Vísperas catalanas. Por Antonio Domínguez

Firmas de opinión

Antonio Dominguez
Antonio Dominguez, Profesor de Universidad

Ya falta menos para que los corazones se embriden y los cerebros comiencen a racionalizar eso que muchos han venido en llamar «el problema catalán». Ya está más próximo el 1-0. Aunque somos muchos los que estimamos que quien cuenta es el ser humano y no el terruño, la capacidad de hablar y no una lengua concreta, el aire que flamea y no la bandera equis, no es menos cierto que hay una gran mayoría de ciudadanos obnubilados con   «la nación», con su Nación. Bueno, que se le va a hacer si son más inteligentes que nosotros. Aquí y ahora, después de haber aguantado un contexto de brutal terrorismo en Euskadi – con sus tremendas ramificaciones en el resto del Estado- que para nada les ha servido, si acaso para que haya vuelto el sentido común, el diálogo y la ilusión de vivir lo mismo, conjuntamente pero con todas las diferencias que se quiera, llega un sector de la ciudadanía catalana y monta la de Dios es Cristo con unos afanes independentistas que carecen de cualquier cimiento sólido tanto de índole histórica, como económica o social. ¿Cultural? Que se lo pregunten al mercado editorial. ¿Lingüístico? Nunca como ahora el bello idioma catalán ha gozado de tanta y tan buena salud ( que otra cosa es la literatura, la cinematografía o el ensayo). Por razones varias, a las que debemos añadir la sinrazón del Partido Popular, las campanas de casi todas las sacristías catalanas están llamando a rebato y los sacristanes del 3%  voltean las campanas a conciencia en demanda de la nada, aunque nimbados de sueños. Ganen o pierdan, ha llegado la hora de sentarse a hablar y dar rienda suelta a la inteligencia.

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