Reflexiones para la regeneración de una socialdemocracia equivocada

por Cándido Marquesán

Reflexiones para la regeneración de una socialdemocracia equivocada
Cándido Marquesán
Cándido Marquesán, Profesor de instituto

Algunas reflexiones necesarias e imprescindibles para la regeneración de una socialdemocracia equivocada, aburrida y desorientada.

En un aviso a navegantes: el artículo es largo. Lo digo, porque hoy no se leen los artículos largos y trabajados.  ¿Por qué? Porque la gran mayoría solo acostumbra a leer los titulares. Como mucho se lee en diagonal. Leer todo un artículo requiere tiempo, esfuerzo, subrayarlo, volver a leer de nuevo un párrafo complicado, reflexionarlo, etc. Hoy tenemos mucha prisa. Según pude oír a una persona mayor en mi pueblo, las prisas solo son buenas para los ladrones y los malos toreros. Hecha está la advertencia. El contenido del artículo tiene diferentes partes. La primera, es la constatación del ocaso de la socialdemocracia por la implantación de la hegemonía neoliberal y explica los motivos que lo explican. Y una segunda son las reflexiones de grandes intelectuales, como Robert Misik, Agustín Basave, Roberto Mangabeira y Tony Judt, para regenerar la socialdemocracia, que está pasando por uno de los momentos más críticos de su historia. No hace falta decir el interés de tales reflexiones, si queremos salir de esta autentico callejón sin salida, en el que el neoliberalismo nos ha metido. Todavía más, cuando en la academia, medios, política se ha asumido mayoritariamente que no hay alternativa. Naturalmente que la hay.  Eso es precisamente lo que hacen los autores citados: presentar una alternativa. Insisto, el artículo es largo. Si tienes prisa, te recomiendo que no lo leas. Gracias.

Existe hoy un «socialismo de perdedores» según Rutger Bregman. Tal concepto es aplicable a la socialdemocracia (SD), hoy a la deriva. Secuestrada por el neoliberalismo.

Observamos un cambio político trascendental. Históricamente, la Política con mayúsculas ha sido un coto de la izquierda. «Seamos realistas, pidamos lo imposible», así era un slogan de mayo del 68. Las grandes conquistas políticas las ha traído la izquierda. Sin embargo, hoy la SD ha olvidado el arte de la Política: el hacer inevitable lo imposible. Más grave todavía, muchos de sus pensadores y políticos tratan de acallar las voces radicales en sus propias filas por el temor a perder votos.

El neoliberalismo se ha adueñado de la razón y del discurso político. El fundamentalismo del libre mercado es hegemónico e inalterable; como el mantra de la flexibilización, globalización, desregulación, reformas estructurales y competitividad incuestionable. Y la SD se ha amoldado al paradigma dominante, lo que supone: o no tener otro alternativo y si lo tiene no sabe defenderlo. De ahí, su irrelevancia actual. Sólo le queda la emoción. La SD se emociona y se siente compungida ante la injusticia de las políticas actuales. Cuando ve que el Estado de bienestar está siendo destrozado, se apresura de una manera reactiva a salvar lo que pueda. Pero cuando la situación se tensa, la SD claudica ante los argumentos de la oposición, aceptando sumisa la premisa sobre la que se produce el debate. La SD acepta la inevitabilidad de reducir el déficit público, la rebaja de impuestos a los más ricos- lo hemos comprobado en nuestra Tierra Noble con el impuesto de sucesiones-, o privatizar lo público. Mucho bla, bla, bla de antiprivatización, antiausteridad,  antiestablishment, pero a la hora de la verdad, hace lo mismo. Según Joaquín Estefanía, algunos polítólogos han señalado que en las 4 últimas décadas los conservadores y los socialdemócratas se han asemejado a Tweedledum y Tweedledee, los gemelos de Lewis Caroll en Alicia a través del espejo, que eran iguales en su apariencia externa y sólo un poco menos en su comportamiento. Si las recetas económicas son semejantes o se separan sólo un centímetro ideológico, muchos ciudadanos prefieren el original a la copia. En la Unión Europea la hegemonía neoliberal ha puesto en una situación crítica a la SD, cuando fue una de las ideologías que propició uno de los mayores logros a nivel político, social y económico en la historia de la humanidad: el Estado de bienestar compatibilizado con un sistema democrático.

