Puigdemont, el catalán errante

por Antonio Domínguez

Antonio Dominguez, Profesor de Universidad

«El catalán errante, pobre Carlos Puigdemont, pronto será otro juguete roto. ¿Quiénes herederán la sinrazón? ¿A quiénes aprovecha?».

No me resisto a parodiar el título de aquella obra escrita por Eugenio Sue entre 1844/45 en forma de folletín, El judío errante, en síntesis una serie de peripecias sufrida por una familia francesa de condición señorial descendientes de aquel judío errante al que Jesucristo condenó a viajar indefinidamente transmitiendo de paso la enfermedad del cólera en los diferentes lugares del mundo donde se exilia. Al morir dejó un importante legado que, 150 años después tenían que repartirse los siete descendientes existentes, para lo que deberían reunirse en el sitio y lugar indicado e las medallas de bronce que cada uno poseía. Los Jesuitas pretendían hacerse con la herencia y no dudaron en emplear toda suerte de argucias para ello, violencia incluida. Y para que no se me enfade el Papa Francisco, no sigo y dejo a su discreción leer o no el texto para conocer el desenlace.

Con toda la capacidad de mitologización y falseamiento de la realidad que caracteriza a no escasos catalanes, no sería extraño que dentro de unos años algún iluminado fabule y construya una historia cuyo título a buen seguro que podría ser el que encabeza este artículo. Para él queda. Hoy el catalán errante ha sido detenido en Alemania tras casi cinco meses de patético discurrir, desde su fuga de España en el maletero de un coche (me recuerda al exministro socialista Boyer también oculto en el maletero de su vehículo oficial acudiendo a sus secretas citas de amor con Isabel Preisler) hasta su instalación en Waterloo y posteriores paseos por diferentes naciones europeas tratando de vender lo invendible. Eso es lo que tiene el fanatismo, que te venden una moto en lugar de tener clara su utilidad real terminas convirtiéndote en motor, cadena y manillar de la misma. El conductor convertido en instrumento y el instrumento en Dios dirigente de cuerpos y almas. Carlos Puigdemont ha llegado a convencerse de que Cataluña es él, al modo del más rancio absolutismo de los grandes monarcas franceses del siglo XVII ( l’État c’est moi).

El gran error de los sedicentes independentistas ha sido no captar algo tan elemental como que Cataluña no son ellos, que son una parte con determinadas ideas sobre el territorio, las costumbres y las gentes, junto con otras partes que tienen otros pareceres, puntos de vista concordantes a veces y divergentes en muchos otros aspectos. Nadie critica que los catalanes que lo deseen abracen la causa nacionalista. ¿Por qué no? pero siempre y cuando tengan presente el respeto a la Ley, a la realidad de la que parten, a los legítimos derechos de quienes tienen otras opciones. Algo pasa cuando una mayoría social no lo es en la Institución que marca los devenires de la política. Desconozco si la Ley Electoral es la culpable de tal desatino, que sí, pero en todo caso, alguien la ha elaborado y alguien la ha aprobado.

Una minoría no puede nimbarse con la suficiente autoridad como para dictar cartas de catalanidad, repartir bulas y hacer de la común capa un sayo. Alguien está moviendo los hilos y ya va siendo hora de conocer los porqués. ¿No es Cataluña uno de los territorios europeos con mayor nivel de autogobierno? Para sí los querrían los bretones, los corsos, los sardos, la Padania, el Tirol del Sur, el Ulster, Baviera y, cómo no, Flandes…. Pero alguien quiere romper Europa y el caramelo separatista le viene al pelo. ¿EEUU? ¿Rusia? ¿China? ¿La ignorancia en el caso del irredentorismo ideológico proveniente de un romanticismo ya en la noche de los tiempos?

Las grandes naciones, con diferentes fórmulas, son aquellas que han sabido mantener, cribados, reformulados, enriquecidos, los valores derivados de su historia y de, a pesar de avatares y conflictos mil, su unidad y orgullo de ser lo que son. Que la Física ha demostrado que lo diverso puede ser único, y lo único diverso. Mas, el catalán errante, ya cautivo y fatigado, está a punto de repartir la herencia y no son pocas las manos que esperan su ración. Si en el texto de Eugenio Sue había unos jesuitas malos, ¿quiénes lo son ahora en esa Cataluña que unas minorías están convirtiendo en inquietante? El catalán errante, pobre Carlos Puigdemont, pronto será otro juguete roto. ¿Quiénes herederán la sinrazón? ¿A quiénes aprovecha? Ah! Y los separatistas catalanes harían bien en recordar el hermoso lema de la Corona de Aragón , » antes leyes que reyes».

1 Comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.