
Inicio este escrito con esta noticia de El Periódico de Cataluña de 20 de diciembre actual. Esta es nuestra España.
“La séptima edición de ‘GH VIP’ ha registrado resultados de audiencia históricos durante los tres últimos meses y, como no podía ser de otra manera, su gran final consiguió anoche otro espectacular dato en Telecinco. Un total de 4.231.000 espectadores estuvieron pendientes de la gala en la que Adara se proclamó como ganadora, lo que se traduce en una cuota de pantalla del 38,5%. En el access prime time, ‘GH VIP: exprés’ arrasó con un 24,9% y 4.324.000”.
Sobre esta cuestión hace exactamente 11 años publiqué el artículo que reproduzco a continuación titulado ¿Qué quieres ser el día de mañana? A pesar del tiempo trascurrido sigue siendo de plena actualidad. Ahí va:
“Se están convirtiendo, tristemente, en personajes con gran poder mediático, Kiko Matamoros, Belén Esteban, entre otros, gracias a la gran capacidad de arrastre de algunos programas de televisión, como El Gran Hermano, Salsa Rosa, Aquí hay tomate, etc, etc. Este hecho, cuando menos, nos debería servir de motivo de reflexión a todos.
Poco ha un compañero, docente de vocación y gran profesional, profundamente compungido me decía que en una clase de su Instituto planteó a sus alumnos de 4º de la ESO, la siguiente pregunta: ¿Qué querían ser el día de mañana? La espontánea respuesta de un chaval bastante despierto fue: El día de mañana quiero ser como Kiko Matamoros. Se quedo perplejo y ya no pudo seguir. Sintió como una auténtica bofetada en su rostro. Le dieron ganas de marcharse de clase a respirar aire fresco. Mas reponiéndose, le siguió interrogando: ¿Por qué quieres ser como Kiko Matamoros? Le contestó: Porque es un tío muy majo, está todos los días en la televisión y además gana mucho dinero.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Pasa lo que tiene que pasar. En consecuencia nadie debería extrañarse. Los personajes idolatrados hoy en nuestra sociedad son los que salen en televisión y los que ganan dinero fácil. Lo menos importante es el cómo. Si tienen que contar las intimidades de cualquier artista, torero o futbolista, vivo, a punto de morir o ya muerto, no les importa, les da lo mismo. Cuánto más insultan, más gritan y más interrumpen a su interlocutor; mucho mejor. No escuchan a nadie, no saben dialogar y no saben transmitir un discurso medianamente trabado y ordenado. Hoy se ha producido el regreso triunfal del iletrado y del bocazas que aúlla y hace callar a quien le lleva la contraria. Cuánta más chabacanería, más ordinariez, más bazofia, más vocabulario soez y más basura, mucho mejor, más sube la audiencia y por ende más cotizada su presencia en los programas de televisión. Además este medio de comunicación fomenta este estado de cosas, ya que tiene un gran poder de encantamiento y es abrumadoramente diversión y en este aspecto no tiene rival. Funciona las veinticuatro horas del día, abarcando una gran multitud de canales. Su visión no requiere esfuerzo alguno, el único acto de valor que exige al espectador- aunque sobrehumano, es de apagarla. Combina la evasión máxima con el mínimo de obligaciones, y por ello posee la inmensa virtud de ser casi un modo de vida. Otro de sus encantos es que permite una escucha distraída: se puede mantener encendido mientras se hace otra cosa. Se podría decir que es uno de los dioses de la casa, un compañero más, un miembro más de la familia. Una casa sin televisión es un infierno. Es como el oxígeno que respiramos. Mas se hace un mal uso de su gran poder taumatúrgico, ya que aparecen toda una serie de personajes, que no deberían hacerlo, en el caso que pretendamos sembrar unos mínimos y lógicos valores morales. Se muestran todos aquellos que venera o idolatra la sociedad. Las cadenas de televisión no hacen otra cosa que darnos lo que les demandamos, ya que se mueven exclusivamente por los niveles de audiencia con los consiguientes aumentos de los ingresos por publicidad, ya que sólo les interesa, como a cualquier empresa, la cuenta de resultados.
Por otra parte, nuestra época, hace ya días, que ha dejado de venerar el estudio y la instrucción. Ya no están de moda en esta nuestra sociedad consumista y materialista, ni el científico que se deja las cejas en un lóbrego laboratorio, investigando, día y noche, con medios rudimentarios para conseguir algún remedio contra el cáncer o el sida; ni el médico que desinteresadamente marcha a algún país subdesarrollado a prestar sus servicios, ni, por supuesto, el buen profesional, que siente satisfacción por el trabajo bien hecho. Estos comportamientos ya no venden. Hoy nuestros ídolos están en otra parte y se llaman relumbrón, mercantilismo y petulancia. Ahora reinan como amos y señores en los medios de comunicación nuevos reyes que, lejos de sonrojarse por no saber, se felicitan precisamente de ello. Todavía más, son los portavoces de una necedad militante, huraña, que profesa por las disciplinas del espíritu un odio visceral. No satisfechos con ridiculizar la escuela o la universidad, pretenden suplantarlas y mostrar con su ejemplo que el éxito y el dinero ya no están en esos templos del conocimiento. Si se ha llegado a esta situación, todos debemos sentirnos culpables. Entre todos la matamos y ella se murió sola.
Todo lo anterior no es óbice para que todos nosotros, con la boca pequeña, critiquemos y vilipendiemos con vehemencia estos personajes y estos programas en la oficina de trabajo o en la barra del bar, tomando una cerveza con los amigos y proferimos palabras no muy diferentes a éstas: Qué buenos y espléndidos son los reportajes de la segunda cadena de TVE, de animales, de viajes, etc. Mientras tanto, seguiremos oyendo respuestas iguales o parecidas a la anterior en cualquier clase de la Enseñanza Secundaria Obligatoria. No obstante, algo deberíamos hacer. Merecería la pena”.
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