Merece la pena detenerse en este viraje trágico para la mayoría de la sociedad. ¿La hegemonía neoliberal cómo se ha impuesto? Según el historiador Xavier Domènech-es de lamentar su retirada de la política- al final de la II Guerra Mundial en Europa occidental la hegemonía fue la SD, impregnada de la teoría económica keynesiana. Toda hegemonía implica una alianza, un pacto social de clases, donde una de ellas detenta la supremacía hasta tal punto que consigue convertir su proyecto de clase en un proyecto, que es percibido ya no como de clase, sino como el común y extensible a todas ellas y a toda la sociedad. Este proceso de construcción de la hegemonía implica una operación cultural compleja, mas tiene una base consensuada y presupone un pacto social. El neoliberalismo dinamitó el pacto social posterior a la II Guerra Mundial, realizado entre la democracia cristiana y la SD, que estuvo vigente hasta los años setenta del siglo XX. Si hoy se ha convertido en hegemónico el neoliberalismo, son tan responsables los que lo han preconizado, como los que lo han consentido y asumido. En definitiva, se ha producido un pacto social. Mientras se expandía el neoliberalismo, ¿no gobernaban los González, Mitterrand, Blair, Schroeder, ZP-? Y sin embargo, los socialdemócratas aducen que los neoliberales son siempre los otros, los gobiernos conservadores, los grandes grupos financieros, mediáticos o políticos; pero no ellos. Thatcher será un demonio, pero su pensamiento late en muchos corazones de una SD que dejó de creer y de defender a las clases populares, y se formó en varias décadas en el pensamiento neoliberal hasta hacerse totalmente inservible como alternativa. Por ello, ya no sabe cómo emprender un nuevo camino al margen de todo aquello que ha asumido. Lo que empezó como una lucha de clases, iniciada e impulsada por las clases altas, transformándose en un nuevo pacto de clases, se convirtió finalmente en una nueva hegemonía, la neoliberal, que no solo afecta a los partidos de la derecha, sino también a los de la izquierda, e incluso, todavía más, a todos nosotros. La consecuencia es clara, cada vez la SD es más irrelevante a nivel electoral. Eso sí, sus dirigentes fracaso tras fracaso, aducen que toman buena nota y que reflexionarán en profundidad. De tanto reflexionar les sale humo por las orejas.

Esta es la realidad. La SD ha sido vencida y secuestrada por el neoliberalismo.  La SD al verse obligada a practicar las mismas políticas económicas que las derechas, para tratar de marcar algún tipo de diferencias, se ha fijado en la diversidad, la cuestión identitaria, en la ideología de género. En su agenda política cobran protagonismo el feminismo, acoso, machismo, animalismo, los derechos de los gays, lesbianas, transexuales y bisexuales, el problema medioambiental. Y por supuesto, la memoria histórica. Todas estas luchas son totalmente legítimas, necesarias e imprescindibles aduce Daniel Bernabé en su libro La trampa de la diversidad, pero ese activismo, esas luchas por cosas concretas y diversas han eclipsado la lucha por la emancipación de la clase obrera o la mejora de las condiciones de la mayoría de la población, que es una labor colectiva. Estas reivindicaciones por la diversidad tienen a veces el grave problema de competir entre ellas, además de algunas contradicciones, como, por ejemplo, sucumbir ante el modelo neoliberal, tal como acabamos de constatar con la Jornada por el Orgullo Gay en Madrid, que es un gran negocio. En definitiva, las diferencias han servido como camuflaje de la desigualdad. Al respecto es muy pertinente el libro de Norberto Bobbio (1995) Derecha e Izquierda. Razones y significado de una distinción política, que no ha perdido actualidad, ya que la editorial italiana Donzelli en el 2014 lo ha reeditado con comentarios de Daniel Cohn Bendit y de Matteo Renzi. Bobbio se apercibió y advirtió del gran problema, que explotó a fines del siglo XX, aunque ya se estaba fraguando en los años anteriores: el triunfo de una sociedad de mercado había conducido a un crecimiento inaceptable de las desigualdades, lo que suponía un peligro mortal para la democracia. Y la izquierda de todo Occidente en lugar de oponerse al fenómeno de la desigualdad lo facilitó, aferrándose a la hegemonía neoliberal. Mas la izquierda tendrá razón de ser, solo si se mantiene fiel a sus principios, como es el estar al lado de los más débiles. Así la principal lección de este libro para la izquierda, es que en lugar de preocuparse por inventarse nuevas banderas en reemplazo de la igualdad, la izquierda debería conservar ese estandarte. En definitiva, la estrella polar de la izquierda es la IGUALDAD.

