Receta: MAGDALENAS AL ESTILO PROUSTIANO

Recetas de cocina de Inés Ortega

Ines Ortega 1080 Recetas de Cocina
Gastronomía con Inés Ortega
«Especial para conacento.info»

El apetito se abre leyendo, por Inés Ortega

PROUST

La Magdalena de tía Leoncia

Publicado por vez primera en 1913 en “Por el camino de Swan”, primer tomo de “En busca del tiempo perdido”, el extracto que les damos a continuación les propone adentrarse en los recuerdos del narrador…

Proust recuerda su infancia en la que, en compañía de tía Leoncia, degustaba su “famosa” magdalena. ¿Quién no conoce la célebre magdalena de Proust? Una magdalena evocadora de recuerdos, de melancolía, de memoria que ha pasado a nuestro lenguaje de todos los días. Podrán una vez que se hayan empapado en el placer de su lectura, revivir la experiencia mediante la receta de unas magdalenas que le proponemos.

«Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo?…[…..]

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto… […..]

En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.»

Por el lado de Proust

“Placer de estar solo cocinando”…

Esta nota encontrada en un cuaderno de Proust revela un aspecto inesperado de la personalidad de este gran escritor. gourmet delicado, posee por instinto un gusto refinado por lo bueno y lo verdadero.

Degusta los platos que le son servidos, desde su infancia, como devora libros y establece en su obra una equivalencia entre el escritor y el cocinero: “Me dejaba llevar con deleite por el gusto que tenía por las frases, como un cocinero que, por una vez que no le toca cocinar, encuentra por fin tiempo para ser ‘gourmand’”.

La sensualidad, la sensibilidad guía hacia la verdad en el arte y al escritor, antes de emprender su gran obra: “Cada día le doy menos importancia a la inteligencia. Un olor, un sabor olvidados se vuelven a hallar mediante la verdadera inteligencia que es la inteligencia del corazón”.

(Anne Borel).

Magdalenas al estilo Proustiano

Ingredientes (para unas 25 a 30 magdalenas)

  • 4 huevos
  • 180 gr. de azúcar
  • 175 gr. de harina de pastelería
  • 1 sobre y ½ de levadura Royal
  • la ralladura de un limón
  • unos moldes de papel (o plancha de molde de metal con las formas tipo concha de peregrino alargada)
  • 180 gr. de mantequilla derretida y enfriada
  • un pellizquito de sal

Encienda el horno a 180ºC. (10 minutos antes).en una ensaladera ponga las claras y el pellizco de sal; bátalas a punto de nieve muy firme y añádale luego las yemas. Cuando estas estén incorporadas, agregue el azúcar, la ralladura de limón y al final la harina mezclada con la levadura. Todos estos ingredientes debe ir echándolos poco a poco y unos detrás de otros, removiendo bien y sin dejar de batir.

Con una cucharita de las de café, rellene los moldes hasta algo menos de la mitad de la altura del mismo.

Métalas a horno mediano flojo y no abra la puerta del mismo hasta que estén bien doraditas. Y hayan levado. Sáquelas entonces y déjelas enfriar.

 

Escritor francés, Marcel Proust es considerado como uno de los más grandes autores del siglo XX y su obra “en busca del tiempo perdido”, publicada en 7 volúmenes, es clave en la literatura contemporánea. si bien su primer volumen, en el que aparece el texto que hoy nos ocupa, bajo recomendación de André Gide, fue rechazado en la editorial Gallimard.

Curiosamente esta “magdalena proustiana” que ha entrado hoy en día en nuestro lenguaje corriente podría haber resultado algo completamente diferente ya que, tal y como podemos leer en los borradores de esta obra la primera intención del autor hubiese sido mojar en el té una simple rebanada de pan tostado, apostamos que el efecto no hubiese sido el mismo.

Nacido en una familia adinerada, Proust comenzó su carrera literaria con “Los placeres y los días”, una antología de relatos y poemas de estilo decadentista, algo que encajaba con la vida bohemia que llevaba en los primeros años de su juventud.

Si bien ya en el instituto fue cuando Proust hizo sus primeras tentativas literarias. Poco después empezó su ascensión mundana al ser introducidos en los salones parisinos, lo que le llevará a tener fama de “snob”.

Dentro de las influencias de Proust habría que citar sin duda a John Ruskin, autor inglés que el mismo Proust se encargó de traducir al francés, tarea que le llevó varios años, además de largos viajes por Europa mientras perfeccionaba su inglés.

De salud delicada debido a un fuerte asma, Proust se recluyó a partir de 1907, en una habitación recubierta de corcho durante 15 años en el 102 del Bulevar Haussman poco después de la muerte de sus padres, y se consagró a la escritura. “En busca del tiempo perdido” se comenzó a publicar en 1913 y pronto consigue un contrato con la Editorial Gallimard que ya no dejó escapar el segundo tomo. “A la sombra de las muchachas en flor”, la segunda entrega de la serie, logró hacerse con el prestigioso premio Goncear, no sin cierta polémica al ser Proust un autor ya muy conocido.

Marcel Proust murió en París en 1922 debido a problemas respiratorios causados por una bronquitis.

Fue enterrado en el cementerio del Père Lachaise en Paris.

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