
“Estamos absolutamente aterrorizados ante la realidad, nos sentimos desamparados”. “Sobrevive el que engaña mejor, y el más manipulador”. Palabras que son un lúcido diagnóstico de lo que pasa en este país, dichas por el director de cine Álex de la Iglesia en el festival de Berlín donde presentaba recientemente, fuera de concurso, su última película El bar.
Nuestros ojos pasean atónitos ante el desfile de imputados del PP o familia allegada, y nuestro cerebro trata de codificar la información que día a día vomitan los medios con apabullantes detalles, declaraciones, o amnesias espontáneas de los llamados a declarar. Reconozco que yo hace tiempo que me he perdido. Es tanta la basura, es tanta la mierda, alimentada con nuevos datos, que las neuronas dejan de conectarse, y se pierden en el fondo oscuro del cerebelo. Entonces es cuando nos entra el miedo, el desasosiego, el terror, el pánico a estar gobernados por una gentuza que se lava continuamente las manos ante lo que hacen, hicieron y seguirán haciendo, si no los paramos, sus acólitos más fieles.
Esos y esas (y mira que odio estar diferenciando el genero cuando escribo) son los que suelen sentarse al lado de Mariano Rajoy y aplauden a rabiar en los actos electorales del partido. Ya digo que se me agolpan las imágenes al ser tantos y tantos los que han robado, estafado, no declarado a Hacienda y mentido con una naturalidad que da miedo. Hay un caso reciente, menor, pero sintomático de cómo se gobierna España y sus regiones (¡Olé, olé, y olé!), y es el de la ex consejera de Turismo de Valencia, Milagrosa Martínez, que preguntada en Tribunal por los amaños de FITUR respondió toda chula que ella “no sabía que era eso de FITUR”. Toma castaña y tiro porque me toca. ¿Pero cómo se puede tolerar que una señora que ha sido consejera del ramo (Turismo) en Valencia declare semejante barbaridad? ¿Por qué ocupaba ese puesto? ¿Por qué el PP sostiene a personas que rayan la estulticia? O será que se hacen las tontas por consejo de sus abogados defensores. Ahí están en el lote Ana Mato, Cristina de Borbón, los del caso Púnica, Correa, Bárcenas, el Bigotes, Fernández Ordoñez, Fernández Diaz (ambos ordenando hacer cosas muy feas que no se deben hacer ocupando los puestos que ocupaban).
En fin, da mala gana intentar repasar los ejemplos de corrupción en España porque resultan abrumadores y viciados. Pero ellos y ellas (otra vez, se me ha escapado) levantan la barbilla, miran al frente, se siguen sentando en el Consejo de Ministros, gobiernan un país que no se merecen, ni siquiera con la inestimable ayuda del PSOE, y dejan suelto al ministro de Justicia, Rafael Catalá, afeando la actuación impecable de las fiscales que llevan tres años investigando como jabatas para que los tipos como el cínico y gordito presidente de Murcia se vaya de rositas. Este ministro, encima de ser un mediocre manipulador, es un machista impresentable al que estaría bien ver alejado del gobierno por injerencia política grave. ¿A quien tenemos miedo?, la respuesta es muy clara: tenemos miedo, terror a los que nos gobiernan con sus modales reprimidos y sus gestos altivos o de no enterarse de nada, como Mariano el de Pontevedra. Ellos y no otros son los que ejercen cada día el auténtico radicalismo de la corrupción en las moquetas y en los despachos.
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