La SD es cierto que se manifiesta a favor de los desafortunados de la sociedad: pobres y excluidos; en contra de la islamofobia, la homofobia y la xenofobia; y se obsesiona con la brecha entre el 1% y el 99% con un intento de conectar con un electorado que la ha abandonado.

Pero el problema principal de la SD no es solo que esté equivocada, sino que es aburrida. No tiene nada que contar, ni lenguaje con que contarlo. Y, con frecuencia, da la impresión de que le gusta perder. Como si los destrozos e injusticias existentes le sirvieran para demostrar que siempre ha tenido razón. Ha olvidado un discurso de esperanza y de progreso. En definitiva, está desorientada. Por ello, me parecen importantes algunas reflexiones de algunos intelectuales, que presentan algunas alternativas para regenerar la SD.

Según Robert Misik en su artículo El valor de la audacia dentro del libro colectivo El Gran Retroceso, la SD tiene que ser audaz y plantear reformas. Lo que supone enfrentarse a las élites financieras, en lugar del compromiso con ellas. Ha de reestructurar el sector financiero, obligando a los bancos a aumentar sus reservas para evitar su hundimiento, y no tengan que salvarlos los impuestos de los ciudadanos. Reconocer que la austeridad es un auténtico fracaso…

Ha de abandonar todo atisbo de arrogancia hacia los votantes. En el reciente discurso de investidura del partido socialdemócrata austriaco, Cristhian Kern, su nuevo presidente dijo: «Deberíamos suprimir de nuestro vocabulario la frase: «Tenemos que salir a buscar a la gente». Esto es absurdo. Nosotros somos la gente y formamos parte de ella».

Los trabajadores no están enfadados porque la SD reivindica baños transgénero, sino porque tienen la sensación de que se presta demasiada atención a estas demandas, y ninguna a su situación económica.

Ha de defender: buenos empleos, subidas salariales, vivienda asequible, educación, sanidad y dependencia universales. Quien no encarne convincentemente que le importan; y no tenga un plan creíble no tendrá nada que hacer. Y si se limita a argumentar que con nosotros no nos irá tan mal, el fracaso es claro.

Las redes del movimiento obrero, que estructuraban la vida en los barrios no privilegiados, han sido barridas. Por ello, aquí las personas se sienten abandonadas, por lo que hay que reconstruir nuevas estructuras para organizarse y defender sus intereses. Hay que abrir paso a nuevos dirigentes en la SD provenientes de la clase obrera, ya que está dirigida mayoritariamente por intelectuales de clase media, muy distantes de los intereses de los obreros.

Si un partido SD quiere alcanzar el poder debe asegurarse el apoyo de dos sectores de votantes: las clases medias urbanas de izquierdas, y los distintos subsectores de la clase obrera, aunque no es fácil restaurar la antigua alianza entre la inteligencia burguesa y la clase obrera,

La solución no llegará a nivel nacional. Será a nivel de la UE. Para ello se necesitan: partidos SD nacionales con la suficiente credibilidad para ganar las elecciones en sus países; consolidar su discurso progresista en Europa y así crear las condiciones para una reestructuración; y alianzas en el ámbito europeo.

Que no sea fácil, no significa que sea imposible. Los movimientos obreros en el siglo XIX, o los de los derechos civiles del XX, no lo tuvieron fácil. La izquierda no surgió porque tuviera las cosas fáciles, sino para lograr lo imposible: mejorar el mundo y la vida de los seres humanos. Fin de las reflexiones de Misik.

Ahora quiero fijarme en Agustín Basave basándome en su libro  La cuarta socialdemocracia. Dos crisis y una esperanza.  Basave, de nacionalidad mejicana es diplomático, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford, periodista y fue presidente del Partido Revolución Democrática (PRD), situado políticamente en el centro izquierda, socialdemócrata. En cuanto al libro, el título se debe a la existencia de dos crisis: la de la socialdemocracia que por su gradual derechización explica la crisis de la democracia. Y la esperanza está representada por la SD, a la que considera la única tradición que, subsanando sus errores, puede ofrecer una alternativa deseable y posible en esta economía-mundo capitalista tan devastadora, que vivimos actualmente.

