
En el panorama político español se usa y se abusa del término “populismo”, la palabra clave con la cual se fulmina a los adversarios,dando por hecho que todos conocemos perfectamente su significado. Se ha convertido en una muletilla para muchos dirigentes políticos, conspicuos tertulianos y gran parte de la ciudadanía.Está de moda. Mas no solo en España, ya que surgen titulares en periódicos “El populismo mundial libra su batalla en Estados Unidos”, “EEUU cae en manos del populismo agresivo de Trump”. Susana Díaz dijo que Trump y Podemos beben de la misma fuente. Podría decirse que un nuevo fantasma recorre Europa, el del populismo, como el del comunismo en 1848, tal como expresaron Marx y Engels en su célebre Manifiesto. Por ende, debemos estar preparados para cualquier cosa,como si estuviera al caer un cataclismo cósmico.
Tengo la impresión de que el uso indiscriminado del término “populismo” lo está vaciando de todo contenido, por lo que al final nadie sabe cuál es su auténtico significado. El Diccionario de la RAE no aclara nada ya que lo define así: Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Y añade usado más con sentido despectivo.Y el Diccionario, como vemos, no aclara nada. Y no aclara nada, porque los expertos en ciencias sociales no se han puesto de acuerdo en su significado.
Marco D´Eramo en el artículo El populismo y la nueva oligarquía, señala que los científicos políticos llevan como mínimo 50 años debatiendo sobre el tema. En una conferencia en la London School of Economics en 1967, el historiador estadounidense Richard Hofstadter decía «Todo el mundo habla de populismo, pero nadie sabe definirlo». A veces la discusión era cómica. Margaret Canovan enumeraba 7 formas de populismo, Peter Wiles citaba 24 características definitorias, y en la segunda mitad de su intervención trataba de las excepciones (movimientos populistas a los que no se aplicaban tales características). Los movimientos populistas, según P. Wiles son numerosos, entre ellos: en el siglo XVII los levellers (niveladores), en el XIX cartistas y narodniki; en el XX, el de Gandhi en la India, el Sinn Féin en Irlanda, el PRI de Cárdenas, y el socialismo de Nyerere. Otros añaden el nasserismo, peronismo en Argentina, el PT en Brasil y el de Chávez. Ernesto Laclau incluye el kemalismo de Atatürk en Turquía, el gaullismo en Francia y la Liga Norte de Italia, o el de Berlusconi. Obviamente también el fascismo mussoliniano. Y hoy el Movimiento 5 Estrellas de Grillo y el Tea Party. Y el último en llegar Podemos. En definitiva,como “populista” se ha ido aplicando a muchos movimientos políticos, se ha convertido conceptualmente indefinible.
Otra opción es asumir la vaguedad del término y considerar su esencia contradictoria, lo que la define. Para Laclau “no se muestra como una constelación fija, sino como una serie de recursos discursivos susceptibles de usarse en los modos más diversos”. Esta idea circunscrita a una cierta retórica es atractiva, pero se mantiene la indefinición terminológica.
Hay otra visión, que parte de que populismo no es nunca una autodefinición: nadie se declara populista, te lo llaman tus enemigos políticos. Por tanto, si nadie se autoproclama populista, entonces el término dice mucho más del que lo emite que de quien es simplemente insultado. La noción de populismo sirve para identificar y caracterizar a las facciones políticas que tachan a sus adversarios de populismo. Esta visión permite una aproximación temporal del término, porque no siempre se ha hablado de populismo, ni siempre se ha hablado de él como hoy. Hasta después de la II Guerra Mundial, muchos partidos se enorgullecían de llamarse populistas, al ser lo mismo que popular.A partir de década de los 50, el registro del discurso cambia de pleno. La categoría de “pueblo” pierde su lugar central en la política. Este hecho se debió sobre todo a la Guerra Fría, en la que Occidente se apropió de la palabra“libertad”, y se definía como el “mundo libre”. Mientras el bloque soviético hizo lo propio con la de “popular”, de ahí “democracias populares”. Por ello“popular” y las referencias al pueblo fueron innombrables en el Oeste, ya que remitían al Este. En Occidente el término “pueblo” fue relegado del discurso político. Y comenzó a usarse entonces populismo de una manera sistemática con un carácter muy negativo, vinculándolo con los totalitarismos, tanto fascismo como estalinismo. Político populista es el que invoca, halaga y agita al pueblo nunca nombrado, pero desacreditado por todas las características negativas milenarias de primitivismo, descontrol y desmesura.
