos adultos en este escabroso tema, se lo dejó al albedrío de cada cual.
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