La primera SD, ubicada entre 1875-1945 remite a la figura de Bernstein, que optó por el voto sobre la revolución, como camino hacia el progreso. SD y comunismo se escindieron: la primera valoraba la democracia y su compromiso fue por apuntalarla, fortalecerla, al considerarla la vía para la transformación social y un fin en sí mismo.

La segunda SD entre 1945-1975. Tras la segunda Guerra Mundial había que reconstruir Europa, pero sobre bases que posibilitaran el ejercicio de las más amplias libertades, también haciéndose cargo de las abismales diferencias sociales. Hubo un pacto capital y trabajo. Se apuntalan las fórmulas para generar cohesión social: educación, salud y transporte públicos como basamento de la coexistencia social. Salarios decorosos, pensiones dignas, seguros de desempleo, políticas de vivienda para una existencia digna. Y políticas fiscales progresivas y redistributivas como un imperativo para la convivencia medianamente armónica. Esas políticas, con un fuerte acento keynesiano, demostraron que el capitalismo podía propiciar altos niveles de equidad.

La tercera SD empezó a fraguarse a partir de los años 80 y estaría representada por la Tercera Vía de Tony Blair y el Nuevo Centro de Gerhard Schroeder y Bill Clinton, cuando el consenso socialdemócrata fue sustituido por el llamado «consenso neoliberal». Si sus figuras emblemáticas son el presidente Reagan y la primera ministra Margaret Thatcher, eso no quiere decir que el viraje no haya contado con un fuerte respaldo social. Hubo un desplazamiento de la ciudadanía hacia el centro y la derecha. Los altos impuestos y la centralidad de lo público fueron puestos en la picota. La exaltación del individualismo y el Estado como problema y no como eventual solución resultaron los elementos discursivos, que erosionaron la confluencia en torno al proyecto de una sociedad menos desigual. La SD sucumbió ante la vorágine neoliberal y sigue sin reaccionar. Como dice muy acertadamente Basave, mientras el fundamentalismo capitalista en su versión neoliberal se globalizaba, la izquierda se pasmaba. El error de la SD frente a la globalización fue mimetizarse con el presente para evitar ser asociada al pasado, en vez de buscar una nueva identidad en el futuro.

¿Qué características ha de tener esa cuarta SD para generar una esperanza para la mayoría social? Partir de la convicción de que la democracia real es posible si se separa el poder político del poder económico. Esto quiere decir que el primero debe emanciparse de manera absoluta del segundo. Tarea complicada. Es evidente que muchas partidocracias se han trocado en conciliábulos donde impera la complicidad interpartidista y la corrupción. Recuperar la confianza de los trabajadores por parte de la izquierda, mostrando que las propuestas de la SD y, más en general, de la izquierda, son posibles y deseables. Combatir de manera inteligente la capacidad de unos massmedia al servicio de la derecha y del neoliberalismo. Buscar las maneras de neutralizar la dependencia de los Estados al poder económico internacional. Fortalecer la democracia y potenciar la economía productiva y las cooperativas, imponer una reforma fiscal progresiva y controlar de manera contundente el fraude, así como enfrentarse de manera solidaria y realista con el problema de la inmigración. Es menester que se edifique un nuevo pacto social entre el capital y trabajo, como el que hubo al final de la Segunda Guerra Mundial, que dinamitó el fundamentalismo neoliberal. Tarea no fácil dada la voracidad irresponsable e insaciable del capital, pero si este no lo asume voluntariamente, habrá que convencerle a través del miedo con un incremento de la protesta de la ciudadanía. El éxito de la segunda SD se explica por el temor al comunismo. Y potenciar la democracia participativa con un cuarto poder, que podría ser una asamblea de ciudadanos elegidos o por sorteo, que controlaran los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Fin de las reflexiones de Basave.

