

Miembro del Seminario de Investigación para la Paz de Zaragoza.
Asistimos al espectáculo de la incontinencia verbal en nombre de la libertad de expresión. Es curioso, porque algunos de esos firmes defensores de la libertad de expresión, que a menudo la usan para provocar, insultar o simplemente mentir, suelen ser los primeros en eliminarla cuando tienen potestad para hacerlo.
En nombre de la libertad de expresión se puede fomentar la xenofobia y el racismo, se puede desafiar al Estado incitando a luchar contra él, o se puede ensalzar la figura de un dictador implacable. En nombre de la libertad de expresión se puede decir lo que venga en gana sin importar sus consecuencias. No importa si se miente, si se incita a la violencia, o si se ofenden o hieren los sentimientos de las víctimas de la represión. Durante este tiempo veraniego la libertad de expresión ha sido de nuevo mancillada por personajes que no atienden a otro fin que su protagonismo e interés partidista o sectario. Sin embargo, no hay que entrar en su juego. En nombre de la libertad de expresión y de la cultura de paz, hay que dejarlos expresarse, pero no hay que restar importancia a sus manifestaciones porque la violencia cultural y la violencia verbal también pueden conducir a la violencia directa, al conflicto armado, a la guerra y al terrorismo. A mi juicio, va contra la cultura de paz hacer manifestaciones que manipulan datos sobre la inmigración y la culpabilizan de todos los males de Occidente; va contra la cultura de paz lanzar proclamas de lucha contra el Estado español injusto; y va contra la cultura de paz reivindicar la figura de una persona que mediante un golpe de Estado provocó una guerra civil y mucha represión posterior. No obstante, es libertad de expresión que hay que contrarrestar con argumentos, con datos objetivos y con serenidad. El juego de la desestabilización no puede encontrar respaldo entre aquellos que creen en la democracia. El mejor aliado de la manipulación es la ignorancia, y su antídoto no es otro que el conocimiento a través de la educación, de una educación libre de prejuicios, de una educación para el análisis y la crítica constructiva de todo cuanto nos atañe como seres humanos. Una educación que destierre el “nosotros” y “ellos” por “todos somos personas”, con la misma dignidad y con los mismos derechos. Una educación para el lenguaje integrador, que elimine los vocablos belicistas y los sustituya por otros solidarios e integradores. Una educación que enseñe una historia de cultura, que ensalce a los sabios, los artistas, los científicos…, a las buenas personas. Una educación para tender puentes en lugar de barreras.
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