El uso y abuso del término “populismo” por parte de los medios y la intelectualidad, lo asocian a demagogia, como un recurso de algunos políticos para exaltar los instintos primarios y las bajas pasiones de gente con poca formación y dispuesta a votar irresponsablemente en situaciones de desesperación o frustración. Tras esta visión quizá subyace un prejuicio elitista que añoraría un retorno del sufragio censitario y un miedo atroz a una plebe presta al tumulto. Como también una vieja aspiración conservadora de una democracia sin pueblo, una democracia sin conflictos, convertida una mera administración tecnocrática de lo ya decidido previamente en círculos muy restringidos. Hecho que nos introduce de pleno en una época pospolítica. Igualmente esta visión negativa viene muy bien para los partidos del consenso al centro-PP y PSOE; CDU y SPD-para descalificar a sus adversarios. Y especialmente resulta muy útil para los partidos de la llamada “izquierda” para evitar la autocrítica y así no reconocer que, al haber abandonado a las clases populares, son, en gran parte, responsables de la crisis de la democracia representativa que está en el origen del surgimiento de otras y nuevas opciones políticas. Lo evidente es que hoy con un gobierno oligárquico, quien tiene la osadía de oponerse a las políticas antipopulares, los correveidiles de esa oligarquía le acusan de populista. Mientras están eviscerando la democracia, acusan de pulsiones autoritarias a los que quieren regenerarla. Pero el uso excesivo de populismo por parte de ellos manifiesta una inquietud y culpa claras. Es como el cónyuge adúltero que sospecha cada día más de su pareja: resulta que quien más atenta contra la democracia es quien la ve amenazada por todas partes.
Marco D´Eramo en su artículo El populismo y la nueva oligarquía señala que estamos atravesando una curiosa paradoja de cuanto más marginado es el pueblo del ámbito de la política mayor es el uso despectivo y denigratorio del término populismo. Justo cuando menos se tienen en cuenta las aspiraciones de la gente, más acusan las élites de populistas a todos aquellos movimientos que cuestionen el orden establecido y defiendan que las cosas podrían ser de otra manera y que la creciente desigualdad no es algo natural. Con ello demuestran su incapacidad para entender que lo político tiene una dimensión antagonista, lo que supone que los conflictos son inevitables, sin los cuales no es posible la democracia.
Hay otras visiones positivas de populismo. Laclau, en La razón populista, lo piensa no como una forma degradada de la democracia sino como un tipo de gobierno que amplia las bases democráticas dela sociedad. «No tiene un contenido específico, es una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas, una manera de construir lo político.» La crítica clásica al populismo está ligada a una concepción tecnocrática del poder. Cuando las masas se lanzan a la arena política, lo hacen a través de la identificación con cierto líder (Chávez, Evo, Correa…),y ese es un liderazgo democrático porque, sin esa identificación con el líder, esas masas no estarían participando dentro del sistema político y este seguiría estando en manos de élites que suplantan la voluntad popular.
Como señala Luis I. Sandoval M, afortunadamente estamos constatando que el pueblo está recuperando protagonismo político, lo cual es producto de la necesidad imperiosa de ampliar y profundizar la deliberación, la participación y movilización ante las trágicas limitaciones de la democracia representativa. En cierta forma sería recuperar el auténtico sentido de la democracia, como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, según la definió Lincoln. Del, por y para no pueden faltar. La democracia sería desde su origen y definición una forma genuina de populismo.
Supongo que si han tenido la paciencia de llegar hasta aquí, no tendrán nada claro el término de populismo. Eso mismo me ocurre a mí.
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