Ahora quiero fijarme en el brasileño Roberto Mangabeira, uno de esos pensadores, que abren una brecha en ese pensamiento único dominante. Filósofo y catedrático en la Facultad de Leyes de la Universidad de Harvard, donde tuvo como alumno a Obama; fue ministro de Asuntos Estratégicos con Lula da Silva. En su libro La alternativa de la Izquierda lleva a cabo un certero diagnóstico de la situación de la izquierda actual, falta de ideas y respuestas. Identifica las demandas sociales. Plantea unas directrices para la izquierda y así crear una alternativa política para un crecimiento económico inclusivo y mayor bienestar.

Nos dice que las ideas que orientaron la izquierda históricamente, como el marxismo, son fallidas, y la respuesta a la crisis financiera internacional revela dramáticamente esa pobreza de ideas. No hay nada que no sea una versión momificada del keynesianismo vulgar, la única luz en este túnel tenebroso. La izquierda actual ha fallado en crear alternativas reales de desarrollo inclusivo. Su desorientación la constatamos en la falta de alternativa, de ideal y de agente.

En cuanto a falta de alternativa, las redistribuciones compensatorias ya no son suficientes. Hoy la izquierda es incapaz de decir qué cosas representa y defiende, y no tiene un ideal para orientar sus políticas. Además carece de un agente: una base electoral cuyos intereses y aspiraciones pueda representar. El proletariado de Marx está obsoleto, y se debe buscar una nueva base electoral.

Existen dos izquierdas que no tienen ninguna relevancia política hoy. La primera, llamémosla la comunista, es una izquierda recalcitrante y nostálgica que quiere desacelerar el rumbo del mercado y la globalización para proteger su base histórica: la clase obrera sindicalizada de los sectores productivos del capital.

La segunda, la SD vendida y mutilada acepta el mercado y la globalización en sus formas actuales y quiere simplemente humanizarlas por medio de políticas sociales. Sólo trata no muy convencida de humanizar lo inevitable, ya que su programa es el de sus adversarios, con una cierta preocupación social. Pero no se atreve a transformarlo con decisiones valientes: a nivel fiscal -incrementando los impuestos al capital y persiguiendo el fraude fiscal- y con una legislación laboral protectora del factor trabajo, cada vez más desvalorizado y más escaso, como consecuencia de la digitalización y automatización de la economía. Y no lo hacen sus dirigentes para no tocar los intereses de las élites financieras y empresariales.

Se necesita otra, una tercera izquierda transformadora con un proyecto de reconstrucción que trace un objetivo ambicioso de emancipación. Según Mangabeira, para construir esa otra izquierda, lo primero es democratizar la economía de mercado, lo segundo capacitar al pueblo y lo tercero, profundizar la democracia. Una izquierda reconstructiva, orientada hacia una coexistencia experimental de diferentes regímenes de propiedad privada y social, así como distintas relaciones entre las empresas y el estado, dentro de una misma economía de mercado; así como construir un mecanismo fuerte de financiamiento interno para un proyecto de desarrollo, ya que ningún país se enriquece con el dinero ajeno. Hay que incrementar el ahorro nacional público y privado para no quedar de rodillas ante el capital, que nos domina con el mecanismo de la deuda. Tiene que asegurar un sistema de educación pública que equipe a la mente con una enseñanza que sea al mismo tiempo analítica, dialéctica y cooperativa. Ha de abandonar la concepción de que nuestros intereses morales en cohesión social descansan en transferencias compensatorias, e instalar la concepción de que todos deben compartir la responsabilidad de cuidar a otras personas fuera de su familia. E implementar una democracia profunda, que aumente el nivel de compromiso cívico y el ritmo de la política, haciendo a las sociedades más plenas. Fin de las reflexiones Mangabeira.

Por último acabo con Tony Judt, el cual  en la conferencia impartida en la New York University en 2009 ¿Qué está vivo y qué ha muerto en la socialdemocracia? nos advirtió: «Si la SD tiene un futuro, será como una SD del miedo. En lugar de tratar de restaurar un lenguaje del progreso optimista, debemos familiarizarnos de nuevo con nuestro pasado reciente». Acertó, porque recurrir a la idea de progreso, si observamos la historia reciente y el mundo actual, es improcedente. En 1991 Cristopher Lasch en El verdadero y único cielo hizo un ataque frontal contra uno de los pilares básicos de la izquierda, la idea de progreso. ¿Cómo era posible la persistencia de la fe en el progreso en personas serias con un siglo XX lleno de calamidades? Si el progreso perdía su núcleo ético y normativo para la izquierda, ¿cómo era posible que tal ideología política pudiera sobrevivir? Tal denuncia era relevante, ya que apuntaba al corazón de la identidad de la izquierda. A conclusiones parecidas, aunque no asimilables a las de Lasch en el ámbito político, llegaron otros dos autores. Ulrich Beck en el libro de 1986 La sociedad del riesgo, señaló que en nuestro mundo, construido en torno al dogma de la seguridad tecnológicamente garantizada, los riesgos a nuestra existencia, y sobre todo su percepción, han aumentado de modo inquietante; y en buena parte esto es fruto directo de la actividad humana, en particular de la tecnología construida para garantizarle un mayor control de la naturaleza; para producir esa seguridad que está cada vez más amenazada. Era otro golpe mortal a la idea de progreso. Anthony Giddens en Más allá de la izquierda y de la derecha de 1994, pone en duda la idea de que el desarrollo histórico, gracias a la disponibilidad de recursos y a la creciente posibilidad humana de controlar las fuerzas de la naturaleza, pueda avanzar de lo peor a lo mejor. Es más, el mundo actual está lleno de incertidumbres y de dificultades, además imprevisible. En definitiva, que la idea de progreso no puede mantener sus promesas, que no existe ningún paraíso en la tierra, como mantuvo la izquierda. Por ello, resulta comprensible que Judt para reactivar el papel político de la SD, hoy en retroceso, recurra al miedo, ya que de seguir su marginalidad tendría que surgir en una ciudadanía concienciada. Como historiador recurre a las enseñanzas del siglo XX, que las hemos olvidado. Nos dice que estamos inmersos en una nueva era de inseguridad. La última de estas la analizó magistralmente Keynes en Las consecuencias económicas de la paz (1919). Después de décadas de prosperidad y progreso en la época anterior a 1914, merced a la globalización económica, con un comercio internacionalizado, nadie esperaba que esto pudiera finalizar dramáticamente. Mas sucedió. Nosotros también hemos vivido una era de estabilidad y seguridad, y la ilusión de una mejora económica indefinida. Todo esto ha quedado también atrás. En el futuro previsible tendremos inseguridad económica e incertidumbre cultural, menos confianza en nuestros objetivos colectivos, en nuestro bienestar ambiental o en nuestra seguridad personal que en cualquier momento desde la Segunda Guerra Mundial. No tenemos idea del mundo que heredarán nuestros hijos. Debemos volver a las formas en que la generación de nuestros abuelos respondió a desafíos y amenazas similares. La SD en Europa, la New Deal y la Great Society en USA fueron respuestas explícitas a las inseguridades y desigualdades de la época. Pocos en Occidente por su edad pueden saber lo que significa observar cómo nuestro mundo se desmorona; ni concebir una ruptura completa de las instituciones liberales, una desintegración del consenso democrático. Pero fue esta ruptura de la que nació el consenso keynesiano y el compromiso SD: con los que crecimos y cuyo atractivo se oscureció por su propio éxito.

La primera tarea de la SD de hoy es recordar sus éxitos del siglo XX, y las consecuencias de desmantelarlos. La izquierda tiene cosas que conservar. Es la derecha la que ha heredado el ambicioso afán modernista de destruir. Los socialdemócratas, modestos en estilo y ambición, han de hablar con más firmeza de las ganancias anteriores: el Estado de servicios sociales, la construcción de un sector público con servicios que promueven nuestra identidad colectiva, la institución del welfare como una cuestión de derecho y su provisión como un deber social. No son logros menores.

Que estos éxitos fueran incompletos, no nos debería preocupar. Si hemos aprendido algo del siglo XX, al menos debería ser que cuanto más perfecta es la respuesta, más terribles son sus consecuencias. Otros han destrozado estas mejoras: esto nos debería irritar mucho más. También nos debería preocupar, aunque sólo sea por prudencia: ¿Por qué hemos derribado tan pronto los diques trabajosamente construidos por nuestros predecesores? ¿Tan seguros estábamos que no se avecinaban inundaciones?

Una SD del miedo es algo por lo que vale la pena luchar. Abandonar los trabajos de un siglo es traicionar a las generaciones precedentes y las futuras. No representa el futuro ideal ni el pasado ideal. Pero de las opciones disponibles hoy, es la mejor.

Cándido Marquesán

 

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